Dos.

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Ese día decidí no ir a contemplar la gracia de Dios, sabía que necesitaría confesarme después de no querer asistir a la celebración pero en verdad creía que ir sin ganas de estar, era aún más pecado que no ir por imposibilidad. Me senté en el suelo del baño del colegio a esperar quince minutos a que no hubiera ningún maestro que me forzara a ir sin mi consentimiento, y después de asegurarme hasta tres veces de que no hubiera "manos en la costa", subí las escaleras a mi salón, donde estaban mis dos amigas, Lupita y Pamela.

Algún día.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora