Capítulo 08

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Aprovechando que en aquel miércoles escuchó la puerta principal de la casa abrirse en la mañana y al asomarse por la ventana vio que el auto del cura arrancaba para perderse al fondo de la calle Field, salió de la cama temprano.

No le importa en lo absoluto, pero al bajar de las escaleras va directo al mueble que sostiene el televisor de la sala de estar. Ahí, también hay un reloj de madera negra tallado con una técnica delicada. Pero lo interesante es que en la base tiene un pequeño compartimiento que alguna vez vio al adulto abrir.

Sus dedos toman la pequeña perilla y desliza el cajón. Sin prisa pero tampoco pereza, toma uno de los dos fajos de billetes de ahí. Cuenta sesenta libras y las separa del dinero que vuelve a meter en el espacio y cierra el reloj. Echa el fajo en la bolsa del holgado pantalón y después de pasar fugazmente a la cocina para tomar una manzana, sale de la casa del sacerdote.

Es caridad, ¿no? se dice en la mente a la vez que cierra con la llave que Brian le había dado para que pudiera salir cuando quisiera. No espera nada para dar una media vuelta y caminar en dirección a la parada de autobuses, bajando una cuadra.

Toma con tranquilidad la línea cuarenta y dos para sumergirse en un viaje. Hace dieciséis minutos para acabar en las calles comerciales, donde tiene que caminar un par de minutos más entre la gente para localizar una tienda de ropa de descuentos y entrar.

Nunca había tenido tanto dinero para gastar en ropa. Todo su armario constaba de años y años de recolección de prendas en lugares baratos como en el que estaba, sin embargo la opción de ir a su casa y llenar una maleta no era opción. De la misma forma, no era la primera vez que tomaba dinero ajeno, aunque en las ocasiones pasadas eran para pagar su marihuana, alcohol o con lo que fuera que experimentaría intoxicarse en esas ocasiones.

Así que bajo esa perspectiva, en aquella ocasión el dinero en sus manos estaba bendecido porque lo gastaría en algo de provecho, como lo era conseguir ropa de su estilo y no las indumentarias holgadas que había llevado por lo menos una semana y media.

Toma una canasta azul a la entrada de la tienda y comienza a localizar el pasillo de ropa. Los lugares donde se podía comprar cosas que sobraban de lugares más prestigiosos eran una maravilla. Todo podía conseguirse al menos al cuarto del precio original y no tenía que soportar gente pedante que miraban mal las prendas con menos ceros en la etiqueta.

Su prioridad son jeans celestes que encuentra rápido en su respectiva fila. Toma dos que a simple vista sabe que le quedaran perfectos y los echa. Después va a pasearse por las camisetas. Es un palacio por el cual deslizarse, pronto una negra con rayas rosas, otra blanca normal, de mezclilla, algunas otras con flores o decorados de diferentes colores están en su canasta. Se pasea probándose cosas y dejando otras más. Incluso mete un sombrero de ala ancha que era muy generoso con su precio y unos anteojos de marco dorado que estaban abandonados entre un montón de ropa que ya lleva en el rostro con intención de adueñárselos.

En el momento en que va a echarle un vistazo a los zapatos, a pesar de ya no tener dinero suficiente para comprarlos pero igual podía sacar un par de cosas a cambio si encontraba algo bueno, ve unos tirantes de colores llamar su atención.

Hace una sonrisa complacida, los toma para observarlos con cuidado y justo en el momento en que se levanta los lentes de sol para observar mejor, un dedo toca su hombro.

Se voltea con calma. No piensa en lo absoluto que podría ser el sacerdote y para la suerte de su delito, es el chico que conoció en la iglesia.

Llevaba el polo azul marino de los empleados de la tienda, también le sonreía de par en par—. Eso es demasiado gay, querido, hay maneras más discretas de decir que necesitas un aplauso en el culo.

Predicador [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora