[ TERMINADA ]
Todos hablan de Elizabeth Goddess; una chica de diecisiete años que es humillada y maltratada por todos, gracias a un malentendido del pasado. La soledad la carcomía y las esperanzas de volver a ser feliz se estaban agotando estaba con...
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—Vaya... Pero si es, Elizabeth Goddess —una sonrisa ladina adorno su rostro, al igual que en su mente se formaba un plan, su querida hermanastra había tenido el descaro de aparecerse después de huir, y todavía tomaba la mano del extraño estudiante de intercambio; pudo notar como pasaba su saliva con nerviosismo, gustaba de hacerla sufrir.
—¿Qué es lo que quieres? —cuestionó el blondo, poniéndose delante de Elizabeth para cubrirla de golpes o incluso de sus palabras.
—Meliodas Demon —pronunció su nombre con un tono sensual. —Mírate, no estas nada mal —y no decía mentiras, desde que lo vio al lado de su hermanastra, su rostro era el más precioso que había visto. —Eres guapo, atlético, con un cuerpo muy provocador —arrastró su dedo índice por todo su pecho como toda una seductora.
La albina se quedó perpleja, y por alguna extraña razón sentía toda su sangre hervir al ver como Liz tocaba a Meliodas, él cual no sabía que hacer estaba confundido ante la actitud de la pelirroja.
—Olvídate de Elizabeth y ven conmigo, Meliodas —se alzó de puntas acercándose a sus labios. Fue el colmo para el blondo, estaba apuntó de apartarla hasta que de un de repente, la chica cayó al suelo bruscamente.
La ojiazul estaba respirando agitadamente mientras sobaba su nudillos, nunca se imagino que le dolería tanto. Liz alzó la mirada y cubrió el puente de su nariz mientras arrugaba las cejas por el terrible dolor que sentía.
—Maldita zorra, ¡te atreviste a golpearme! —sentía como un fino hilo de sangre comenzaba a brotar desde sus fosas nasales. Elizabeth la veía perpleja, no podía creer lo que acababa de hacer.
—¡Respóndeme!, ¡dime que te arrepientes! —escupió su misma sangre al sentirla caer en su boca. Elizabeth no dijo nada y con pasos lentos se inclinó en el suelo sin dejar de mirarla.
—¿Elizabeth? —murmuró su nombre al ver sus movimientos, esa mirada azul no tenía brillo y su semblante era serio y rencoroso, ¿Era su Elizabeth?
La albina esbozo una sonrisa al ver a su hermanastra tan callada. —¿No tienes nada más para decir? —Liz bajo la mirada al sentirse intimidada por la albina, ¿Desde cuando los papeles se invirtieron?. —Para tu respuesta... No, no me arrepiento. —la pelirroja abrió los ojos como platos, empezaba a sudar frío y la mirada de su albina familiar estaba comenzando a dejarla sin opciones. —Y si vuelves a acercarte Meliodas de esa manera, un puñetazo será poco a lo que te haré —se levantó del suelo y acomodó su falda, dándole la espalda a la de zarcos azules.
—Vámonos a casa, Mel —sujetó la mano del chico boquiabierto, alejándolo de la pelirroja.
—De esta no sales viva, Elizabeth —murmuró Liz apretando los dientes, empezaba a temerle a su "inocente" hermanastra, pero no tanto como para no vengarse de ella.