III

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El sol ya se mostraba sobre los muros de madera y metal que cubrían la fortaleza, la brisa marina era agradable, cada guardia que resguardaba el lugar podía sentirlo, incluso el Jarl Sverker, quién yacía sentado en su trono desde altas horas de la madrugada, sin razón aparente, simplemente no había podido dormir la noche anterior.

- Mi señor, debería descansar, ha estado despierto durante más de un día, entiendo que quiera hacerse cargo del legado de su padre pero…-

- Tranquilo Folke, no estoy pensando en mi padre ni deseo imitarlo, ya ha pasado un tiempo desde su partida y debo dejar de pensar en eso, dedicarme a tomar las mejores decisiones para nuestra gente, pero no es por ello que no puedo dormir, no, simplemente no podía hacerlo así que vine a pasar el rato aquí. - Contestó el Jarl, su cabeza se encontraba apoyada sobre su mano derecha y su mirada se dirigía hacia su compañero, su general, Folke Sandin, quien tiempo atrás también había sido consejero de su padre.

El salón era amplió, muy amplio, se encontraba en el segundo piso de la fortaleza principal dentro de la ciudad de Bergen, importante ciudad costera. Desde hace tiempo acostumbraba a recibir comerciantes, había decidido abrir un puerto para el comercio pero los únicos que allí llegaban eran nórdicos desde otras partes de la vasta Escandinavia, ningún extranjero. El fuego ardía en el fogón que se extendía dentro de una estructura ubicada en el medio del salón, horizontal al trono del Jarl y su esposa quien aún se encontraba durmiendo. Sverker se levantó del trono y caminó hacia la ventana, el sol no iluminaba por completo el lugar, simplemente había luz detrás de las ventanas ubicadas a ambos lados de los muros. Observó el océano y recordó la última vez que vió a su padre, un guerrero con todas las letras que zarpó hacia lo desconocido y regresó herido y enfermo con apenas una parte de su tripulación, no pudo ser tratado por lo que murió a días de llegar a tierra nuevamente, sin dudas una perdida que hirió a la ciudad. Las casas y granjas se extendían hasta los límites de los muros, la gente comenzaba sus actividades diarias, podía verse a los niños correr por las calles, las mujeres y los hombres cuidando sus cultivos, los herreros de la ciudad golpeando con fuerza el acero caliente, todo esto invadía el silencio del lugar donde estaba él, el cual a veces lo sentía extraño, como si no le perteneciera o cómo si eso no hubiera estado nunca destinado a ser parte de su camino, pero ahora lo era, no tenía más opción que aceptar y continuar.

- Mi padre confiaba mucho en tí, siempre hablaba de tu sabiduría y que gracias a ti siempre hizo lo que creyó mejor para estas personas, era un gran hombre ¿No?

- Sin dudas Milord, era un hombre determinado, valiente y dispuesto a hacer lo que fuese necesario, igual que usted, no dudo en que tiene el potencial para ser un mejor Jarl que su padre. - Folke sonrió y se acercó a Sverker, notando la nostalgia que este sentía.

El Jarl se dió la vuelta y le sonrió mientras asentía con la cabeza, como agradeciendo esas palabras, luego caminó en dirección a las escaleras, sentía la necesidad de respirar aire fresco así que decidió salir por un momento de la fortaleza.

- Si alguien me necesita estaré en la ciudad, avísale a Lady Adeline por favor. - solicitó antes de retirarse.

Su consejero asintió con la cabeza y se dirigió a otra sala del lugar, Sverker lo observó irse para luego terminar de bajar los escalones que lo conducían hacia la salida, los guardias hacían reverencias ante su presencia mientras que le deseaban un buen día. No sabía que responder, había pasado más de un año y aún no se acostumbraba a las muestras excesivas de respeto, se sentía uno más, no quería ser tratado de esa manera, quería ser como una persona común, un guerrero, padre y granjero más, solo eso pero era imposible. Su padre había pedido que las calles fueran rellenadas con piedra para que la gente no viviera en el barro, lo cuál lo tomaba como una medida sorpresiva, todas las ciudades que Sverker había visitado tenían las mismas calles de barro por las constantes lluvias o nevadas, solía decir que eran los mismas pueblos con distintas personas. 
Mantenía los brazos cruzados sobre su pecho, las largas pieles de color negro cubrían su cuerpo de metro noventa y lo hacían parecer mas grande de lo que ya era, la gente en la calle paraba a saludarlo, disfrutaba de mantener charlas con ellos así que cuando llegó a la zona de la herrería decidió entablar una.

The Northern Bastion: Raíces del norte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora