Capítulo 8- La recaída.

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Ha pasado una semana desde la trágica muerte de mi mejor amiga. Aún estoy dolida, pero poco a poco tengo que ir entendiendo que la muerte es una parte más de la vida. Tantas veces que había deseado la muerte y ahora le tengo asco, repúdio, odio. Ojalá siguiese aquí con nosotros, de verdad. Todo sería más fácil.

A lo largo de estos siete días no he visto a Tony. Ni siquiera lo he visto en su ventana, ni por su jardín, ni el instituto. No vino ni a recoger las notas. Me ha fastidiado bastante no verlo, necesitaba apoyo. Esa noche que durmió conmigo me desperté y ya no estaba allí... La ventana estaba abierta y el viento ondeaba las cortinas. Se marchó. He pensado en que le haya pasado algo, pero si fuese así creo que me hubiese enterado.

Desde que pasó todo esto, a penas he salido de mi cuarto. He tapado los espejos. Ni siquiera como. Todo lo que mamá subía a mi habitación iba directo al perro del señor Steward. Es la casa a la derecha de la mía. La contigua. La verdad es que el apetito se me cerró y aunque a veces tengo hambre, se me pasa con algo de café. No puedo soportar estar como estoy. No puedo ni mirar un simple reflejo de mi imagen. Odio odiarme como me odio. Todos esperan que siga recuperada, pero lo cierto es que nunca me recuperé. Siempre estuvo en mi cabeza ese sentimiento. Esas ganas de acabar con cada centímetro que sobra de mi cuerpo. De que todos me miren, me admiren, me quieran. Quererme a mí misma, eso es lo esencial. 

Pero lo cierto es que cada vez adelgazo más y no consigo notar resultados. No consigo valorarme. No veo nada bueno. No me consigo aceptar. Esto es un círculo vicioso. Uno de esos que te atrapan y no te deja salir. Ojalá pudiera conseguir olvidarme de todo. Desde cero. Seguramente todo sería diferente. Si pudiese comer una sola pieza de cualquier cosa, lo que sea, y no sentir culpa alguna sería un gran comienzo. Pocas son las veces que trago algo y no acabo sentada frente al báter viéndome las caras con él. [...]

Siento el timbre tocar. A mi hermano pequeño le corresponden las Navidades con mi padre. Mi hermana mayor se lleva bien con él, así que viene a despedirse, me da un beso y se va con él. En el coche aguarda su amada puta. A lo lejos, veo como giran en dirección Alemania. Ahora estoy más sola, más vacía. Normalmente me siento así. Es un sentimiento que nunca desaparece y no sabéis como duele.

Mi madre pocas veces son las que está en casa, entonces ahora que no está el pequeñajo, ya ni aparece. Joseph y yo creemos que tiene un novio. Precisamente el ex marido de la ninfa de mi padre. No la llamo ninfa porque sea guapa o algo de eso. Es que es una puta. Como las ninfas.

Joseph se marcha con el equipo de hockey al Wagenerstadion. El mejor estadio para jugar a hockey en todo Amsterdam. Así que estoy totalmente sola en casa. 

Tengo ansiedad y siento como si fuese a arrasar la cocina. Así que corriendo me visto y salgo aunque sea a correr. Prefiero evitar lo que me pueda pasar. No puedo probar un bocado. No lo necesito.

Corriendo recorro un par de calles a toda velocidad y bajo un poco cuando llego a Vondelpark. Escucho pasos detrás de mi y me giro asustada. Lo increíble es que no haya nadie. Pero lo he escuchado claramente. ¿Porqué siempre me pasa esto? Voy hacia una zona más transcurrida. Juraría haber visto una sombra corriendo rápidamente entre los árboles, así que corro con fuerza. Cuando me doy cuenta yazco en la fría nieve del parque. Me he desmayado. [...]

Despierto en Bureau Onderwijs. El hospital. Al abrir los ojos, cosa que me cuesta, veo que tengo una sonda. ¿Qué mierda me han hecho?

De repente aparece Joseph con una enfermera y me mira súper indignado y defraudado. No, otra vez no joder. Ya cuando tenía doce años estuvo en la misma situación y ahora... Ahora otra vez. 

Me comentan que me han dado el alimento necesario. Mi cuerpo al estar tantos días sin comer no aguantaba más y al hacer deporte fue cuando ya se rindió. Me han mandado otra vez pastillas y que me vigilen, como siempre. Siempre igual. Joseph está enfadado. Por lo que me ha comentado cuando salíamos del hospital mi hermano, ya han pasado dos días. Estamos a veinticuatro de Diciembre. Como odio estas fechas, y más ahora que sólo estamos él y yo en casa. 

No hay un porqué.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora