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El techo se había vuelto interesante aquella mañana, se había mudado recientemente a el departamento de su novio y estaba cansada, fatigada. El color blanco del cielo la hacía relajarse, escuchaba como movía las cajas su pareja para que ella las pudiera abrir y comenzar a colocar sus cosas. Al parecer necesitaría comprar nuevos muebles para compartir ambos, ya que este sería su hogar por bastantes años hasta que ambos lograran conseguir una pequeña casa propia. Eran tantas las metas juntos que se alegraban de haber cumplido ya con las principales, verlo en aquellas camisas de botones color negra siempre la hacía recordar el día que su amor comenzó; segundo año de preparatoria, marzo veintiocho.

—Deberías comenzar a arreglar tu ropa —dejó la caja junto a ella—, hay mucho espacio en el armario, es bastante grande y realmente yo no ocupo mucho espacio para colgar ropa, solamente los cajones.

—Gracias —se sentó en la cama—, realmente me siento extraña el vivir lejos de mis padres.

—Bueno, ya eres legal en todo el mundo, eres una adulta —se acercó a ella—, y mi futura esposa.

Esa faceta que ella conocía de él la amaba, además que aprendió a controlar lo mejor su ira para ser héroe. Igual ese carácter siempre estaría en él y aunque a veces se ablande, puede salir en cualquier momento, después de todo eso lo caracteriza mucho.

—Así es, aunque mis padres hubieran preferido que me fuera después de la boda —se ríe en voz baja.

—A la mierda esa opinión —cortó la cinta de la caja—, tus padres deben entender que ahora eres mía. Ya sé que no eres un objeto, es solamente un decir.

Uraraka sonrió al escuchar lo que dijo su novio, sabía perfectamente lo que ella iba a reclamarle, suspiró mientras abría su maleta para sacar sus cosas y comenzar a instalarse en lo que a partir de hoy sería su nuevo acogedor hogar. Lo mejor para ella, es que no tendría siempre por que preocuparse por la limpieza, ya que su prometido no era un machista, él apoyaba en eso y en más situaciones. Ambos son un equipo, el mejor duo que ellos harían. Ella amaba eso de él, a pesar de ser celoso jamás revisó su privacidad en celular o computadora, tampoco hacía escándalos al verla con ropa corta o sexy. Solamente suspiraba y apreciaba aquella obra de arte, después de todo él era el único hombre que conocía cada milímetro de su cuerpo de pies a cabeza. Cada lunar y cada cicatriz fue besada con tanto amor que sabía perfectamente donde estaba ubicada cada una. Él confiaba en ella, y ella en él.

—¿Qué comeremos? —preguntó mientras sacaba su ropa de la maleta.

—Pues a la siguiente calle hay un mini súper, ahí suelo ir muy seguido. A unas tres calles hay muchos restaurantes, algunos incluso traen a domicilio —respondió mientras cargaba otra caja.

—¿No prefieres ir a cenar? —preguntó dentro del armario, ya que era una pequeña habitación.

—Como gustes, quizás tú seas la que termine más cansada cara redonda.

—Buen punto, buen punto. Lo pensaré entonces.

—De acuerdo, aquí están tus cajas de ropa y zapatos, eran las más pesadas —sacudió sus manos mientras las juntaba—. En la sala están algunas demás cosas tuyas, los muebles que trajiste espera a que llegue para instalarlos. ¿De acuerdo?

—¡Sí señor!

—Bien, tienes toda la habitación para acomodar lo que quieras. Vuelvo más tarde para cenar.

Se acercó a él para levantar su cara al igual que sus labios, haciendo que el joven rubio estirara sus labios haciendo un beso de pico. Al tener treinta centímetros de estatura más que ella, tuvo que inclinarse un poco para besarla.

❥Mi regalo [Kacchako]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora