13 Tira un vaso al mar

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Hay un bar en esa ciudad que desaparece de día, es imposible encontrarlo, solo de noche su puerta es accesibles al ojo etilizado. Le sucede a todos los que conocen su existencia, nadie es capaz de encontrarlo en sus paseos diarios siquiera para un vermú. Solo a veces se da el espejismo por casualidad. 
Tenía las opiniones muy fijadas, y ninguna realidad objetiva o visual era capaz de hacerle cambiar. Costaba hacerlo como picar piedra con herramienta débil. Le costaba rectificar de opinión.

El barrio centenario pertenecía a un antiguo puerto marinero; las personas aún podían bajar a la compra en zapatillas, algunos vecinos, después de comprar el periódico y leerlo, lo podían dejar en una esquina del bar para cualquier otro cliente.

Tiziano y Julia desayunaban café con bollería. Julia vio cómo un señor dejaba el periódico olvidado encima de la esa de mármol. Se lo olvida, le dijo. No, respondió el hombre, lo dejo siempre, ¿para qué lo quiero si ya lo he leído?, que lo utilice el siguiente, lo hago siempre. Julia le sonrió, le parecía nostálgico, desapegado, y se preguntó de cuando a este tiempo lo estaría haciendo, cuándo empezaría esta costumbre solidaria de noticias. 

Terminaron y dieron un paseo por la ciudad. Pasaron envidia de algunos bañistas que no tenían miedo a las enormes olas a pesar de la bandera roja. Sentados a la mesa del café, hablaron como si no necesitaran conocerse más, ni saber algo diferente el uno del otro; apenas se habían descubierto, ni su pasado, ni sus anhelos, ni sus pensamientos; solo parte de su físico y lo poco que había surgido al aire de cada una de sus personalidades. 

El paseo siguió encadenándose sin distinción. Siguieron hasta encontrar un lugar para comer, en internet tenía buenas críticas y no lo dudaron. Se sentaron también en la terraza, como si el interior les reportara una intimidad que aún les hacía sentir incómodos. Ella escogió una ensalada templada y él un pesado de roca. Era un restaurante donde se veían las edades del hombre; parejas románticas con miradas de sí quiero, y adultos discutiendo en un punto de ruptura; también, se fijó Julia, había ancianos que no hablaban, como si asumieran el destino indivisible que les tocaba por delante, habían aprendido a soportarse sin entrar en guerra. Le llegó a Julia la ensalada, parecía una torre de Babel de alimentos y colores mezclados sin estructura.

-Tiene buena pinta -dijo Tiziano. Julia no supo adivinar si era por cumplir o con sentimiento.

-Lo que me pasa con estas ensaladas gigantes es que -hizo una pausa para volver a mirar al plato-, no sé por dónde empezar ni qué rutina seguir.

-Ya, yo tampoco, si tienes síndrome toc, empieza comiéndote un color, por ejemplo el verde, y sigue por el siguiente, el rojo.

Julia lo miró suspicaz, llegó el plato de pescado, sonrió y cogió el aliño para echar más aceite.

-Hay dos tipos de personas -siguió Julia-, los que toman la ensalada con mucho aceite, y los que la toman con muchísimo.

Tiziano la contempló intentando adivinar por dónde quería ella salir.

-No tiene por qué, yo la tomo con poco... -acertó a decir.

-Ya sé, era un chascarrillo -dijo ella, y bajó la vista al plato para no seguir con esa conversación.

Encontraron una heladería antes de entrar en el parque. Ella escogió frutas del bosque y él chocolate kids. No era un parque enorme, se atravesaba bien, pero tenía sus partes estratégicamente diseñadas; primero una gran explanada de césped con árboles para jugar en familia o ir de merienda; luego, jardines con estatuas para los paseos vespertinos y al final un estanque con animales para la contemplación. Lo recorrieron todo y luego volvieron al paseo de la playa. Cuando les llegó la hora de la cena, empezaron a encadenar vinos y tapas en la ruta. Hacía buen tiempo y la gente empezaba a apelotonarse por las calles con una copa en la mano y diálogos innecesarios en los corrillos; si hay un lugar en el que el mundo no avanza es en las calles de vinos y cañas y viernes por la tarde.

Tiziano y Julia comenzaron a emborracharse pronto y siguieron con copas entrada la noche. Descubrieron un bar y Tiziano solo recuerda que hacía años, quizás décadas, que no se lo pasaba tan bien. 

A la mañana siguiente, entre dolor de cabeza e ibuprofeno, descubrió ha había perdido el móvil.

-Quizás lo dejé en el bar de ayer.

-Vamos a buscarlo -dijo Julia.

Pero hay un bar en esa ciudad que desaparece de día, es imposible encontrarlo, solo de noche su puerta es accesibles al ojo etilizado. Le sucede a todos los que conocen su existencia, nadie es capaz de encontrarlo en sus paseos diarios siquiera para un vermú. Solo a veces se da el espejismo por casualidad. 

No lo encontraron.

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⏰ Última actualización: Nov 10, 2020 ⏰

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