Capítulo 2: Presión

46 17 8
                                    

Ningún metal puede ser realmente útil si no es forjado y tratado térmicamente. Esto es un proceso usado desde la era medieval para el trato del metal y creación de armas e instrumentos; desde una espada a un simple clavito. Bien es cierto que no todo puede salir bien siempre, pero para eliminar la mayoria de minerales que contiene el hierro y juntar mejor las moléculas de hierro dificilmente exista mejor proceso... Obvio, sé que dirán que no estamos aquí para hablar de procesos físicos, ni de aleaciones, pero no por eso estamos exentos de vivirlo a cada momento.

El niño aquel al fín tenía nombre: Wilmer Alberto. Sólo que al tener el mismo nombre del padre, le decían Alberto para no complicarse mucho. Nunca destacó el niño por ser muy... Tranquilo. Se volvió un volcán desde niño.

Cuidado y vigilado por su abuelita, iba creciendo aquel niño alejado de la tutela de papá. Era preocupante para esa cabeza plateada de experiencias y de toda una vida ser cuestionada por el curioso niño sobre dónde estaba su mamá. Le regaló la puerta de la nevera para forrarla de adornitos de nevera que cuidadosamente cada sábado iban a comprar. Sí, él no pedía ropa, pedía adornitos para la nevera, por extraño que parezca.

Es supérfluo siquiera intentar meterse en el alma y el corazón de la señora Bertha tratando de encontrar las palabras correctas para explicarle a esa criaturita la inefable realidad...

Nunca lo dijo pero sé cuánto sufrió. Cuánto se quitó a veces una arepita ella para dársela a Albertico; de lo amargo que era cada café en la mañana de pensar qué se iba a hacer con ese niño que tanto pregunta. Pendejo bien lejos está de ser, quizás pensó. No era atea y de verdad no tengo idea a cuántos dioses rezaría para protegerlo... Ella pensó mil y una veces que sería de la vida de Albertico si ella estaba ya mayor.

Pero estoy seguro que cada segundo ése niño la vió como su heroína, su ángel guardián...
Albertico le insistía: --Abuelita, ¿Donde está mami Nellyda? Yo la quiero ver--
No hay recuerdo de haber escuchado algo distinto a un: -- Papito (Así le decía de cariño), ella se fué a buscar una estrella sólo para ti.--

Desde allí, creo que ni la antigua Grecia se fascinó tanto por las estrellas como lo hacía Alberto. En las noches aragüeñas siempre estuvieron los ojos de él observando al cielo a ver si acaso en una estrella fugáz bajaba su mamá. La obscuridad de la noche con el cielo pleno venezolano se volvieron el deleite predilecto desde entonces. Veía en todas partes a su mamá. Creo que de cierta forma, él sin darse cuenta amó y amará por siempre a ésa abuela Bertha por todo cuánto dió ella por él.

Todos sus cumpleaños (22 de mayo) siempre fueron únicos... Cuando cumplía años, siempre había algo distinto para sorprenderle y es que siempre cualquier regalo sea el más ostentoso o no, siempre le llenaron los ojitos de alegría. Consentido y mimado por su abuela; se sintió completo, fué pleno y empezó a desarrollar mucho potencial. Regularmente se volvió el alma de las fiestas por sus ocurrencias y carisma; por jugar siempre y ser feliz por encima de cualquier situación. Su curiosidad le llevó al sempiterno camino de la lectura; del querer saber más cada vez. Desde muy pequeño ya estaba interesado en querer comerse el mundo: le quitaba los periódicos a sus tíos sólo para intentar leer él. Creo que la única manera de que el tío descubra por qué se perdían sus periódicos es que lea éste libro...

En pormenores más o menos: cumplía 5 años. Una fiesta completa de Tiger, personaje de Winnie Pooh, era el elegido; en la casa de la tía Betty. Usualmente, la abuelita Bertha le gustaba esas fiestas para reunir a todos los tíos del niño, a sus primitos y pasar días distintos. Entre tortas y comidas deliciosas se pasaban las horas completamente... En veces la abuelita se iba a dormir a su casa por lo tarde que ya era y dejaba a Alberto con sus primos ¡Vaya error! Como cualquier niño consentido, era el momento más dramático de todos... Haciendo berrinches por la abuela hasta que le ponían "Pequeños Planetas". Santo Remedio...

Todo era tan perfecto y tenía tanto sentido. Todo tenía su lugar, todo tenía su forma... La luminiscencia del alma de ese niño sería marcada por un inicio infantil tan pleno como su abuelita quiso y supo darle.

Personalmente no creo que exista mejor diálogo para agregar que éste... Para mi gusto, conserva demasiado órden absolutamente todo hasta aquí, tomó cierto rumbo toda esta trama lo cual no deja de aturdir la voluntad de si seguir leyendo esta historia o no. Particularmente considero que la vida es un desastre desde cualquier punto en el que se le pueda ver; lo sé, suena pesimista. Pero creo que la creencia de que el desastre es malo definitivamente ha creado en nosotros el positivismo, la ideología de que todo lo que sale bien es lo que necesitamos... Si pudiera objetar ese pensamiento tan arraigo en nuestra conciencia y modificarlo: de los desastres es de donde verdaderamente se trabaja la bonhomía de cada uno de nosotros, donde entendemos lo torcido que se pueda poner todo y encontremos la plenitud de cambiar esa realidad, y ¡Vaya que estaba a punto de pasar!

Wilmer, padre de Alberto, decidió por fin "reformar" su vida junto a los 2 hijos que no había atendido del todo como deseaba. La abuelita de Alberto quería y a la vez no dejarlo ir. No está demás decir que Alberto para nada le parecía buena idea el irse con un padre que no conocía sinceramente, pero tampoco tenía la edad como para exponer criterios ni tomar posiciones. Era su papá al final de cuentas, lo amaba.

Se consumó su partida y cada día su vida cambiaba más... Ya no podía contar con adornitos para la nevera, ya siquiera comiquitas podía ver. Llegó a un hogar "cristiano evangélico" que no era del todo amigable con él. Reinaba la apatía en general, un lugar gris en el cuál su padre quería internarlo junto a su hermana buscando crear el concepto de familia feliz. Una tercera hermana vino en camino, llamada Karen, hermana que costaba llamar así por ser hija de su madrastra... Perdón, su "nueva madre".

Era complicado adaptarse, pero para un niño feliz, creo que era difícil mermar su voluntad. Los castigos para Alberto empezaron a florecer: lecturas interminables que empezaron a ser gratas, tertulias enteras leyendo la biblia cuando podía muy bien jugar como cualquier niño de su edad... Esos castigos eran tediosos, pero lo hacían crecer en conocimiento. Extrañaba mucho cada día a su abuelita, ya había pasado un año en aquella casa.

Los desastres de la vida definitivamente pueden modificar nuestra idiosincrasia a tales puntos de lastimar, pero definitivamente si sabes sobrellevarlo, pueden edificar más de lo que destruyen. Pero ¿Cómo llamarlo cuando tienes 6 años? ¿Cómo explicarle al alma que ya no tendrá un pedazo de ella?

La respuesta es simple: no hay forma. Se ha descompletado una parte de la esperanza en volver al lugar que fué su primer hogar con lo que paradójicamente, es el descanso eterno. Su abuelita Bertha fué a acompañar a mami Nellyda.

Era su velorio y sinceramente, él estaba feliz porque volvería a verla. Triste es que estaba en esa caja... Con ese olor. Esas rosas muertas, coronas. No era fácil entender la muerte para él y ya empezaba a comprender por qué no encontró a mami Nelly en las estrellas, pero no lo quizo asumir. Llamó mil veces a la urna
--Abuelita, despiértate, aquí estoy-- pero parecía no escuchar.

Desde entonces, dedicó el espacio vacío de su alma a extrañarla. Eso que llaman familia, era triste saber que no se reunirían nunca más. Ése velorio fue una despedida que sepultó el calor de ése mito llamado hogar...

No existe mayor presión, quizás, ni siquiera para un corazón de hierro y un guerrero de 6 años ya la estaba asumiendo.

La Sombra del Caballero de 1001 BatallasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora