2. E

17 1 1
                                    

Dormir se me había olvidado, apesar de pasar demasiado tiempo en la oscuridad vagando por la ciudad de Metona.
Había pasado dos día desde que conocí a aquel chico rubio.
Decidí rotundamente no gastar en tonterías las monedas que me entregó Nix, sin embargo, las manzanas eran una buena excusa.
Aquellas deliciosas manzanas eran vendidas por un pequeño señor castaño; siempre traía una bella y gran sonrisa que dejaba ver sus particulares líneas de expresión. Parecían ser las únicas líneas de expresión que había visto en esta ciudad.
La gente iba y venía como si fuera por obligación.
— ¡Buenos días señorita!— exclamó aquel feliz hombre.
— Buenos días, señor Félione. — contesté con una sonrisa. Él parecía feliz de verme, me había convertido en su cliente estrella en solo dos días.
Él me había brindado algunas telas para cubrirme del frío, decía que eran de su hermana.
Nunca dejaba de hablar de su hermana, que parecía haber muerto hace poco.
"¿Ya recordaste quien eres?" Escuché a lo lejos.
—¿Qué?...— dije mirando confundida al mayor.
— Ya elegiste la que quieres...— respondió con tranquilidad, señalando a las manzanas.
— ¡Ah, si claro! — dije algo nerviosa.— Cualquiera que escoja estará deliciosa.
— Muchas gracias. A mi hermana le encantaban las manzanas, por eso puse esta tienda. Tengo la esperanza de que vuelva. — musitó con algo de pesadez.
— ¿A dónde fue?— pregunté con indiscreción.
— A cumplir su propósito en ésta vida. — agregó.
Pensé que la respuesta a aquella pregunta iba a ser extensa y difícil de contestar, pero al final lo único que le importa a la gente valiente, desidida y subjetiva es encontrar y cumplir su propósito.
¿Algún día encontraré el mío?
Creo que en Metona nunca podré hacerlo.
Me despedí de aquel señor y me dediqué a caminar por las calles, mientras comía la manzana, me dió algo de gracia el hecho de que todos caminaran en un sentido y yo no. Era yo contra el mundo.
— ¡No vuelvas!— escuché a lo lejos, me volteé para mirar y noté que sacaron a una persona de la taberna a patadas literalmente, eran como cinco hombres contra aquella persona herida. Lo dejaron en el centro de la calle tirado, el hombre apenas podía caminar con un muy notorio cojeo.
Me dí la vuelta para irme, pero me invadió una indescriptible ansiedad, mi corazón no dejaba de hacer sonidos de percusión estruendosos y sin previo aviso mis piernas fueron a paso rápido a ayudarle.
Estaba encapuchado y reposando en la pared de aquel bar, parecía muy grave su situación.
— ¿Está bien?— le pregunté a unos metros de distancia.
— ¿Qué... qué haces aquí? — dijo en hilo de voz que apenas logre percibir. Noté su respiración agitada al instante y cuando me acerqué más a él se desplomó en mi regazo. Mierda. Pesaba mucho para que yo sola pudiese cargarlo, la gente me veía con desprecio y no me ofrecían su ayuda, así que lo arrastré con todas mis fuerzas y lo llevé a un callejón no muy lejos.
"No puede ser" susurré al darme cuenta que aquella persona era el pelinegro del caballo.
Tenía una herida en el labio inferior y su hombro lo adornaba una gran cortada al rojo vivo. Además de algunas heridas en la frente, moretones y pequeños rasguños en el cuello. Perdía mucha sangre de aquella gran herida.
Pensé rápidamente en alguna solución. ¡Hierbas!.
Rompí mi vestido ocre y le vendé el hombro con cuidado, noté que gimió de dolor.
"Quédate aquí, ya regreso". Le susurré mientras acariciaba su corto cabello negro.
Fuí como una bala a las tiendas de víveres y verduras. "¿Qué habrá hecho aquel chico para terminar así?" Me pregunté. "¿De verdad era un ladrón?" Agregué. Ladrón o no, ahora era mi deber ayudarle y lo ayudaría como sea. La idea de las hierbas vino a mí como por arte de magia, como si estuviera conectada con algún tipo de planta.
Cuando llegué al mercado escogí algunas hiervas como toda una experta en el área, las pagué con el dinero de Nix, y me dirigí a toda prisa hasta el callejón.
Para cuando llegué, el herido seguía en el mismo lugar, pero ésta vez tenía los ojos bien abiertos y me veía con dolor.
— Tranquilo, ya te voy a curar.— dije poniéndome frente a él. Saqué las hierbas y empecé a masticarlas formando una pasta. Las palabras no salían de su boca, sus ojos estaban perdidos, aún cuando me miraba con atención. Le miré y con cuidado empecé a retirar su vendaje ya totalmente bañado en sangre, él se quejó y frunció de dolor su rostro. Empecé a limpiar la herida y poner sobre ella la mezcla, él empezó a dar gritos de dolor y moverse con brusquedad, para que no me lastimara forcejeé con él hasta que cayó desmayado nuevamente. Terminé de agregarle la pasta y rompí otra tira de tela para vendar la herida. Suspiré de alivio cuando terminé. Me senté a su lado y descansé un poco de aquel repentino suceso.
Jamás me había asustado tanto como hoy, la herida de aquel chico no era nada normal, había corrido como nunca en mi vida para salvarle, lo había cargado hasta aquí, además de cogerle para que no se moviera....estaba totalmente exhausta, quería descansar un poco y recuperar el aliento.
— ¡Los encontramos!— escuché a lo lejos, cuando ví a una sombra aproximándose.
Me levanté de inmediato con lo que me quedaba de fuerza y miré al pelinegro desmayado, estaba sudando y todavía sangrando, él no podría defenderme ni yo a él.
— Por favor, no nos hagan daño, él está muy herido.— le supliqué al guerrero calvo que se aproximaba. Él no me hizo caso, solo me tocó levemente la frente y caí totalmente inconciente.

                                   *****

Sentía que mi cuerpo se sacudía con brusquedad, abrí los ojos de inmediato y salté de terror al verme atrapada en una carreta a toda velocidad. En frente de mi estaba el pelinegro y me lancé sobre él para examinarlo, la tela ya estaba muy manchada, así que la retiré y me arranqué otro pedazo para reemplazarlo. Noté que a mí diestra seguía el platito con una que otra hierba que había comprado. La mastique y la puse en mi mano; para mí esa experiencia no era agradable pero lo que importaba era ayudarle a aquel chico.
Observé por un segundo su rostro, estaba sentado de brazos cruzados, su rostro ya no tenía tantos moretones, sus rasguños ya tenían costras, pero su labio y su frente aún sangraban. Con mi dedo índice, tomé un poco de la pasta y se la apliqué con cuidado en la frente, en ese momento me dí cuenta de algo: su piel era totalmente blanca, tenía largas pestañas negras y cejas realmente pobladas de diseño precioso. Miré de nuevo su hombro y me dí cuenta del tamaño de su brazo. Él estaba vestido de una serie de telas negras y una capucha marrón. Yo estaba sorprendida por la belleza de este chico. Subí mi mirada a su labio partido y no pude evitar ver que era perfecto, así que con sumo cuidado empecé a frotar esa zona con la pasta.
La carreta se movió con brusquedad obligándome a perder la pasta entre las maderas y poniendo mi mano en el pecho del pelinegro para no aplastar su hombro vendado.
— Carajo...— dije entre dientes.
El chico debió escucharme pues rápidamente abrió los ojos.
— ¿Qué haces?...— dijo agarrando con fuerza mi mano. Me puse muy nerviosa por aquella situación y tardé un poco en responder.
— Solo estaba curando algunas de tus heridas...— respondí algo nerviosa. Su mano soltó la mía con delicadeza.
— ¿Dónde estamos?
— En una carreta.— dije con desagrado.
— ¿Dejaste que nos atraparan? ¿En qué estabas pensando? Sabes lo qué harán con nosotros....— preguntó con algo de enojo.
— Hey no me eches la culpa. Tu fuiste a quien le dieron una paliza y yo fui la tonta que quiso ayudarte.— dije en el mismo tono.— Además no me importaba a donde me llevaran, solo me importaba que tú herida no empeorara.— me miró incrédulo, me acomodé en el sitio de antes y me crucé de brazos. "Solo me importaba tu herida" susurré para mí.
Visualice al pelinegro queriendo levantarse.
— ¿Qué estás haciendo? Te vas a lastimar.
No me respondió, en ves de eso, se retorció de dolor cuando la carreta saltó impactando con su hombro vendado.
— ¡Ahhh! ¡Maldición!— dijo sentándose nuevamente.
— Te lo dije.— dije con gracia.— Tranquilo estarás bien en un par de horas. ¿Tienes hambre?.— dije  sacando una manzana del regazo de mi vestido. Él la tomó como si nunca le hubieran dado algo en su vida y empezó a comerla mirándome fijamente, su expresión me llenó de satisfacción, tanto que decidí sonreírle con calidez en respuesta.
Luego de un rato noté la noche caer, me asomé a las rejas para mirar las estrellas, mientras el pelinegro tomaba una siesta, me encargué de que su vendaje estuviese bien.
Estaba con un deseo ferviente de saber a dónde iba la carreta y las preguntas invadían mi cabeza: ¿La carreta me llevará a mi destino? ¿Ahí encontraré mi propósito? ¿Al fin podré ser más que un nombre sin recuerdos de su pasado?.

 "Los Escorpiones Negros" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora