Capítulo 4: Talentos

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"Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo" Efesios 4:7

Sin miedo a equivocarme creo que todos tenemos algo especial, lo que nos distingue de cada uno... Ése sello especial a cada reacción, cada momento; ése toque, el "nosequé"... Parto de la idea de que muchos de ellos se van desarrollando, siendo estimulados directa o indirectamente por lo que vivas.

El teatro definitivamente llenó un gran vacío en ti, empezaste desde muy niño a interesarte en los distintos tipos de reacciones de las personas, te encantaba adentrarte en el juicio ajeno para encontrar respuestas para ti. Tenías que hacer de Cristo en la iglesia donde creciste, no lo sabías pero creías poder asumir ese reto. Un abrigo blanco dispusiste para ello, resolviste en tenerlo como tu vestuario; al no tener más, era suficiente. Era el parlamento más corto de la vida, pero la vida entera querías dar por aprenderlo y si servía para aislarte de tanta cosa insana como lo era tu propia casa, servía.

Pero no pudiste aprenderlo, tenías otras cosas pendientes por hacer, responsabilidades implícitas en la iglesia: indirectamente eras el pastor de jóvenes ya, con sólo 8 años. No era lo más deseado, pero vaya que te sentías querido así sea un rato. El teatro a diferencia de la oratoria de un predicador lograba acertar más en tus ganas de comunicarte y de ser comprendido, lugar donde sabías que no querías salir sino crecer.

Mas no era tu voluntad escuchada, nunca lo fué. Pero al ser tan niño, no te centraste en rencores por demás sino que potenciaste tu manera de organizar las ideas y expresarlas. Ya tu nivel académico era muy superior a causa de esto, poseías el poder de la inteligencia para investigar y curiosear todo aquello que tanto querías saber. Te encantaba la manera de debatir y encontrarle lógica hasta a lo más ilógico...

Empezaste a entender qué significaba amar, querer... Entendiste que no era lo que tenías pero era lo que trabajarías siempre en tener. En algún punto, la iglesia te llevó a ponerte tras un teclado cuando tu propio profesor de teatro se dió cuenta que no te iba del todo mal cuando organizaron la coral de ése diciembre. Cada nota musical la reconocías con facilidad, pero francamente no le ponías el empeño que los demás querían de ti. Quizás tu mejor forma de protestar era prepararte para el futuro en silencio, aguantando el dolor del maltrato por no querer siempre jugar con tu hermana menor sino leer y tener mejores formas de obtener respuesta a lo que creías justo. Era preciso callar...

La música era como el respiro a aquello que todavía no podías expresar por miedo, por no saber cómo hablar, por temor de ti mismo...

No existía noche en que el mismo Dios posara su mano en tí para protegerte, y de haberse olvidado, yo le hubiera recordado. Era recurrente el hablar siempre con Alejandra, tu hermana mayor esperando entender que todo ése calvario lo valdría... Algún día.

Pero cada lágrima tuya te limpió, te hizo fuerte y brillante, lúcido y coherente para seguir adelante.

El escenario era una meta para ti no muy lejana a cumplir, no por el reconocimiento o fama, sino por sentirte tú. Sentirte fluír, que todo aquello que algún día visualizaste puedas plasmarlo en ti, lo bueno, lo que haga crecer... El idioma sólo es el código de expresión, quedan otro montón de sentidos por llenar y cautivar, señales que dar el cual querías saber todas y cada una de ellas para que tu mensaje, el que sea que tengas para dar, llegue a donde quieres estar. Nunca se trató de ambición, sino desear y trabajar porque cada cosa que se encuentre en ti sea para crecer y dar paz, sin alejarse de la razón...

Iniciaste en vivir la forma en que amas.

La Sombra del Caballero de 1001 BatallasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora