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La noche cayó, así como la última pieza del tablero de ajedrez, proclamando a Elizabeth como la ganadora

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La noche cayó, así como la última pieza del tablero de ajedrez, proclamando a Elizabeth como la ganadora. Se había quedado al lado de Meliodas todo el día; vieron películas de acción, y de ahí pasaron a los videojuegos, disimulando su inmensa necesidad de estar con él.

—Con esta, ya son diez vencidas de mi parte —indicó anotando en una hoja de papel una raya debajo de su nombre, Meliodas apenas había conseguido reunir tres victorias y eso por distracciones y trampas que la albina le dejo pasar.

—Vaya, vaya, vaya, debe ser porque no tengo mis medias de la suerte —indagó para rescatar el poco orgullo que le quedaba, no por creerse un jugador profesional si no por haberle repetido a a la albina varias veces que la vencería.

—Si, bue-

Toquidos en la planta baja la hicieron callar, confundida y curiosa, se levantó del suelo para acercarse a la puerta de la habitación, pero antes de dar un paso, Meliodas detuvo su andar tomándola de la muñeca.

—¿Esperas a alguien, Mel? —preguntó al verlo tan tenso, que ella recordará, no lo había visto hablar con nadie.

No Ellie, creo que será mejor que nos quedemos aquí, solo hasta que se retire quien quiera que sea —no supo como tomarlo, si como sugerencia o orden. 

Iré a ver quien es —comentó sin temor alguno, más bien, su curiosidad le decía que indagara. Meliodas la soltó del brazo sin dejar de mantener su semblante preocupado.

—Ten cuidado, no abras si no te sientes segura —esta vez fue una orden, lo sabía por la forma en que arrugaba sus cejas y ponía sus labios rectos. Meliodas Demon daba miedo cuando quería.

Elizabeth asintió con la cabeza y salió de la habitación dando pequeños pasos para no hacer mucho ruido, bajo las escaleras con prisa, podía ser que la persona tras la puerta se hubiera ido. Abrió por centímetros las cortinas que daban a la parte delantera de la casa, logrando ver dos figuras en la puerta.

Maldición.. —cerró las persianas al ver de quien se trataba, quedándose quieta, esperando a que se fueran. Dos minutos sobraron para que se alejaran del hogar, la albina se apartó de la ventana y subió rápidamente las escaleras, entrando a la habitación del rubio agitada.

¿Qué pasa, Elizabeth? Ya iba a bajar, te tardaste.

—L-l-lo siento, Mel. —tomó aire para recuperar su valor, y con la mirada baja se acerco al rubio. —Era la policía... —soltó sin dar rodeos, no quería ocultarle nada, y aunque temiera por que la corriera, ella lo aceptaría sin problema, se lo debía.

Ya veo —respondió él sin exagerar, tenía en cuenta que problemas iban a surgir, pero jamás sería capaz de volver a dejarla sola.

Sabía que era mala idea, Laila no se detendrá, no debí meterte en es- 

No Te Dejaré ¦ Melizabeth ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora