Hay un brazo que lo sostiene por el torso y él mismo pasa el suyo por los hombros del sacerdote alto. No le dio tiempo de réplica cuando, después de concluir que no era nada seguro llevar al rubio moribundo con su familia, lo hospedaría en su propio hogar. Fue una decisión final, sin oportunidad de apelación.
Siendo sincero, Roger no pensaba en otro lugar a donde podía ir. No tenía amigos. No tenía familiares cercanos en la ciudad. Ni abuelos, ni tíos. Ni siquiera una vecina a la cuál le agradara. Con lógica, el único lugar a dónde podía terminar era la calle o un refugio.
El cura intentaba ser cauteloso al acompañarlo en su andar, pero definitivamente las heridas dolían. Jadeos de dolor se escapaban por los labios, y se detenían para buscar una mejor posición antes de seguir dando pasos al estacionamiento de la iglesia.
Es de noche, después de la última celebración del domingo. Ni un alma ajena además de un viejo celador se encontraba en ese lugar. El cura hacía lo necesario para que aquel rubio no sufriera más daño mientras bajaba pequeños escalones y andaban por el suelo de grava a punto de llegar a un único auto estacionado.
Con una exhalación, Roger termina recargado en la carrocería. Es el adulto quien introduce la llave para abrir la puerta del copiloto. De nuevo, el reto de meter y sentar al joven sin provocarle molestia lo tienen durante un minuto hasta que su cuerpo termina tendido en el asiento. Suspira con alivio, colocándose el cinturón de seguridad y siguiendo con la mirada el trazo que el sacerdote hace para entrar en el lugar del piloto y encender el auto.
Al salir de los terrenos de la iglesia, una pequeña llovizna cae en el parabrisas y las ventanas. Las luces comienzan a hacer a la noche una pintura impresionista y el ambiente comienza a refrescar.
—Y bien, ¿cuál es tu nombre? —pregunta el rizado, cuando se detienen en un semáforo. Solo el limpiaparabrisas se escucha ir de un lado al otro—. No quiero seguir llamándote "chico".
El rubio voltea a ver al adulto. Su rostro siempre absorbía la luz de alrededor de una manera indefiniblemente perfecta. En esa ocasión, la línea de la luz roja y las gotas de lluvia que caen hace que el reflejo de luminancia dance en el lado derecho de su rostro.
—Roger —masculla, con la voz ronca por no hablar tanto en ese día. Entre la noche y el semáforo que se vuelve verde. Hace amago con los labios de querer decir algo más pero solo calla y se voltea para ver por la ventanilla.
—Roger, como San Roger de Cannas. —El joven tensa las cejas en señal casi de dicacidad. El cura repite lo mismo entre dientes un par más de veces mientras sus dedos golpean el volante y se inclina para girar una curva.
Se remueve en su asiento el joven, al final carraspea para hablar—. Supongo que todos los nombres comunes tienen un santo.
—Mmm, no —responde el mayor, colocando la direccional para girar de nuevo—. Mi nombre es común y no hay ni un santo llamado igual. Además, suena con poca chispa.
— ¿Y eso cómo sería? —Aprovecha la oportunidad de saber cómo llamar el cura que lo ha acompañado durante tantas horas.
—San Brian —responde, al momento en que entran a un boulevard donde la lluvia se detiene un poco por las paredes de árboles—. Te habías tardado en preguntar mi nombre, pensé que eras un chico más directo.
La cabeza de Roger hace un giro perfecto de ciento ochenta grados para ver al piloto. Por un lado quiere bufar y decir pues pensó mal. No obstante, eso sería muy impetuoso de su parte a consideración del hombre que le dio comida y le daría resguardo. Pronto, la conversación que tuvieron en el confesionario golpea su cabeza.
—Ese era un mejor momento. —Asertivamente, no estaba muriendo de dolor cuando chocaron palabra por primera vez—. Además, una de las ventajas de su trabajo es ser llamado por el título que ejerce, como un doctor, ingeniero, licenciado... ¿Cuántas personas le dicen "Padre Brian" o "Padre" y no solo "Brian"?
Él sonríe apenas un poco. Hay una curva imperfecta en sus labios y vuelve a cambiar la velocidad del parabrisas cuando entran de nuevo a calle descubierta y las gotas caen con su característico sonido.
—Apenas algunas, sin embargo la mayoría de las personas no han entrado en mi auto para ir a mi casa —relata él, haciendo que Roger lance una risa irónica a la vez que tira sus ojos hacia adelante para ver el camino—. Así que no es muy cómodo que un roomie le diga "doctor, ingeniero, licenciado" al otro todo el tiempo cuando comparten sanitario.
Un bufido por el rubio. Se remueve en su asiento con un siseo por las heridas resentidas y vuelve a estar tranquilo.
—Prefiero quedarme con Padre Brian.
—Bueno, sí, vas a quedarte conmigo —bromea él, haciendo de nuevo que Roger lo mire y deje escapar apenas una risita irónica cuando regresa los ojos al asfalto. El cura tambien lanza una risa que se desvanece con velocidad en el aire.
El camino vuelve a permanecer en silencio de voces. Lo único que deja una huella de sonido es la lluvia, las llantas del auto salpicando el agua del suelo, los árboles estremeciéndose por el viento, el parabrisas andando de derecha a izquierda y la ciudad de fondo, con el solemne ritmo de la noche.
No pasan unos minutos así hasta que el auto del religioso se estaciona en un par de movimientos. Es entonces donde antes de salir le indica al rubio que en la guantera hay un paraguas y con la cautela que provoca a cualquiera hurgar entre cosas ajenas, abre el compartimiento y lo saca.
El cura lo toma, expandiéndolo para salir del auto y dar la vuelta, abre la puerta del copiloto, y con precaución ayuda a Roger a salir para darle la vuelta al transporte y comenzar a caminar al interior de la casa sin prisa por las heridas.
Una vez adentro, el chico tiene que detenerse. Recargándose en el recibidor, una mano presiona el abdomen para encontrar una buena posición de espera. Brian, por su parte, termina de sacudir la sombrilla para cerrarla y colocarla en un bote al pie de la entrada. Ve a Roger, lo toma del tronco para poder caminar a la cocina de la mejor manera posible y entonces, lo sienta en una silla con el debido tiento.
—Pondré un poco de té, ¿duele mucho? —pregunta el rizado, al mismo tiempo que deshace la diminuta coleta para tomar algunos mechones que había salido del lugar y hacerla mejor. Roger se pregunta cómo es que se vería el hombre con el cabello suelto.
—Apenas un poco menos. Casi nada.
—Lamento decir que seguro mañana se sentirá peor, pero es normal —responde el sacerdote.
Al momento en que él se quita el alzacuello y se gira para buscar la tetera en la alacena, además del respectivo té, solo deja una imagen fugaz de aquella acción. Ese instante es en el que Roger piensa que en lugar de sacerdote, aquel adulto luce como el maestro más amado de una secundaria.
En un principio, ¿por qué el padre Brian hubo entregado su vida a la vocación religiosa? Pensaba que los hombres y mujeres lo hacían como resignación a no poder tener un camino con una pareja debido a los pocos agraciados genes, ¿no era por eso que mejor encontraban una excusa para su celibato? Era más creíble que él fuera un asistido en la comunidad a directamente ser el líder de la misma.
Otra opción era que sus padres lo mandaran por obligación al seminario. Nunca había conocido a alguien así pero estaba seguro que funcionaba igual a obligar a un hijo estudiar una carrera que no era de su agrado. Porque sencillamente no se tragaba que alguien tan agraciado físicamente decidiera renunciar a los excesos de la carne para entregar su vida al servicio eucarístico.
Quizás solo es un idiota, piensa Roger cuando tiene la taza de té entre sus manos y con pequeños sorbos la va tomando.
Un asexuado, se repite al momento de girar la cucharita con el azúcar para dispersarla mejor y vuelve a llevar la porcelana a sus labios.
Alguien que quería vivir de las donaciones, pasa por su mente cuando le dice que dormirá en su cama porque debe de recuperarse.
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Predicador [Maylor]
FanfictionAl momento en que Roger, un adolescente catalogado como rebelde sin causa por todos sus conocidos, va a confesarse en contra de su voluntad a la iglesia de San Antonio, descubre que hay un nuevo sacerdote en la parroquia que no es como los demás. *M...