Había bastante gente esperando afuera, pero no porque fueran a entrar muchos al refugio, la mayoría eran acompañantes que iban a despedirse, madres que abrazaban y no soltaban, padres que daban consejos, todas familias a punto de separarse.
De pronto una voz profunda, grave y ronca como ninguna, comenzó a llamar a los alumnos por una especia de altavoz.
-Todos los que han venido a refugiarse deben acercarse a la entrada para ser prontamente ingresados. Va a llover y no queremos que metan lodo.
Ariadna y sus padres se acercaron a la entrada y entonces comprendieron que era momento de despedirse. La chica esperaba que su madre rompiera a llorar, pero la mirada de la mujer se mantuvo impasible, serena y su expresión parecía estar en completo control, ambas se abrazaron, se dieron un beso y la madre le susurró a la hija "Sólo tienes que decir la palabra mi amor".
Llegó el turno de despedirse de su padre y para su sorpresa, Ellian lloraba de manera silenciosa, pero no podía evitar que unos grandes goterones se escaparan por sus ojos, a Ariadna se le apretaba el corazón, le dio a su padre el abrazo más fuerte que pudo, lo besó en la mejilla, tomó su maleta y se dio la vuelta rápidamente sin vacilar, como si fuera a derrumbarse con tan solo mirar hacia atrás.
Por el camino pudo ver a muchos despidiéndose, ninguna cara conocida todavía. Tal vez adentro o al día siguiente se encontrara con alguien.
Cuando llegó a la entrada se sorprendió al descubrir que la voz que parecía ser la de un hombre grande y pesado, pertenecía en realidad a una mujer delgada con aspecto de bibliotecaria.
La mujer había comenzado a llamar a los alumnos por su nombre.
- ¿Leissam Dilky? - pronunció la mujer, unos segundos después se asomó una chica bajita y morena con aspecto gruñón, entró por la puerta.
Lo mismo ocurrió con Odel Sartori, una muchacha alta y delgada de cabello castaño, a continuación, entró Vincent Nevitte, que parecía no tener más de quince años, Justin Keller, de cabello rubio, alto y al parecer bastante guapo, después llamaron a Alana Holler, una chica de cabello negro y cara de miedo, entraron luego Kiran, Joel y Marian Rebblerros que al parecer eran trillizos o algo.
- Ariadna Lowderey.
Comenzó a caminar con decisión intentando demostrar que no sentía miedo alguno. Al atravesar la puerta de metal, la luz del día se perdió. Alcanzó a oír los siguientes nombres, aunque por la oscuridad no pudo ver a quienes pertenecían, asique no sabía quiénes eran Lilianne Roth, Avery Colins, Dylian Terrence y Mitchel Trunn.
-Bien ya están todos adentro- dijo la voz grave de la mujer-. Lo siento, la electricidad no funciona hasta que la puerta se cierra, por eso estamos a oscuras, pero todo encenderá en un minuto.
Justo después de que la mujer hubo terminado de hablar la puerta se cerró, y entonces las luces se encendieron. Estaban en una sala gris, sin muebles a excepción de trece sillas puestas contra la pared, cada una de ellas tenía el nombre de alguno de los trece.
La mujer los invitó a sentarse en sus respectivas sillas y comenzó a hablar nuevamente:
- Hola a todos, mi nombre Millicent Dott, soy la encargada de su estancia aquí, me aseguraré de que nada les falte y de que se sientan como en casa, asique si en algún momento tienen una pregunta o necesitan algo, lo único que deben hacer es llamarme.
- Yo tengo una preguntita, señorita Dott-. Ariadna levantaba la mano esperando que se le concediera la palabra.
- Oh señorita Lowderey, adelante.
- ¿Por qué hemos entrado hoy y los otros entrarán mañana?
Se escuchó un pequeño murmullo pues al parecer todos tenían la misma duda, la señorita Dott los hizo callar con una simple mirada.
- Todo será explicado abajo, por ahora basta con decir que ustedes son diferentes al resto y por lo tanto serán instruidos de manera diferente. Bien, ahora extiendan los brazos a los costados.
Las sillas comenzaron a temblar, de pronto unos cinturones robotizados salieron de los lados de estas y se cruzaron en el pecho de los que estaban sentados, las luces parpadearon, entonces las sillas comenzaron a deslizarse rápidamente como si supieran a done debían dirigirse.
Iban en diferentes direcciones, aunque Ariadna sospechaba que se dirigían todas al mismo lugar, el viaje en silla no era nada agradable. Primero fue un desplazamiento a la izquierda, pero de pronto la silla comenzó a descender por un túnel oscuro y Ariadna sentía que el estómago se le iba a salir por la boca, unas chispas de color naranja comenzaron a salir de la banda que sujetaba la silla a la barra y entonces esta se detuvo, todo estaba a oscuras, Ariadna no alcanzaba a tocar fondo con los pies y no había nada cerca para llamar a alguien.
No era normal que la silla se hubiera detenido en la mitad de un túnel oscuro y sin haber llegado al suelo, de pronto el cinturón se abrió y Ariadna estuvo a punto de caer, pero una rápida reacción la ayudó a mantenerse firme en la silla, no sabía bien que hacer ya que esperaba que alguien fuera a ayudarla, pero ¿y si nadie se daba cuenta?, comenzó a gritar por ayuda pero entonces la silla se deslizó unos metros más abajo y se detuvo otra vez, Ariadna se quedó en silencio, horrorizada ante la idea de que de pronto podría caer sin freno alguno.
Pasaron unos segundos hasta que recobró la calma y entonces, en medio del silencio logró escuchar voces, eran como si vinieran desde lejos, de alguna otra habitación, puso atención para ver de dónde venían y así poder pedir ayuda.
"No están listos... escuchar de... morir" había dicho una voz de mujer, que salía débil por algún agujero a la derecha de Ariadna. "Opciones... ocultos para... seguro"
Las palabras no tenían sentido para Ariadna asique decidió ignorarlas y volver a gritar, pero en cuanto abrió la boca la silla comenzó a deslizarse estrepitosamente, se podían ver chispas de fuego saliendo de ella y el sonido metálico le hacía doler los dientes. Bajaba cada vez más rápido y sin detenerse, Ariadna estaba segura de que el aterrizaje, cuando menos, la dejaría bastante herida, pero entonces la silla bajó la velocidad y comenzó a descender lenta y suavemente hasta quedar agradablemente posada en el suelo.
Sin demorar Ariadna se bajó de la silla y la miró con desprecio.
- ¡Maldita cosa de mierda! ¡Casi muero en un túnel mugriento! ¡Quién fue el idiota que...-. Pero entonces sintió unos toquecitos en el hombro, se volteó y vio detrás de si a los demás, acompañados de un anciano un poco calvo, de cabello canoso, ojos grises y una cicatriz en la mejilla. Ella sabía quién era y solo pudo bajar la mirada y articular una torpe disculpa.
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Entre sombras: El inicio de una era.
Fantasía¿Qué pasaría si un día descubres que el destino del mundo depende de ti? ¿Y si encima te enamoras de aquel chico guapo, al que finalmente debes destruir? En ocasiones necesitamos héroes que nos saquen de apuros, otras veces, los héroes somos nosotro...