CAPÍTULO XXII

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Los Senju fueron invitados a comer con los Hyuga, y de nuevo la señorita Hyuga tuvo la amabilidad de escuchar a Akasuna durante la mayor parte del día. Sakura aprovechó la primera oportunidad para darle las gracias.

—Esto le pone de buen humor. Te estoy más agradecida de lo que puedas imaginar —le dijo.

Hinata le aseguró que se alegraba de poder hacer algo por ella, y que eso le compensaba el pequeño sacrificio que le suponía dedicarle su tiempo. Era muy amable de su parte, pero la amabilidad de Hinata iba más lejos de lo que Sakura podía sospechar: su objetivo no era otro que evitar que Akasuna le volviese a dirigir sus cumplidos a su amiga, atrayéndolos para sí misma. Éste era el plan de Hinata, y las apariencias le fueron tan favorables que al separarse por la noche casi habría podido dar por descontado el éxito, si Akasuna no tuviese que irse tan pronto de Hertfordshire. Pero al concebir esta duda, no hacía justicia al fogoso e independiente carácter de Akasuna; a la mañana siguiente se escapó de Longbourn con admirable sigilo y corrió a casa de los Hyuga para rendirse a sus pies. Quiso ocultar su salida a sus primas porque si le hubiesen visto habrían descubierto su intención, y no quería publicarlo hasta estar seguro del éxito; aunque se sentía casi seguro del mismo, pues Hinata le había animado lo bastante, pero desde su aventura del miércoles estaba un poco falto de confianza. No obstante, recibió una acogida muy halagüeña. La señorita Hyuga le vio llegar desde una ventana, y al instante salió al camino para encontrarse con él como de casualidad. Pero poco podía ella imaginarse cuánto amor y cuánta elocuencia le esperaban. En el corto espacio de tiempo que dejaron los interminables discursos de Akasuna, todo quedó arreglado entre ambos con mutua satisfacción.

Al entrar en la casa, Akasuna le suplicó con el corazón que señalase el día en que iba a hacerle el más feliz de los hombres; y aunque semejante solicitud debía ser aplazada de momento, la dama no deseaba jugar con su felicidad. La estupidez con que la naturaleza la había dotado privaba a su cortejo de los encantos que pueden inclinar a una mujer a prolongarlo; a la señorita Hyuga, que lo había aceptado solamente por el puro y desinteresado deseo de casarse, no le importaba lo pronto que este acontecimiento habría de realizarse.

Se lo comunicaron rápidamente a sir Hiashi y a lady Hyuga para que les dieran su consentimiento, que fue otorgado con la mayor presteza y alegría. La situación de Akasuna le convertía en un partido muy apetecible para su hija, a quien no podían legar más que una escasa fortuna, y las perspectivas de un futuro bienestar eran demasiado tentadoras. Lady Hyuga se puso a calcular seguidamente y con más interés que nunca cuántos años más podría vivir el señor Senju, y sir Hiashi expresó su opinión de que cuando Akasuna fuese dueño de Longbourn sería muy conveniente que él y su mujer hiciesen su aparición en St. James. Total que toda la familia se regocijó muchísimo por la noticia. Las hijas menores tenían la esperanza de ser presentadas en sociedad un año o dos antes de lo que lo habrían hecho de no ser por esta circunstancia.

Los hijos se vieron libres del temor de que Hinata se quedase soltera. Hinata estaba tranquila. Había ganado la partida y tenía tiempo para considerarlo. Sus reflexiones eran en general satisfactorias. A decir verdad, Akasuna no era ni inteligente ni simpático, su compañía era pesada y su cariño por ella debía de ser imaginario. Pero, al fin y al cabo, sería su marido. A pesar de que Hinata no tenía una gran opinión de los hombres ni del matrimonio, siempre lo había ambicionado porque era la única colocación honrosa para una joven bien educada y de fortuna escasa, y, aunque no se pudiese asegurar que fuese una fuente de felicidad, siempre sería el más grato recurso contra la necesidad. Este recurso era lo que acababa de conseguir, ya que a los veintisiete años de edad, sin haber sido nunca bonita, era una verdadera suerte para ella. Lo menos agradable de todo era la sorpresa que se llevaría Sakura Senju, cuya amistad valoraba más que la de cualquier otra persona. Sakura se quedaría boquiabierta y probablemente no lo aprobaría; y, aunque la decisión ya estaba tomada, la desaprobación de Sakura le iba a doler mucho. Resolvió comunicárselo ella misma, por lo que recomendó a Akasuna, cuando regresó a Longbourn a comer, que no dijese nada de lo sucedido.

Orgullo y prejuicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora