Capítulo 03

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Asking nothing, leave me be, taking everything in my stride.

Sus ojos se abren. Se escandaliza cuando nada de lo que ve alrededor es familiar e incluso comienza a levantarse del sofá en dónde se encuentra aunque distintos dolores en todo el cuerpo llegan de golpe. Tirándose de nuevo, cierra los ojos fuerte mientras algunas quejas se pierden en lo profundo de su garganta.

Todo dolía como los mil infiernos. Aunque su inquietud de saber en qué lugar se encuentra es mayor. Vuelve con su vista para inspeccionar todos los rincones de la habitación. Apenas tiene memorias lucidas de lo que sucedió ayer después de escapar de casa.

Ve una pequeña sala completa de muebles con aspecto antiguo. Los recubrimientos son incómodos tal como en el que estaba acostado. La luz entra por vitrales decorados con figuras de colores que no puede descubrir a ciencia cierta qué son y frente hay un escritorio con librerías detrás. Más cosas como estatuas, un globo terráqueo, más muebles. Nada que se apiade de su agotada mente para dar con el misterio, sumado a que en algún lado del lugar, sonaba una radio que le daba una terrible migraña.

¡Highway to hell! ¡I'm on the highway to hell!

—Mierda, que horrible —masculla apenas entre sus dientes, cubriéndose los oídos para evitar más el dolor de cabeza.

—La voz de Bon Scott no es la mejor del mundo pero no está nada mal.

Roger se sobresalta, intentando reincorporarse en el sofá pero el dolor es demasiado como para poder sentarse por completo. Vuelve a caer, con una queja raspando arriba de la garganta y la presión inevitable en todo el tronco.

Es entonces que entre su dolor, mira hacia la puerta de la habitación en donde hay una figura observándolo. Apenas tiene recuerdos fugaces de haberlo visto durante la madrugada.

La voz era lo único que ya conocía desde el día en que visitó por primera vez la iglesia de San Antonio. Detrás de la rejilla del confesionario, era lo único que podía pasar con claridad. Ahora, la imagen de un hombre alto se postraba delante. Tenía aquel cabello oscuro y rizado que vio con dificultad con ayuda de la luz, amarrado en una coleta rápida. Las manos estaban dentro del pantalón de vestir negro perfectamente planchado y llevaba un suéter color vino con las mangas dobladas hasta los codos arriba de una camisa negra. No hubiera pensando en que era un cura a excepción del collar clerical que se enreda en su cuello.

— ¿Qué tal te sientes? ¿Pudiste descansar algo? —pregunta, caminando al interior de la habitación, en dirección a su escritorio, quedando de espaldas al rubio. Ahí le baja el volumen a una radio, a su vez la música se desvanece—. Conseguí un té de romero que puedes tomar, sirve como antinflamatorio y el dolor... Oh, yo no recomendaría que hicieras eso, podrías reabrir la herida.

Atrapa a Roger intentando quitar un poco de la venda que tiene en el labio. Pronto descubre tocando que también tiene en la mejilla, ceja y algo más pegajoso que parece ungüento por otras zonas. Intenta sentarse, siseando en la acción pero a pesar de la mirada preocupada del adulto sobre él, logra recargar la espalda en el sofá.

—Todo me duele —exhala el rubio, tomándose por el estómago e intentando acomodar su cuerpo para no sentir presión en las costillas.

El cura solo se gira sobre su tronco para tomar una caja y camina acercándose al adolescente. Éste observa que arrastra un taburete hasta quedar frente a frente y se sienta abriendo la caja metálica que tiene entre las manos.

Así, toma un ungüento—. No me sorprende, por lo que pude ver en tu rostro los golpes fueron fuertes, no dudo que por todo tu cuerpo sean igual, ¿puedo?

Señala su camisa floreada apenas sostenida por la mitad de los botones. Roger entiende, y a pesar de no sentirse cómodo, toma la rápida decisión que los golpes sin tratar duelen más que su incomodidad. Quita uno a uno los botones con pausada acción y una vez listo, se deshace entre quejidos y bufidos de la prenda.

—No creo que puedas caminar bien por lo pronto, yo no saldría mucho de casa —empieza a hablar el cura, tomando ungüento entre sus dedos y chocando con la piel roja con zonas moradas del rubio. Roger se queja cuando comienza a masajear en un costado del abdomen—. Le pedí un favor a una amiga que te trajera un almuerzo, no debe tardar nada en llegar. —Sigue con más zonas, aplicando la medicina mientras habla—. Después puedes reposar unas horas y vamos con tus padres a contarles lo que sucedió, si conoces a los chicos una denuncia puede servir aunque por experiencia, no tengas muchas esperanzas de que tengan repercusiones.

—Fue mi papá —murmura Roger, haciendo detener al sacerdote de colocar lo último del ungüento. Sus ojos se encuentran, hay una mirada que pide explicaciones—. Los chicos también me golpean, pero esta vez fue él.

— ¿Sabes por qué hizo eso?

—No lo sé, ¿no le llaman disciplina por aquí, padre? Creo que sospechara que soy un rebelde sin causa —cuestiona el rubio con ironía, a la vez que escuchan ambos unos golpes contra la puerta de aquel despacho.

Con un bufido por el esfuerzo, el de rizos se levanta del taburete—. Corrige a tu hijo mientras hay esperanza, pero que tu alma no desee causarle la muerte, Proverbios diecinueve dieciocho. —Camina aun con el frasco que tiene un fuerte olor a hierbas en una mano y con la otra trata de abrir la puerta sin mancharla—. Si tu padre piensa que esto es disciplina, no lo aprendió en mi iglesia... Agh, abre, Chrissie, tengo las manos ocupadas. 

De inmediato, la puerta de madera caoba se abre dejando ver a una mujer con una bolsa de papel entre sus manos. Le da una sonrisa a Roger, después sus ojos se deslizan para encontrar al padre que cierra la puerta con el hombro y le saluda.

—Hola, soy Chrissie —saluda ella. Hasta entonces, Roger cae en cuenta que el padre no conocía su nombre y viceversa. La chica se sienta en un sillón individual dejando la bolsa en la mesa ratonera de en medio y comenzando a sacar envases de ahí. Mientras, el cura limpia sus manos con pañuelos que hay en su escritorio—. Es un almuerzo ligero, solo beicon y huevos. No tenía idea qué refresco o té serían de tu preferencia así que mejor te traje una botella de agua, ¿suena bien?

Roger mueve la cabeza en afirmación—. Sí, gracias.

—Y tu... —Señala al cura que estaba recargado con las manos sobre el borde de la mesa—. Los chicos te están esperando en la sala.

Sus cejas se levantan en señal de recordar algo y asiente, chasqueando la lengua—. Cierto, voy en seguida. Vendré en una hora, ¿de acuerdo?

Lo último es para Roger, quien sin tener algo más que decir solo mueve la cabeza en un silencioso.

La mujer lo voltea a ver. Casi lo barre con la mirada y le sonríe. De su bolsillo saca su teléfono móvil—. Te pasaré la contraseña del Wi-Fi para que no te aburras, pero no digas nada, solo es para unos pocos. 

—No tengo teléfono —responde el chico, agarrando la botella de agua y dando un sorbo ante la consternación de Chrissie—. Desde hace un par de años.

—Eso es... vaya, nunca conocí a alguien joven que no tuviera —dice ella.

Realmente a Roger no le apena. Solo para no ponerla tan incómoda, aprovechando su deducción de que ella pagó por la comida, menciona que es deliciosa. Pregunta en dónde la compró e incluso intenta comentar algo sobre la marca del agua embotellada.

Es fácil sonreír a pesar del dolor; siempre lo hacía.

Predicador [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora