uno

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Traspasé las puertas del instituto como todos los días, acomodándome el cabello y con la mirada seria. Hoy sería un día agotador en el que no soportaría a ninguna de esas chicas que me saludan radiantes en la mañana.

Por mi, paso.

Abrí mi locker, y no me sorprendió ver cartas con sobres rosas, decoradas con purpurina y corazones por todos lados. Claro, era San Valentín. Chasqué la lengua, frustrado, y tomé las cartas para tirarlas a la basura. Después de todo, no las quería.

—En una de esas cartas estaba el trabajo de Economía, Kim —dijo una voz detrás de mí. Al voltear, me encontré con Jimin, que estaba a una distancia prudente, mirándome con esos ojos de siempre.

—¿Por qué en un sobre rosa? —cuestioné, completamente confundido de por qué Park habría puesto algo tan importante en un sobre de ese horroroso color, y justo hoy.

—Me lo regalaron, San Valentín —respondió, restándole importancia con los hombros. Lo miré aún más confundido.—Busca ese trabajo.

—¿Quieres que lo haga? —Una pelirroja apareció de repente, interviniendo sin que nadie se lo pidiera. Su oferta era acompañada de una sonrisa.

La reconocí al instante. Me seguía a todas partes, en los partidos me llevaba agua y siempre una toalla diferente, como si coleccionara recuerdos míos. Hasta decían que guardaba mi sudor. Raro.

—Oh, n-

—Deja que lo busque él —interrumpió Jimin, mirando a la chica con una expresión de impaciencia que apenas disimulaba. Su tono era cortante, y en su rostro se notaba que no tenía la menor intención de ser amable—. Hacer esto no hará que Taehyung se fije en ti. No vale la pena.

La pelirroja pareció ofendida, pero antes de que pudiera decir algo, Jimin ya se había dado la vuelta y caminaba hacia el aula. Llevaba la falda gris que le habían permitido usar. Era una imagen que llamaba la atención, y aunque intentaba pasar desapercibido, sabía que atraía miradas de todos.

Miré el tacho de basura con algo de disgusto, considerando la idea de meter la mano allí. Pero, para mi suerte, la primera carta que se veía era la de Jimin. La tomé con una mueca y saqué el trabajo de Economía, guardándolo en mi mochila.

(...)

Al llegar a casa, me cambié rápidamente y salí de mi habitación solo para encontrar a mis padres discutiendo en la planta baja. Estaban susurrando, y por el tono era obvio que hablaban de mí.

—Seguro que se siente presionado por ti. ¡Ni siquiera le diste tu opinión al respecto! —era mamá, su tono era una mezcla de frustración y preocupación.

—¿Crees que puedes culparme por esto? Si no trajo a alguien todavía es porque no se siente a gusto con nadie. ¡No es mi culpa! —respondió papá, visiblemente irritado.

—¡Eres su padre! ¿No crees que espera tu aprobación? Tiene casi mayoría de edad, y en menos de medio año se irá. Todavía no nos presentó a nadie.

—Quizás no ha encontrado a alguien aún. Sabes qué, voy a obligarlo a estar con alguien si insistes tanto. ¿Es eso lo que quieres?

—No, pero...

—Entonces déjalo en paz y dale su tiempo.

—¡Es que me preocupa!

Para darme a notar, hice ruido en las escaleras, pretendiendo que recién salía de la habitación. Mi padre salió de la cocina con una cerveza en la mano, intentando disimular.

—¿Mamá? —la llamé al entrar en la cocina. Ella sonrió y me dio un suave beso en la mejilla, como si nada hubiera pasado—. ¿Qué vamos a comer?

—Ravioles, ¿te parece? —Asentí y me dirigí al comedor, donde papá estaba colocando los platos en la mesa.

—¿Necesitas ayuda, papá? —pregunté, intentando sonar casual.

—Toma asiento, solo falta la bebida —dijo, sin mirarme. No insistí, y me senté en silencio.

Mientras comíamos, sentí las miradas furtivas de mis padres, y el ambiente se volvía cada vez más incómodo. Finalmente, incapaz de soportarlo más, rompí el silencio.

—Me gusta alguien —solté de golpe. Mamá cubrió su boca, sorprendida, mientras papá simplemente me miraba, evaluándome.

—¿De verdad? —preguntó mamá, y asentí. Ella parecía emocionada—. ¿Le regalaste algo por San Valentín?

Negué, sintiéndome cada vez más acorralado.

—¿Quieres que en la tarde vayamos a comprarle algo? Vi unos vestidos hermosos en el centro...

—Amor, recuerda sus gustos —interrumpió papá, mirando a mamá con una expresión neutral—. No creo que un vestido sea el regalo adecuado para alguien que le gusta.

—Oh... tienes razón. Perdona, cariño —dijo mamá, apenada.

—No te preocupes, mamá. Entiendo que te entusiasme la idea, pero no es necesario.

Intenté relajarme, pero el ambiente seguía siendo incómodo. Después de comer, me levanté y estaba por ir a mi habitación cuando me volví hacia papá, que miraba a mamá con una mezcla de incomodidad y algo de cansancio.

—No tienes que decir nada, papá. Sé que me aceptas tal como soy y que apoyas mis decisiones. No te preocupes.

Papá me miró, y luego de una pausa, me dio una leve sonrisa.

—Estoy orgulloso de ti, hijo —dijo con sinceridad.

Asentí, sintiendo un peso menos, y subí a mi cuarto, pensando que quizá, después de todo, las cosas no serían tan difíciles.

lieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora