Capítulo 09

500 91 106
                                    

La puerta de la casa del sacerdote se abre de golpe, con Roger pasando de forma brusca.

Durante todo el camino, lejos de poder tranquilizarse a sí mismo mientras el autobús lo llevaba a su destino, la tortura fue aumentando con la pesadez de los movimientos del transporte. Tanto que para cuando puso un pie abajo en la acerca, casi caía por el quebrantamiento de sus músculos y el temblor en la punta de sus dedos, clamando para encontrar la solución.

Dicha salida siempre fue la marihuana, o el tabaco en menor medida. Siempre asocio los ataques de pánico y ansiedad a no poder controlar las emociones, a tal punto de que se desbordaban y salían a la vista de todos. Él nunca quería lucir vulnerable. No era aceptable en su personalidad mostrar alguna actitud débil en su rostro. La vida se trataba de ser duro y fuerte, así que cuando veía que los sentimientos se combinaban con el aire frio y caliente de la vida para formar un tornado devastador, intentaba ofuscar eso a como diera lugar.

Para su mala suerte, hubo dejado su cajetilla en la habitación en donde se hospedaba. Presumiendo que no sucedería nada anormal en un viaje del cuál volvería pronto y tenía que pasar desapercibido para volver a la casa del padre con la misma astucia con la que se fue, no fue una opción empacar aquel relajador paquete.

Se arrepentía, pero lejos de poder atormentarse, lujo de solo los nobles, tiene que correr escaleras arriba, a pesar que el dolor de sus golpes no sea completamente nulo. Con la misma intranquilidad, actúa torpe pero rápido para sacar toda la ropa de las bolsas de papel café y arrojarla a la bolsa negra en dónde tenía las prendas donadas. Sin más, vuelve a bajar trotando para correr afuera de la casa, cruzando la calle, para meter las bolsas en el contenedor de basura del vecino.

De vuelta a la vivienda del sacerdote, con la mente dispersa pero luchando para no irse del mundo real y con esa horrible sensación que es como un virus que ataca sin piedad y planea quedarse enterrado en la mente, provocando paranoia, vuelve a ir a la habitación para buscar su cajetilla y encendedor en el buró de la derecha y tomarla.

Con exhalaciones ansiosas, se encierra en el baño. Toma un pitillo de marihuana y lo enciende sin dudar. Deja que ese olor peculiar se cuele por sus fosas nasales, viajen por los bronquios, coloreen sus pulmones de la relajación fantasma para terminar atornillando su cerebro. Se siente como un alivio, mientras vuelve a dar una calada y en la cabeza el asunto comienza a disociarse.

El gusto no dura nada. Pues la puerta del baño se abre de par en par, apenas que puede levantar la cabeza para observar la figura del párroco frente a él. El cigarro se resbala de sus dedos hasta el suelo.

No estaba colocado. De hecho, rondaba en un estado entre allá en lo ido y acá en la ansiedad. Así que sus cejas se fruncen con molestia. Aunque al abrir la boca para soltar algo parecido a ¡Lárgate!, las palabras se quedan ahí.

Con ese horrible momento que sucede en su interior, sigue con los ojos como el sacerdote entra al baño hasta ponerse a su altura. Usa las dos manos para tomarlo de ambos lados del rostro y a pesar de la resistencia que pone el rubio, hace contacto visual.

—Aun no estas de viaje, ¿cierto? —cuestiona con una surrealista voz suave. Porque a ese punto, Roger pensó que le gritaría, discutiría y lo correría de su casa en menos de cinco minutos. Aunque aún no descartaba eso del todo, quizás solo era una trampa para tomarlo sobrio y entonces ahí, decirle que ya no lo quería ver más en su vida.

Al final, la cabeza rubia asiente pesadamente. Se sentía horrible estar en la mitad de eso. Y aún más, que la ansiedad que siente ofusque el intento de escapar un momento de su pesada realidad.

—Ven, hay que salir de aquí.

La cabeza de Roger hace un perfecto movimiento de negación repentina. Es brusco, casi tanto que estuvo a punto de golpearse con la pared de fondo. Las manos se ciñen al retrete en un agarre de hierro.

