La bendicion de los dioses

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Elin sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de Aslaug, aunque envueltas en misterio, resonaban con una verdad inquietante. La habitación, iluminada solo por la luz temblorosa de las velas, se sentía más pequeña, como si las sombras se acercaran.

—No... no sé de qué señales hablas. No soy más que una persona normal. No entiendo por qué he sido traída aquí —respondió Elin, intentando mantener la calma.

Aslaug se acercó más, su figura imponiéndose en la penumbra, pero sus movimientos eran tranquilos, casi maternales.

—Elin, nada de esto es un accidente. Los dioses han tejido su destino en los hilos del tiempo, y tú eres parte de ese tejido. He soñado contigo muchas noches, viéndote rodeada por el agua, protegida por fuerzas que no comprendemos del todo. Los hijos de Ragnar creen que eres la hija de Odín, una enviada para guiarnos en un tiempo de gran oscuridad.

Elin estaba atónita. Sus pensamientos se arremolinaban en su mente, intentando encontrar sentido a todo lo que estaba escuchando. ¿Podía ser cierto? ¿Podría ella ser alguien más que una simple mujer atrapada en un lugar y tiempo que no reconocía?

—Pero, ¿cómo puedo ser yo esa persona? No soy más que... alguien perdido, sin memoria de cómo llegué aquí —dijo Elin, con un tono de incredulidad y confusión.

Aslaug la observó con una mezcla de compasión y severidad, como si estuviera evaluando si Elin era realmente quien creían que era.

—La memoria es un regalo y una maldición. A veces, los dioses nos quitan los recuerdos para que podamos empezar de nuevo. Lo que importa es lo que harás a partir de ahora. Las señales son claras para aquellos que saben dónde mirar. Y ahora que te hemos encontrado, debemos actuar.

Antes de que Elin pudiera responder, un golpe seco resonó en la puerta, y un hombre joven, de complexión fuerte y ojos intensos, entró en la  habitación Elin se sobresaltó al ver al hombre que entraba en la habitación. Era alto, con una presencia imponente y un aire de autoridad que llenaba el espacio. Su cabello oscuro caía en trenzas gruesas sobre sus hombros, y sus ojos, de un azul helado, parecían escrutar el alma de Elin.

—Madre, los dioses han hablado —dijo el hombre, dirigiéndose a Aslaug con una voz profunda y controlada—. Hemos visto las señales en el cielo. Elin debe ser llevada al gran templo para recibir la bendición de los dioses.

Elin dio un paso atrás, su corazón latiendo con fuerza. La idea de ser llevada a un templo, de enfrentarse a un destino del que no tenía control, la llenaba de un temor indescriptible.

—¿Bendición? ¿Qué bendición? —preguntó Elin, tratando de mantener la compostura mientras miraba al hombre y luego a Aslaug.

Aslaug levantó una mano en un gesto tranquilizador, aunque su mirada no perdió ni un ápice de su intensidad.

—No temas, Elin. El gran templo es un lugar sagrado donde los dioses se comunican con nosotros. Es allí donde descubriremos tu verdadero propósito. Los dioses te han traído de vuelta por una razón, y debemos saber cuál es.

El hombre asintió con solemnidad, sus ojos nunca apartándose de Elin.

—Debes confiar en nosotros. Odín tiene grandes planes para ti, y los hijos de Ragnar estarán allí para protegerte y guiarte. Pero debemos darnos prisa, los enemigos de Kattegat también han visto las señales. Si descubren quién eres, vendrán por ti.

Elin tragó saliva, sintiendo la presión de las expectativas que caían sobre ella. Sabía que resistirse no era una opción; debía averiguar por qué estaba allí y qué papel tenía que jugar en esta historia que parecía escrita por los mismos dioses.

Elin | VikingosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora