Capítulo 8

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Todos se encontraban muy temprano en el CIS entregando su reporte sobre la investigación de Estarossa. El Rey Demonio checaba cada uno con detenimiento mientras los trabajadores se encontraban en su escritorio cada uno.

— ¿Y ya compraron lo que iban a necesitar?

— Claro que sí hermanito, muchas gracias por el dinero.

— Aún no entiendo por qué mandaste a Ban a pedírmelo.

— Sentía que ya te había pedido mucho.

— Además fue divertido pelear contigo para recibir el dinero.

— Para los demás no es divertido escuchar como pelean, sobretodo si no reciben ayuda ¿verdad Capitán?

— ¿Mande?

— ¿Te encuentras bien, Capitán? —dijo el chico de lentes llamando la atención del líder de los mandamientos.

— Sí, estoy perfecto.

— Otra vez con la mirada perdida Capitán. ¿Por qué no dices de una vez lo que te tiene así?

— Tú deberías estar en tu investigación, Merlín.

— Recuerdo que me dijiste que pedirías ayuda —señaló al chico que no dejaba de verlos.

El rubio bufó, bajó sus pies del escritorio y se levantó de su silla. Se dirigió a la parte que era exclusivamente de los mandamientos y llamó la atención de todos.

— ¿Qué necesitas, hermano?

— Necesito que me ayuden a investigar a la aliada de Estarossa.

— ¿Y desde cuándo tú nos pides ayuda? —preguntó Galand con todo de burla.

— Desde que perdí una apuesta con Merlín.

— Te ayudaremos. Melascula, Ray Road, vayan con Merlín.

— Yo que le estaba ganando a Fraudin.

— Tendremos nuestra revancha.

— Ya dejen ese juego de ancianos y vámonos —los dos mandamientos salieron y todos regresaron a sus asuntos. Más bien, casi todos.

— Meliodas, ¿Elizabeth está en la casa?

— Sí, y me serviría mucho que fueras con ella. Por si la aliada aparece.

— Yo voy.

— Ten cuidado.

— Lo tendré —salió del CIS.

— Tú y yo tenemos que hablar, pero allá afuera.

Los dos hermanos salieron lentamente. Ya en la puerta ambos encendieron dos cigarros y comenzaron a fumar en un silencio muy efímero.

— Estás distraído.

— Estaré bien.

— No podrás con la misión hasta que no sepas quién es el padre del niño.

— Necesito saberlo.

— Lo sé… Dirás que estoy loco, pero ese niño se parece mucho a ti.

— ¿Qué?

— Y ese ojo tapado es muy sospechoso.

— Solo es un niño que se cree un pirata.

— Créeme que si no supiera que tú y Elizabeth nunca tuvieron algo juraría que ese niño es tuyo.

El cigarro del rubio cayó al suelo segundos después de lo que había dicho Zeldris. Él lo miró extrañado por su reacción y se preocupó un poco ante sus sospechas que comenzaba a tener.

¿Te arrepientes?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora