3. S

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Narra Caenon

La noche se hizo más fría y dolorosa para mí, de no ser por la chica castaña, ahora estuviera mucho más adolorido. Le debo mucho.
Lya miraba con deseo las estrellas, como si alguien fuera a bajar a decirle todo lo que no comprendía en ese momento; yo miraba su largo cabello castaño mecerse con el frívolo aire de la noche y su vestido sacudirse en varios pliegues simétricos. Parecía feliz, tranquila, esperanzada. Yo, por otro lado, estaba acostado en aquellas tablas incómodas, sin realizar movimientos bruscos que lograrán perjudicar mi vendado hombro - que dolía como el demonio, cabe aclarar. - sudaba de dolor ante cada salto que el caballo ejecutaba, parecía que al fin había encontrado un motivo más para retorcerme de dolor. Todo se había salido de control.

******

Algunas horas antes:

Me encontraba en una taberna cercana. Los hombres gritaban y reían, mientras las mujeres a su lado se quejaban y se iban.
- Deme un vaso de su mejor licor..- le dije totalmente inexpresivo al cantinero. Él me miró y me empezó a servir lo que parecía ser vino de la más alta calidad, bebí un sorbo para luego notar que el objeto de mi muñequera empezaba a brillar. Maldita sea. Ese había sido el único objeto que logró darme dolores de cabeza en solo una semana.
- ¿Caenon? ¿Estás ahí?....- preguntó la voz de la chica más irritante del planeta. Aunque cualquier persona para mí en estos momentos, sería la más irritante del sistema solar.
- ¿Qué mierda quieres, Lacox?...- respondí a aquel aparato.
- ¿Estás vigilando a la chica?
- Lo tengo controlado. Seguro está comprando manzanas como todos los días que llevo siguiéndola. - dije con algo de disgusto.
- No la pierdas de vista, recuerda: sin ella no ganaremos la batalla.- aclaró seria.- Y Caenon, no te vayas a pelear con nadie.- concluyó con gracia.
- ¿Qué? ¡Espera, Lacox! ¿Qué viste?...- pregunté con inquietud. La muñequera dejó de brillar.
Lacox había visto algo, debería tener cuidado. Seguro era una de esas estúpidas bromas de esa molesta rubia. - Malditas visiones. - susurré.
Terminé de beber aquel trago y le pagué al cantinero dos monedas de oro para que llenara también mi cantimplora.
Me dí la vuelta para salir a terminar mi trabajo de espía, pero algo insólito pasó; un tipo como de dos metros de alto se interpuso en mi camino, haciendo que le embarre las prendas de ese delicioso elixir añejo.
- Disculpe.- dije muy frío.
- Pequeño insecto. ¿Cómo te atreves?. - las risas del fondo se desvanecieron, todos los ojos se quedaron en mí y el tipo enorme. Él tomó el cuello de mi vestimenta anticuada y me levantó del suelo. Derrochaba ese olor a alcohol insoportable de vagabundo.
- Ya le pedí disculpas.- dije algo fastidiado.
- No es suficiente. - dijo para dar un gran golpe en mi estómago, perdiendo así todo el oxígeno de mis pulmones y cayendo de rodillas al suelo de la taberna.
Me levanté con algo de sangre en mi boca y salté para darle un gran golpe en la nariz. No me iba a quedar así.
Tres hombres se levantaron y me agarraron por atrás; mientras forcejeaba, el tipo de levantó y se dirigió hacia mí.
- ¿Te crees muy rudo?...- empezó a golpear mi cara. La sangre empezó a dibujarse en su puño, mientras que yo me ahogaba con cada golpe.
No es que no me doliera, por el contrario; pero había sufrido tantos golpes en mi corta vida que ya ninguno me afectaba como debería.
Me soltaron después de una gran serie de golpes, mi garganta estaba llena de aquel insoportable líquido rojo y en el abdomen se asomaba el peor dolor que puede sentir alguien: "la impotencia" el no poder hacer nada.
Me levanté y me dirigí con todas mis fuerzas hacia ellos. Al más alto el dí un golpe en el estómago, muy fuerte; al siguiente, con un movimiento rápido, le dí una gran patada en la quijada dejándolo en el suelo inconciente; el tercero y el cuarto atacaron al mismo tiempo, logré controlar la situación con uno de ellos lanzándole no muy lejos, mientras golpeaba al tercero, el cuarto me enterró en el brazo una espada - grité de dolor - el tercero aprovechó para golpearme, lo esquivé, pero el segundo se levantó y golpeó mi hombro herido, me dejó totalmente desalmado; cuando caí al suelo, el primero me dió una gran patada que salí instantáneamente del lugar.
Me quedé contemplando el ardiente sol de aquel día, me parecía una mejor idea evaporarme de la faz de la tierra en ese preciso momento.
Cinco sombras se interpusieron y empezaron a patearme. ¿Cinco? ¿No eran cuatro?. Maldita Lacox, siempre tiene razón.
Me dejaron casi inconciente en aquel piso caliente, pero reuní de mis fuerzas para levantarme y logré caminar hasta pararme en la entrada de la taberna. Si hubiese tenido mi gema, esto no habría pasado. Malditos títeres programados para estar borrachos y agresivos, pensé que serían desprevenidos como los demás.
Sostenía mi brazo con fuerza para evitar el sangrado, pero el calor, los golpes, las náuseas y el mareo, iban a terminar desplomando mi cuerpo.
- ¿Está bien?- abrí los ojos con rapidez y noté la silueta de una castaña que venía hacia mí.
- ¿Qué... qué haces aquí? - dije más bajo de lo que pensé. Era aquella chica que yo debía vigilar y cuidar. Mi respiración se agitó y al acercarse, terminé por caer sobre ella.
Cuando desperté ella no estaba. Debió haberme reconocido y para colmo me dejó en un sucio callejón. Acerqué mi muñeca a mi boca y ahogué un grito por el dolor que sentí en aquel momento; volteé a ver mi hombro y noté que estaba vendado por una tela ocre-marrón. La chica estaba cerca.
- Ra- Rafdale....- dije a la muñequera.
- ¿Qué pasó hermano?.- respondió la voz de la única persona que toleraba.
- Ven a buscarnos. Ya es hora. Me cansé de ésta mierda, hay que llevarla a Félione de inmediato. - dije con esfuerzo.
- De inmediato general. Voy a rastrear su ubicación.- respondió con aquel acento árabe que nunca se le quitaba. Suspiré de alivio.
Lya llegó con un montón de hierbas, retiró aquel vendaje y puso uno nuevo. Su dulce voz me calmaba. Verla fijamente era lo único que me quedaba, detallar todas la curvas de su hermoso y angelical rostro era lo único que podía hacer, al fin y al cabo, no me quedaban fuerzas ni para hablarle. Luego de tratar forcejear con ella me desmayé y no recordé nada hasta que la ví en el suelo, Rafdale había llegado con su barato disfraz de guerrero calvo y barbudo.
- Te ves terrible general.- dijo cambiando a su forma original: un joven moreno de cabello negro, cejas pobladas y sonrisa bastante animada.
- También me da gusto verte Raf. - dije sonriendo. Tomó mi mano y me alzó para quedar de pié frente él.
- Eso se vé grave, pero me lo debes por la paliza del otro día. - señaló su pierna con una venda y su pómulo roto.
- Las estúpidas heridas se irán cuando lleguemos al domo de Félione.... ¿Cómo la dormiste?- le señalé a Lya.
- ¿A Lya? Solo toqué su frente.
- ¿Lara?. - dije arqueando una ceja.
- Exacto, me dijo que lo usara cuando fuera una emergencia. Creo que ya regresó a Félione.
- No me sorprende. Por cierto esa es una buena copia tuya.- señalé al otro guerrero.
Él chasqueo los dedos y el guerrero se convirtió en el espejo viviente de mi amigo Rafdale por último desapareció.
- Muy bien general, estás capturado, ahora sube ahí y cuidado con tu brazo.- musitó con gracia, yo reí y subí a la carreta. Logré ver como quería cargar a Lya.
- ¿Necesitas ayuda?- pregunté casi gritando.
- Tranquilo general es toda suya.- sonrió mientras la cargaba sin ningún esfuerzo hasta la carreta. Ayudé a ponerla en una posición cómoda y luego le pregunté a Raf:
-¿Cuánto durará el viaje?.
- Llegaremos mañana por la mañana general. - "bueno para ser en carreta es muy rápido".
- Trata de no caer en baches, por favor.- dije recordando el dolor de mi hombro.
- ¡No prometo nada!- dijo gritando para arrancar la carreta.
La carreta saltaba y mi herida no me ayudaba, los mareos me perseguían nuevamente y caí inconciente.

 "Los Escorpiones Negros" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora