- Noel... - susurró Peirce, cayendo presa de la culpa.
- No te preocupes, al fin y al cabo, no se dará cuenta - le alzó el mentón suavemente hasta que dirigió esa misma mano a su cuello-. En Berlín no hay más que negocios.
Le dio un corto beso en los labios.
- No tardaré en arrepentirme de todo esto - dijo ella, retirándose el cabello del rostro.
- Probablemente, Amalia - se encogió de hombros-. Piensas mucho en las cosas. ¿Me regalas un cigarro?
Till se puso de pie. Una pequeña sonrisa adornaba su rostro, la misma inquietante sonrisa que le dedicó cuando se conocieron. Peirce bajó la mirada y se levantó en busca de los cigarros. Encontró la cajetilla bajo sus pantalones, la mitad del contenido había sido aplastado, pero la otra mitad estaba casi intacta. Se puso uno entre los labios, mas no lo encendió. Arrojó la cajetilla sobre las cobijas.
- Esto no se repetirá de nuevo, Till.
Le avisó al momento de que éste le dio fuego al tabaco.
- ¿Está segura, señorita Peirce?
Ella negó con la cabeza.
° ° °
- ¿Estuviste muy ocupada ayer?
- Hubo tanto trabajo - contestó Pierce-. No me dejó dormir.
- ¿Por qué aceptaste el trabajo? Te pagarán una miseria, no me digas que declinaste otras ofertas por ir a Berlín.
Eran las seis de la mañana, Amalia luchaba porque la voz no se le quebrara y por no dejarle colgado. Se miró al espejo, percatándose de una manchita roja en el valle de los senos, cubrió con una mano la evidencia de la noche anterior.
- Peirce, te estoy hablando.
- Tengo que salir de mi zona de confort, Noel. No me cuesta nada ayudar en un proyecto de bajo perfil. Además, no necesito mucho dinero, soy feliz dirigiendo.
Él se rió, incrédulo.
- Como tú digas... Bueno, ¿y qué tanto hiciste anoche que te desvelaste?
Amalia Peirce apretó los labios, no era buena mintiendo. ¿Cómo le ocultaría aquello? ¿Cómo le mentiría sobre eso si la culpa le empezó a carcomer apenas Till abandonó el cuarto?
- Nada que te pueda interesar, Noel. Créeme.
Conversaron unos treinta minutos sobre el trabajo de él, sus colegas, etcétera. Amalia fingía que aquello le importaba, pero en realidad rememoraba una y otra vez lo de hace unas horas. Finalmente, se despidieron con un "te amo".
Con un montón de emociones entremezcladas Peirce se vistió, se perfumó y se maquilló por primera vez desde que abandonó Nueva York. Se alborotó el cabello antes de salir del hotel. La fresca brisa mañanera le hizo recobrar fuerzas y Amalia Peirce en vez de subir a un taxi, decidió caminar, no conocía la ciudad, pero prestó especial atención al recorrido desde el hotel hasta el estudio. Compró más cigarrillos a pesar de no haber terminado los otros y se tomó el tiempo de admirar cada monumento importante de Berlín. No comprendía el sentimiento de la culpa; se sentía mal, luego se sentía bien, después mal de nuevo...
Hellner y ella se toparon en la puerta del edificio, dispuestos a trabajar en aquel vídeo. El resto del equipo de edición no tardó en llegar.
Arrojó sus cosas sobre un sofá negro ya muy viejo, prendió un cigarro para entrar en calor y se dispuso a trabajar.
- Creo que mi favorito es éste - Robert, el asistente de fotografía alzó una foto de Schneider-. ¿Y el suyo, directora?