O4

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Frío. Todo su cuerpo estaba extremadamente frío, casi como si fuese un témpano de hielo, se abrazó a sí mismo. Sus pasos eran lentos ya que aún dolía, los moretones en sus muslos no lo dejaban caminar debidamente, intentó cubrir sus hombros desnudos con la chaqueta del uniforme aunque esta estaba algo rasgada.

No había dormido en todo ese tiempo, cada vez que cerraba sus ojos, las escenas estaban ahí, se repetían una y otra vez dolorosamente. Su ronca voz susurrándole cosas en el oído, sus manos, sus sucias y grandes manos mancillando su cuerpo, recuerda también su risa, mientras él se ahogaba en su propio dolor. Intentó gritar pero sin embargo nadie lo escuchó.

El sol empezaba a esconderse y pronto la oscuridad reinaba, seguía caminando sin rumbo fijo, sin importar nada, hasta llegar a un pequeño parque en donde habían algunos niños jugando y madres conversando. Nadie advirtió su presencia.

—Oye, no llores, mi mami dice que la gente linda no debe llorar. —Escuchó una suave vocecita. Al alzar la cabeza vio a un niño de unos cinco años, aproximadamente, de pie frente a él sosteniendo una enorme piruleta roja.

Hizo una mueca que se suponía era una ligera sonrisa. El niño tan inocente como era, ajeno a la maldad que había en el mundo, Seungmin deseaba que nunca ningún niño tuviera que descubrir eso por su cuenta.

—No estoy llorando. —Respondió suavemente mientras usaba sus temblorosas manos para quitar sus lágrimas—, solo estaba triste.

—¿Triste? —El pequeño ladeó la cabeza en confusión. —¿Por qué?

Un nudo incómodo se formó en su garganta.

—Perdí... perdí algo muy importante para mí. —Susurró.

El niño hizo un pequeño puchero, abrió la boca dispuesto a hablar, pero una mujer de cabello corto se acercó tomando al niño por la muñeca, ignorando su presencia.

—Jeongin, me asustaste, ¿qué haces aquí hablando solo? —Dijo la fémina mientras acariciaba el cabello del pequeño.

—Estaba hablando con él, mami. —El niño señaló en su dirección.

Honestamente, Seungmin esperaba que la mujer mirara su deplorable estado, que preguntara algo, cualquier cosa. Esperaba que alguien por primera vez lo escuchara.

—Ahí no hay nadie, Jeongin. Ya vamos a casa. —Dijo ella, tomando la manito del menor para alejarse.

Jeongin se despidió con su otra manito, sonriendole. Algo en Seungmin dolió muchísimo, ¿nadie? ¿él era nadie ahora? Se puso de pie, para luego seguir caminando.

No sabe cuántas horas volvió a caminar hasta que se vio de pie en frente de su casa. Volteó la mirada, no había ningún auto, estaba oscuro. Igual que aquella noche. Abrió la puerta, lo cual se le hizo interesante ya que no cargaba llaves, supuso que alguien había salido y dejó abierto. Cuando entró a su casa todo era fúnebre y triste.

Su madre estaba sentada en la sala, llorando, mientras miraba un portarretratos.

—¡Mamá, ya estoy aquí! —Gritó esperando llamar su atención.

Pero ella no hizo ni dijo nada. Siguió llorando mientras abrazaba aquel objeto que contenía una foto suya.

—¡Mamá! ¡Mamá! —Las lágrimas querían salir de sus ojos—. ¡Mami! ¡Mamá! ¡Soy yo, soy Seungmin! ¡Ya volví a casa!

A pesar de los gritos, la mujer parecía no escucharlo. Seungmin se derrumbó en llanto en el suelo mientras abrazaba su propio cuerpo, rogando a cualquier entidad existente, que su madre alzara la vista, que lo viera.

Sin embargo, se quedó ahí, muy quieta. Llorando y lamentándose.


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