Aún tenía el sabor a cristal limpio en la lengua mientras conducía un coche deportivo, pero familiar y enorme, alto, con ruedas de cuatro por cuatro. Un coche significativo de la nueva moda de poder en este minuto de la historia. Era azul marino y eléctrico.Tiene toda su felicidad depositada en pequeños fragmentos de realidad impulsada y sobrevenida, pero sobre todo en uno grande. Quiere que su equipo, el mejor equipo del mundo, del que es hincha, gane el trofeo más importante, el campeonato europeo. Si lo gana, no habrá palabra para definir el grado universal big bang de felicidad que le poseerá. Y la duración, calcula, también será eterna. El virus del que no se da cuenta, a pesar de haber conseguido todo el éxito familiar y laboral que pretendía en la adolescencia, era que esa pulsación en el pecho en forma de eternidad -la victoria de su equipo-, para conseguirla, él no tenía la más mínima influencia. Los acontecimientos llegarán a su final sea o no sea él consciente de ellos. Es lo que Yuvval Harari llama una realidad imaginada; ser campeón de algo que solo existe en la imaginación del colectivo, realidades imaginadas colectivas, cuando la humanidad se vaya, los ríos seguirán existiendo, los campeonatos, no. Y él no lo sabe, por eso aún cree que ver a su equipo (que desconoce en todo la existencia del ejecutivo) le hará inmensamente feliz. Acecha, por tanto, el virus de que todo lo que cree real, ante él, dejará de tener sentido.
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De vuelta a la habitación
AdventureTiziano Alonso Quintueles es un trabajador ejecutivo. Bucea y le susurra a otros tiburones de la publicidad y en la especulación; se disfraza como ellos todos los días para creerse a la altura. Pareciera que solo le sirve el dinero. Además, es un fa...