—Me va a encontrar —habla rápido, apenas distinguible—. ¿Para qué quiero salir? Me va a encontrar.

— ¿Quién te va a encontrar?

—Él, él es... Michael, lo odio, ¡lo odio! —exclama, con rabia e inquietud extrema en su cuerpo.

Brian le toma de los brazos, bajando y subiendo un poco las manos en un movimiento que intenta ser reconfortante para el rubio que desborda sus emociones—. Él no sabe que estas aquí, Roger.

— ¡Sí lo sabe! ¡SALÍ Y LO VI! ¡ÉL SEGURO ME VIÓ! —grita, apretando la mandíbula para ocultar el temblor que siente en ese punto—. ¡¿Y si me siguió?!

—Roger, mírame —pide el sacerdote. El chico entre su desgarradora incomodidad, intenta buscar el rostro del sacerdote—. Vamos a respirar lento, ¿okay? Intenta hacerlo conmigo.

El adulto inhala, pero el joven apenas precariamente puede imitarlo. Después exhala y el rubio en serio piensa que toda la situación es absurda. Necesita fumar un poco. O mucho porque esa mierda de respirar nos servía de nada. Mucho menos cuando su padre podría estarlo buscando desde ese choque en la parada de autobuses.

— ¡No, no, no, NO! ¡ES UNA MIERDA! ¡NO FUNCIONA! ¡Y ÉL ME VA A ENCONTRAR! —Se desata gritando. Deshaciéndose del agarre del sacerdote de los brazos y con movimientos bruscos, intenta tomar el cigarro que yace en el piso pero la mano del padre Brian lo detiene por la muñeca.

—Tranquilo, vamos a intentarlo de nuevo, Roger. —La voz sigue siendo suave pero a la vez un poco recta. Seguro el padre lo consideraba un inútil que ni respirar bien puede—. Nadie te va a encontrar aquí, yo no dejaré que alguien te haga algo.

¿Él? ¡¿ÉL?! ¡Una mierda! Nadie necesitaba protección de él, mucho menos el rubio. Todo era una basura. Él era casi un adulto, competente, si tantos años pudo sobrevivir a la escoria de afuera y de su familia, podía hacerlo con lo que quisiera. No necesitaba para nada que alguien velara por él, que lo "protegiera" ¿Qué era? ¿Una princesa en peligro? Jodida basura. Todo apesta. También él.

Así que con lo rápido que esos pensamientos lo atacan, Roger Taylor no quiere ser tan inútil y vulnerable como para tener que recibir protección. Era capaz de defenderse del horrible mundo él solo. Y quizás estaba perdiendo su tiempo, retrasando lo que estaba destinado a ser; un drogadicto de la calle. Pero solo. Sin ocupar a alguien más.

No era un niño. ¡Mierda, en serio no era un niño que necesitaba un papá responsable! Así que esa sola frase es suficiente para que todas sus facciones se transformen en furia reflejada y se levante del inodoro en cuestión de un segundo.

— ¡¡Yo no necesito un jodido padre pederasta que me proteja!!

Grita, pasando e incluso empujando a Brian a un lado para después salir corriendo del baño. Lo más rápido que puede, toma sus cosas esenciales mientras escucha al sacerdote diciéndole que necesita hacerle caso para tranquilizarse. Son movimientos torpes, temblorosos. Lo que sucede apenas se registra en la mente de Roger y cuando tiene los bolsillos llenos, sale corriendo de la habitación.

Con el adulto siguiéndole detrás intentando persuadirlo para que no se vaya, pues a personal no quería que un joven más terminara siendo asesinado, golpeado o abusado en la calle, Roger baja de dos en dos las escaleras.

Al final abre y cierra la puerta con un golpe determinante, justo en el momento en que Brian intentó estirar un brazo para detenerlo.

Los ojos avellana solo miran una puerta de madera por unos cuantos segundos. Inerte. Toma la perilla para abrirla y trotar afuera de la casa pero al voltear a ambos lados de la calle, no ve nada parecido a la figura de un chico. Intenta caminar un poco a un lado, vuelve para intentarlo del otro y es una desventaja vivir en una calle corta, porque es más rápido correr para desaparecer por las vueltas.

Roger se había ido. 

Predicador [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora