Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro. Tan cierto como en la mañana se levanta el sol. Tan cierto que cuando le hablo, él me puede oír.
Aquella mañana amaneció con la lluvia cayendo desde el cielo y chocando contra el cristal. Con las gotas suspendidas durante un instante hasta que comenzaban a bajar a cada segundo. Ahí, Roger sigue su rastro. Ese joven que está sentado en el sobresalido de la ventana observa al exterior. La gente caminando con sombrilla dirección a sus trabajos. Los autos empapando la acera. Los niños yendo al colegio.
El padre Brian vivía en una zona cerca del centro de la ciudad. Una ventaja significativa, no era necesario tomar el automóvil para poder ir a comprar algún antojo. Solo bastaba caminar un par de cuadras para llegar a una avenida y ahí se alzaban tentadoras varias tiendas de comida rápida y dulces.
Aunque una desventaja era el ruido insano por la mañana. Supone que para alguien que se despertaba temprano como aquel cura no le era inconveniente la vida madrugadora de esa zona de la ciudad, sin embargo Roger, aun durmiera bien, que lo levantaran de tal forma no era una experiencia grata.
Suenan golpes en la puerta. Su cabeza se gira pronunciando un pase apenas audible para su interlocutor. De ahí, se asoma la cabeza rizada de su hospitalario. Con una sonrisa amplia, provocándole líneas alrededor de la boca y esos ojos que tienen un no sabe qué, le informa que puede bajar a desayunar.
Agradece el gesto. Saltando de donde se encuentra no se molesta en cambiarse de ropa. Lleva un short delgado que apenas llega a la mitad de su muslo y una playera larga que intenta cubrir lo demás. Roger no era un idiota, sabe lo que hace y quiere averiguar con qué clase de persona comparte hogar.
No tarda mucho en bajar las escaleras, cada vez mejor por la sanación de sus heridas. En el rostro ya no tiene ni una venda, únicamente el rastro verde y amarillo de moretones que con el tiempo, desaparecerán.
De inmediato, un olor que hace años no había detectado se cuela por sus fosas nasales. Inhala profundo, incluso cerrando los ojos y dejando que esa fragancia, parecida a la vainilla con pan recién horneado, lo intoxique de pies a cabeza.
Al momento en que cruza la puerta de la cocina, ve al cura, otra vez, en una imagen nueva. Incluso puede hacer la comparación que el sentimiento de ver al padre Brian con distinta ropa es la misma que ver a un maestro en el supermercado llevando una vida normal.
En ese momento, tenía un suéter verde seco sin alzacuello. Remangado, como siempre. Que combinaba con su pantalón gris. Una mano sostiene la sartén y la otra la espátula. Sus dedos delgados y largos son ágiles en voltear un panqueque, el movimiento resaltando las venas que se asoman traviesas por la piel y una voz le grita al rubio que simplemente es absurdo.
Incluso le irrita que alguien tan atractivo como él sea sacerdote. Posiblemente también le irrita mucho que no sea como los demás. Es diferente. En una manera que no puede explicar.
—Siéntate. Tienes mermelada, chocolate, miel, maple —enlista el adulto mientras Roger con acidez porque el sujeto no le hubiera mantenido la mirada a cómo estaba vestido ni siquiera dos segundos, jala una silla para aplastar su cuerpo ahí y un plato lleno del desayuno se coloca frente de él. La cerámica choca con la madera, el olor es delicioso—, chantilly, fruta por ahí. ¿Quieres té, leche o café?
Apenas escucha la pregunta, pues los ojos azules se abren con sorpresa e incredulidad cuando ve unos panqueques perfectos, grandes y esponjosos en su plato. Eso solo existía en los comerciales de la televisión y estaba al menos un ochenta por ciento seguro de que se veían mejores. ¿Acaso en el seminario aprendían a cocinar como ángeles caídos del cielo a la tierra?
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Predicador [Maylor]
FanficAl momento en que Roger, un adolescente catalogado como rebelde sin causa por todos sus conocidos, va a confesarse en contra de su voluntad a la iglesia de San Antonio, descubre que hay un nuevo sacerdote en la parroquia que no es como los demás. *M...