Capítulo 06

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Colándose a un lateral de la construcción, en un lugar dónde la gente no caminaba ni se escuchaban los ruidos de los feligreses haciendo sus respectivas actividades después de la celebración, Roger se recarga en una pared de loza gris.

Los pantalones holgados solo servían para una cosa, poder ocultar mejor la cajetilla de cigarrillos con esas enormes bolsas. Consideró inapropiado durante toda la semana fumar uno en la casa del párroco, además, no estaba en las condiciones físicas de poder salir al jardín y mantenerse ahí algunos minutos para tomar su adicción.

Así que aprovechando que no tenía ni una mirada encima en aquel escondite, saca uno. Acuna una mano cuando prende el encendedor y enciende la punta. Aspira dando una calada, reteniendo un poco ahí el humo y dejando que se deslice entero por la nariz.

De esa forma pasa el rato. Escucha a lo lejos ensayos del coro, tambien niños jugando por el terreno verde. Sonríe con burla cuando ve a una pareja de chicos de al menos unos trece y él no sabe que el rostro de ella es de desinterés total. Los autos pasan y, en ese día de mayo, las nubes parecen arremolinarse en lo que continuaría siendo una lluvia extensa que ha seguido desde hace semanas.

—A alguien van a regañar si lo encuentran fumando, ¿no crees, querido?

Roger gira su rostro de inmediato. Incluso mueve el cuerpo por la brusquedad y lanza un siseo por el dolorcito que llega. Sin tirar el cigarro, barre al sujeto que lo asustó de arriba hacia abajo. Cabello negro largo, no lo suficiente para caer pero la intencionalidad de eso era inminente. Le mira con un tanto de altanería, su ropa en la mayoría era negra y pantalones entallados.

El rubio sonríe cuando le ve las uñas de una mano pintadas de negro. Seguro era de los suyos—. Oh, mis pelotas tiemblan del terror. ¿Qué será de mí cuando el padre me vea fumando? Iré directo a detención y un reporte a mi expediente.

Aquel joven de cabello azabache gira la cabeza sonriendo sin enseñar los dientes. Avanza un par de pasos para quedar a un lado de Roger y con una mano que extiende, la cual suena por las pulseras colgantes que lleva, le da un golpecito en el hombro.

—Se un buen samaritano y dame de eso, niño bonito.

Le caía bien. Sin dudarlo nada le extiende el cigarrillo y lo ve dando una calada pequeña para después regresárselo. Alza las cejas un poco sin esperarlo, el tipo tenía modales.

—Ahora los dos iremos a detención.

Su nuevo compañero le sonríe incluso con la mirada de ojos cafés, alza una mano para chocar con la fría pared de piedra y dobla un poco la cadera para obtener una posición cómoda al recargarse—. Quizás puedas sobornar al director con algo bueno, tienes cara de tener una magnífica imaginación.

— ¿Quieres una buena idea? El confesionario no parece demasiado incómodo para las rodillas.

—Eres una perra. —Suelta el otro, apenas dándole una imitación de un golpe con la palma de la mano en el hombro. Ambos ríen. Al final el chico se endereza para preguntar—. No te había visto por aquí, ¿cuál es tu historia?

— ¿Historia? —cuestiona Roger para comprender mejor, dándole otra probada al cigarro.

—No es extraño que desde que llegó el padre Brian caigan como perros y gatos chicos de todos lados. Más que iglesia podría decirse que se convirtió en refugio —responde él, relamiéndose un poco los labios al final y sonando su nariz en las pausas—. Aunque la mayoría no dura ni un par de semanas, solo lo hacen para escapar temporalmente de la correccional.

—No soy un delincuente. —Se excusa con velocidad Taylor, quitando el cigarrillo de su boca y dejándolo entre el dedo índice y medio—. Solo ocasional consumidor.

—Tranquilo, querido, no voy a acusarte con los azules. —Lo último lo susurra como complicidad exagerada—. Pero escóndela mejor, ese cigarrillo también huele a marihuana si te acercas lo suficiente.

Roger olfatea de inmediato. El chico tenía razón, había ese olorcito característico, consecuencia de guardar los dos tipos de pitillo en la misma caja.

—Carajo —masculla, aunque no haría nada para ocultarlo, únicamente vuelve a fumar—. Supongo que tu historia es droga, tu...

—Freddie, cariño —completa la frase que buscaba su nombre. El azabache pasa una mano acomodando su cabello un poco—. De la verde, heroína, sacarle dinero a cualquier tipo con un acostón.

—Hm, ¿y este es tu retiro espiritual?

Él ríe, enseñando un poco los prominentes dientes pero oculta esa sonrisa de inmediato—. Toqué fondo, bonito. De una muy mala manera y, como dije, las opciones son la prisión o la iglesia.

— ¿Acaso hay diferencia?

—En la prisión no encontraras guardias tan buenos, amables y follables como los que hay acá, rubia. —Es un sinvergüenza, diciendo sus palabras con un encanto místico y seductor que podría atrapar a cualquiera. Le agrada demasiado, determina Roger—. Como por ejemplo, el que viene hacia nosotros.

Su cuello duele de la vuelta tan abrupta que da para ver al sacerdote, esta vez con la camisa negra doblada hasta los codos sin ni un suéter, caminar con paso firme hacia ellos. En su rostro, por primera vez para Roger, no hay una expresión amable. Tampoco mala. De hecho, es una cara seria que se mezcla con la amargura y sarcasmo.

— ¿Interrumpo su conversación? —pregunta, llegando justo al frente. Sus ojos son severos— ¿Freddie, de nuevo?

—Solo tomaba un descanso, vuelvo al coro —responde el azabache, rápido. Se desliza de esa situación con gracia y comienza a caminar para salir de la zona.

Roger queda solo, intentando cubrir con disimulo el cigarrillo que dejó caer a la tierra aunque el olor apestaba en todo el lugar. Por dentro, había un temor en esa mirada, considerando especialmente el asilo que el sacerdote le daba en su casa, aunque solo era una sencilla fumada. Todo el mundo lo hacía y no era pecado ahí ni en China. Drogas legales.

— ¿Tienes una cajetilla, Roger?

—Obviamente.

—Aunque es obvio que no puedo hacer nada para quitar tu consumo de tabaco, está prohibido hacerlo en la iglesia —explica el sacerdote. Roger bufa. Estaba en el exterior y solo bastaba caminar algunos metros para salir de los terrenos. Sin que se lo espere, él extiende la mano—. ¿Podrías dármela?

— ¿Qué? ¡No! —Su rostro se transforma en un instante. Inclinando las cejas, molesto, y arrugando su boca en una mueca—. Yo pagué por esto, es de mi propiedad y puedo decidir no dárselo.

—Estas pisando los terrenos de mi iglesia, donde hay reglas para todos y no cumplirlas tiene consecuencias —refuta el ruloso, convirtiendo la voz en una sentencia más estricta que solo hace al rubio acentuar su mueca de disgusto.

— ¡Ni siquiera sabía que no se puede fumar!

—Tienes un cartel justo arriba, Roger. —Parece increible la seguridad con la que el rubio dice aquello, pero el padre lo aclara. De inmediato, los ojos azules caminan un par de pasos para girarse a la pared en donde estaba recargado. Sí, ahí había un letrero—. ¿Me das la cajetilla?

El joven se aleja del sacerdote, negando en algo que se asemeja a una pataleta—. Esta guardada, no la sacare aquí.

Brian suspira, llevando una mano para apretar el puente de su nariz y la baja de inmediato. Acepta solo porque tiene cosas que hacer y el rubio no accedería ni con un milagro.

—Está bien, pero si te veo fumando por aquí te voy a pedir que te vayas a pasear un rato por el barrio hasta que sea hora de irnos, ¿quedó claro?

Con un rodar de ojos involuntario, el menor mueve la cabeza de arriba abajo. Al final el cura se da media vuelta y se aleja del lugar. Que exagerado era el padre Brian por un insignificante cigarro. 

Predicador [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora