Carta Dos

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Querida mía:

Hoy lo tengo decidido, y quiero amarte, bajo el azul de las alturas, el cual desprende un rayo de sol poderoso, un rayo de amor eterno, para dorar las espigas y las naranjas, las flores y los verdes parajes, y encender los corazones y ennoblecer el pensamiento y engendrar acciones grandes y generosas. Siento que recorro la tersura de tu piel bajo aquel sol, que me hundo en el aroma de tu cuello cálido y esbelto, el cual guarda el olor de la tierra mojada, al dulzón epicarpio cuyo fruto saborean ya mis labios, acaricia ya mi olfato. Pero soy injusto contigo, por el Amor, mi único Dios, que es testigo de lo que se asienta aquí en mi pecho, absoluto y pleno. Te deseo. Te deseo ahora, y por toda una eternidad y no por uno solo de los muchos instantes de un intenso placer que tan pronto se haría remoto y ausente.  Llego a ti, llego a vos, y ahora sí ya caben todos los instantes en uno solo (el de la vida): en los que me besas y yo te beso, en los que te abrazo y me abrazas, en los que agonizo y agonizas. En el que nos abrasamos, ígneos de ternura, y nos saciamos la sed y el hambre, el uno en el otro. Te diré una cosa que ya estuvo escrita por el poeta Rubén Darío: "¿Ves aquel nido? Hay un ave. Son dos: el macho y la hembra. Ella tiene el buche blanco, él tiene las plumas negras. En la garganta el gorjeo, las alas blancas y trémulas; y los picos que se chocan como los labios que se besan", y sería así de sencilla nuestra unión, nuestra pasión, como la de esas aves que se besan, como esas flores amarillas que te envidian. Lo nuestro será tan simple y violentamente tierno como la unión entre dos continentes..
Tuyo siempre..

El último AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora