Provocaciones, revelaciones y torturas.

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Ariadna se había encaminado a clase sintiéndose decepcionada de ella misma. ¿Por qué motivo ella no podía escuchar lo que los demás pensaban?

Se supone que la única habilidad que un Ikee tiene en común con otro es precisamente esa, por eso es que estaba tan preocupada. Había crecido segura de que era diferente, de que era especial y eso siempre la había hecho sentir poderosa. Pero ahora, si no tenía la única habilidad que se suponía debía tener, eso podía significar que no era Ikee, que no era una de los trece y que, evidentemente, no tenía el poder de lograr nada.

Se detuvo frente a la puerta del salón de clases, preguntándose si debía entrar, si le serviría de algo estar ahí, pero finalmente, resignada a lo que fuera que sucediera, se adentró esperando encontrar estantes, libros y pupitres.

—Pensé que, entre todos mis estudiantes, serías tú, Ariadna Lowderey quien llegaría tarde—Una voz masculina pero juvenil la sacó de sus pensamientos.

—Pero no llegué tarde, según mi reloj tengo todavía diecisiete segundos para entrar—lejos de sonar arrogante, Ariadna parecía preocupada.

—Bien, entonces pasa, pero te advierto que, para la próxima clase, diecisiete segundos no serán suficientes para ingresar a clases. Ser puntual significa llegar antes.

—He llegado antes, poco tiempo, pero antes. Así que, según su propia lógica, he sido puntual.

El profesor iba a responder, pero su intención se vio interrumpida por los amigos de Ariadna que habían quedado en el laboratorio.

—Ya es tarde, no es hora de ingresar— aclaró el profesor desde el frente del salón.

—Por favor, no ha sido a propósito, es que no conocemos bien el lugar y nos perdimos—

la respiración agitada de Alana entrecortaba su voz.

—Bien, pero que no se repita.

Todos se sentaron en los pocos espacios disponibles. Ariadna se quedó cerca de la entrada, porque la puerta tenía una ventana pequeña que daba al pasillo, por lo que esperaba ver algo interesante desde ese lugar. Intentó concentrarse con todas sus fuerzas en la lección de defensa que el profesor explicaba, pero de pronto se descubrió pensando que aquel hombre no debía tener más de veinte años y que lucía demasiado bien para ser un profesor cualquiera. Su cabello desordenado, su notorio buen estado físico a través de la camisa, sus ojos verdes y su voz gruesa, todo en él hacía que Ari pensara en cualquier cosa, menos en la clase.

Para el final de las clases de la mañana, Ariadna no había aprendido absolutamente nada. Pero eso ya se lo esperaba, ella no era de libros o letras, era más bien de instinto e improvisación.

Se sentía ansiosa por las clases de la tarde, pensaba que no estaba preparada y se creía en desventaja por no poder oír lo que los demás pensaban. Tenía una hora antes de que su primera lección Ikee comenzara, pero los minutos pasaban rápido y ella no sabía si quería asistir, pero supuso que no tenía en dónde esconderse.

Se fue directo a su habitación, no hablo con nadie ni pensaba hacerlo, quería evitarse la vergüenza de explicar que había sentido miedo de no ser Ikee. Al ingresar, se recostó en la cama u cerró los ojos, tenía unas ganas inmensas de ver a sus padres, quería abrazarlos y regresar a casa. Una lágrima iba a deslizarse por su mejilla cuando la voz de Alana la arrancó de sus reflexiones.

—Ari, sé lo que estás pensando. Digo, escucho tus pensamientos y quiero que sepas que, entre todos nosotros, eres tú quien tiene más posibilidades de ser única. No te preocupes, sé que parece que nada está bien ahora, pero lo estará-. Ariadna estaba sorprendida, no pensaba que Alana pudiera ser empática ni muchos menos agradable.

Entre sombras: El inicio de una era.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora