Capítulo 4

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Era un hecho, Elizabeth y su don de meterse en problemas habían vuelto a hacer de las suyas. Ahora que Estarossa sabía con quién estaba, será más fácil para él jugar con ella y su hijo, pero no tenía otra opción. Bueno, de hecho sí la tenía.

El celular de Elizabeth desapareció de sus manos y al girar para ver quién se lo había quitado, se encontró con el rubio y una cara de molestia.

— Hola Estarossa, veo que te gusta jugar a las atrapadas.

— Meliodas cuánto tiempo, la última vez que hablamos fue cuando maté a Liz.

— Cierra la boca maldito.

— ¿Podrías pasarme a la belleza de Elizabeth?

— ¡No quiero que la vuelvas a llamar así!

— Que genio. Sabes que muy pronto te atraparé y te mataré como lo hice con Liz.

— Te estaré esperando y seré yo quien te meta una bala en la cabeza.

El chico colgó y tiró el celular al suelo para luego pisar lo dejándolo disfuncional para siempre.

— ¿Qué te pasa?

— ¿Qué me pasa? ¡¿Qué te pasa a ti?!

— ¡A mí no me pasa nada, pero tú tiraste mi celular y lo rompiste!

— ¡¿Y crees que eso me importa?! ¡Yo no dejaré que rastreen tu celular y te hagan algo a ti o a tu hijo!

Elizabeth se quedó callada. Sabía que Meliodas tenía razón, si lograban localizarlo podría pasarle algo a su hijo, o a él. Y ella no quería que ninguno de los dos saliera lastimado por su culpa.

— ¿Por qué? —comenzó a llorar— ¿Por qué no solamente cumpliste lo que prometimos por Liz?

— Deja de meter a Liz en todo esto.

— No puedo… —decía llorando— La traicioné de la peor manera.

— Fue…

— Fue un error, ¿no?

— ¿Te arrepientes?

— Ella te quería —dijo evadiendo la pregunta—. ¿Por qué terminaron?

— ¿Cómo lo sabés?

— Gelda me lo dijo, terminaron dos años antes de su muerte. También me dijo que sus peleas comenzaron un mes después de que me fui.

— Eh… A ella le dolió mucho tu partida. Fue repentina.

— ¿Fue por eso?

— … Sí.

— Fue mi culpa —el chico quería negarlo, pero él sabía que sí había sido la culpa de ella en cierto modo—. Destruí la vida de mi hermana por completo.

— No lo hiciste.

— Sí, lo hice. Ni siquiera pude ir a su funeral porque mi madre no tuvo la dignidad de decirme que…

— Yo no la dejé.

— ¿Qué?

— Yo no permití que ella te llamara.

— ¿Por qué? ¡¿Con qué derecho lo hiciste?!

— ¡Porque tenía la esperanza que siguiera viva!

— ¿Qué?

— Nunca encontramos su cuerpo —su voz comenzó a cortarse—, pero nunca volvió a aparecer. Fueron dos meses en los que la estuve buscando —comenzó a llorar— porque no quería que sufrieras por la muerte de Liz.

¿Te arrepientes?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora