Diamante

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— Hoy es el día, Seiya. ¿Estás listo? —le preguntó Shiryu, mirando a su amigo arreglarse la pajarita frente al espejo.

— No lo estoy, pero lo haré —dijo el pegaso, evidentemente nervioso—. No sé porqué tanto alboroto de nuestra parte Shiryu... Saori sólo me pidió que la acompañara porque Tatsumi se rompió una pierna.

El mayordomo había rodado por las escaleras de la casa, caído estrepitosamente encima de su pierna izquierda y con ello arruinado la compañía de Saori para una cena de gala de caridad que tenía esa misma noche. Seiya había ayudado a subir al mayordomo a su cuarto, y cuando Saori y Tatsumi comenzaron a discutir sobre qué pasaría con la cena, la heredera le había dicho al viejo que no se preocupara:

Seiya podría acompañarme ¿Verdad? —le preguntó y el castaño podía jurar que se asomó un leve sonrojo en las mejillas de la chica.

Pues... sí claro —aceptó ante la mala gana del mayordomo que no tenía otra al estar derrotado y en cama con una pierna al aire.

Y ahí se encontraba Seiya, frente al espejo de su cuarto, terminando de acomodarse el smoking que Saori había rentado de ultimo momento para él.

— Sea como sea irás con ella Seiya, es la ocasión perfecta, tienes que decírselo —lo alentó.

— No sé si pueda Shiryu. Además yo preferiría un lugar diferente... a solas con ella, no sé... ahí habrá mucha gente importante y la ocasión no se me hace que lo amerite...

— ¿Entonces qué hago con el ramo de rosas que me encargaste? —exclamó el dragón exasperado—. ¡¿Quién te entiende?!

— ¿Las compraste? ¿En donde están? —exclamó emocionado.

— En el auto, en el asiento trasero —dijo, rodando los ojos. Seiya podía ser tan asfixiante si quería cuando estaba al borde del colapso.

— ¿Es un ramo bonito? ¿Es muy grande? Shiryu te dije que no quería nada ostentoso porque...

— Ya, ya ya. Nada ostentoso, sólo lo que me pediste. Hermoso, igual que ella.

Seiya sonrió ante el comentario. Se echó un último vistazo y bajó hasta la entrada de la mansión en donde lo aguardaba el auto que él conduciría. Había convencido a Saori de que no llegaran en limusina, pues quería conducir y tenía la esperanza de estar un poco más a solas con ella. La chica había aceptado.

*****

Seiya subió al audi, ajustó los espejos conforme a su visión y se removió en el asiento de piel. Descubrió las llaves pegadas y no pudo resistirse a encender aquella máquina y escuchar su motor al acelerar.

— ¿Eres piloto de carreras o qué? —la voz de Saori en la ventana del copiloto lo sobresaltó.

— ¡Saori! —exclamó saliendo del auto de un brinco y llegando hasta ella para abrirle la puerta pero la visión de la chica con aquel vestido lo dejó paralizado. Saori llevaba puesto un vestido azul marino de gasa que tenia un bordado de flores y pequeñas perlitas sobre la parte del abdomen, pecho y caía de los hombros hasta los brazos. La chica llevaba además el cabello recogido en un chongo en la nuca y aretes de perlas en sus orejas. Se había delineado los ojos en negro y pintado los labios de rojo carmesí. Seiya sintió en ese momento que no sería capaz de conducir con ella al lado sin dejar de sentir nervios.

Dios —pensó para sí, sintiéndole las piernas temblar—. Te ves hermosa —exclamó en automático con los ojos en ella sin siquiera pensar en el peso de sus palabras. Estaba tan anonadado que ni siquiera se dio cuenta de que ella lo miraba igual. Saori admiró la figura atlética del muchacho enfundada en aquel smoking negro con moño y sintió que el piso se le iba a ir en cualquier momento. Agradeció mentalmente por que su mayordomo estuviera enyesado en algún cuarto de su mansión y subió al auto cuando Seiya pudo ser capaz de abrirle la puerta.

De la A a la Z Saint SeiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora