Capítulo 10

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En el mostrador de madera con la pintura rascada en algunas partes, cae un par de monedas y un billete sin desinterés. Una de ellas gira sobre su propio eje y cae. Es entonces donde el hombre detrás del mueble gruñe y con un dedo robusto cuenta el dinero.

Al final, levanta su rostro con el ceño tenso, tanto que un par de líneas se pintan como señal de su irritación natural, y cruza mirada con el chico rubio que está del otro lado.

—Te faltan diez peniques.

Roger siente un tirón de molestia detrás de la oreja derecha, casi llegando a la nuca y que evoluciona como una patada en las pelotas. Mete una mano a su bolsillo para buscar un billete más que está casi seguro que tiene, pero se equivoca. Investiga en el otro, los traseros, tiene la misma respuesta. Ya no tiene dinero.

—Joder, son diez peniques solamente —responde el rubio, casi con el hastío saliendo de la boca y observando la bolsa de frituras que descansa en el mueble esperando para calmar su hambre.

El rostro ceñido del sujeto no cambia, incluso hay una risita irónica ahí—. O pagas el precio o no hay frituras, niño.

—Que te den —suelta Roger, tomando de mala gana el producto con el dinero y dando media vuelta en dirección a los estantes para dejarlo en dónde corresponde.

Deambula por ahí, buscando algo lo suficientemente barato que pueda pagar y sea justo para aliviar el hambre que le comenzó a cobrar dolor desde hace un par de horas. No hay nada que lo convenza –especialmente que sea menor que el precio de las frituras más baratas que encontró- y se dirige a las neveras para tomar una chocolatada que al menos cuesta más barato.

Camina por el pasillo de nuevo de los aperitivos. Su mirada se dirige de reojo hacia el techo para averiguar si hay cámaras de seguridad o algo parecido. "Yo no soy un criminal" recuerda las palabras que salieron de su propia boca hace algunos días de una manera muy cínica que hasta él mismo en ese momento ríe por ello.

¿Qué más daba? El sujeto era un gordo que no lo perseguiría ni saliendo de la tienda y mucho menos se partiría la cabeza preocupándose por una malteada una bolsa de frituras.

Sin más, toma el aperitivo entre sus manos y avanza hasta el mostrador, tomando la oportunidad que Dios le da que el tipo estuviera ordenando algo dando las espaldas, y no espera para salir corriendo, quizás haciendo el ruido necesario para que escuche un grito cuando ya ha avanzado un par de metros por la acera.

Sigue corriendo, volteando con una risa hacia atrás para ver la figura del sujeto entre la noche apenas iluminada por la luz que sale de su tienda. Avanza con la velocidad mantenida hasta que puede dar la vuelta en una esquina y acabar en uno de los callejones que los edificios de la zona proveen.

Ahí, desacelera hasta que se detiene por completo. Se inclina un poco con los puños sosteniendo las cosas sobre sus rodillas para tomar aire por la carrera medianamente larga que hizo para salir de la zona de peligro y exhala toda la adrenalina acumulada.

Por mero instinto, tras colocar la malteada en uno de los grandes bolsillos de ese pantalón holgado, lleva sus dedos a la parte trasera para buscar la cajetilla de cigarros inexistente.

—Agh, que se vaya a la mierda —espeta, recordando haber dejado el paquete en la casa del párroco hace horas cuando hubo huido de ese lugar pederasta.

Abre las papas fritas y sale del callejón para disponerse a deambular de nuevo por las calles oscuras. Aún hay personas pasando, y la noche se ve ofuscada por la luminancia de comercios, farolas y automóviles pasando.

No está muy lejos de la zona de residencia del cura, desafortunadamente no tenía dinero suficiente para comprar un boleto de autobús para ir a otro lado más lejos. Ir a su casa tampoco era opción. Lo primero que recibiría al pasar sería una nueva tanda de golpes que suponía no tenían la intención de dejarlo escapar como la última vez. Bajo ese panorama, sus opciones se ven reducidas a solo caminar por las avenidas pensando a dónde ir.

Predicador [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora