⇢ Gracias, príncipe Ruggero Pasquarelli.

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<<Reíamos por tantas razones, un chiste, un buen recuerdo, aunque al final yo siempre lo hacía porque él lo hacía.

—Quisiera ofrecerte más, gritarle al mundo que eres tú la mujer que me hace feliz, no ella.— tomó mi mano y entrelazó nuestros dedos.

—Las palabras solo se quedarán en eso, ¿no?— vi el dolor de sus ojos, el dolor por escuchar la verdad, y él escuchó el dolor en mi voz, el dolor por saber que yo misma le estaba entregando todo sin recibir nada.

Si hubiera logrado apartarme, tal vez no le habría permitido meterse en lo más profundo de mi piel, o puede que no, de una u otra forma él siempre terminaba haciéndome sonreír, hacía que mi cuerpo fuera invadido por hormigueos al contacto, que mi estómago fuera blanco de aleteos de mariposas.

—Solo sé que ese pedazo de papel nos unía a ambos— son recuerdos, unos más viejos que otros, pero aún así me atormentan—. Todas me dejaban una única consecuencia, ella te iba a arruinar.>>

Alguien me llama a lo lejos, mi cuerpo es sacudido cada vez con más fuerza.

—¡Karol, despierta!

Abro mis ojos exaltada, veo a Michael parado frente a mí, respirando agitadamente.

—Me asustaste, pendeja.—se queja. Desordena su cabello un poco frustrado, en lo que se sienta al borde de la cama.

—¿Por qué? ¿Qué pasó?

—Estabas temblando y balbuceabas, creí que lo mejor sería despertarte, solo que no fue tan fácil.

—Bueno, despertarme jamás lo ha sido.—digo con una pequeña sonrisa de burla, al principio me mira mal pero luego se empieza a reír.

Busco algún reloj, o mi celular, para saber la hora. Colgado arriba del televisor, se encuentra un reloj, el cual da la una de la tarde pasadas.

—¿Ya comiste algo?—pregunto un poco apenada.

—No, me desperté hace unos minutos. ¿Sabes? Podemos ir a almorzar al restaurante del hotel.—ofrece, supongo que por vergüenza no me pregunta lo que haré después o si me iré.

—Dale, pero este lo pago yo, en señal de agradecimiento— digo—. No tenías porqué aceptar y lo hiciste, además de que me dejaste dormir en la cama.

—Bien, en estos momentos no voy a pelear porque en serio tengo hambre.

Nuestro desayuno-almuerzo, sale mejor de lo que esperaba. Comimos en la azotea alejados de posibles paparazzi, nos reímos con naturalidad, nos contamos anécdotas como si fuéramos viejos amigos. Me entero de que las chicas se habían ido con Agus la noche anterior, mucho antes de que yo siquiera me encontrara con Ruggero, no pudieron disfrutar.

—Oye, pero ya en serio, gracias por sacarme de un apuro anoche.—sonrío un poco apenada.

—¿Quieres hablar de eso?— la sonrisa en mis labios flaquea, el me abraza y me guía hasta la habitación, apenas cierra la puerta, me siento segura como para dejar que mis ojos se llenen de lágrimas. —Fue Ruggero.

Más que una pregunta, fue una afirmación.

—Por años, he vivido con su fantasma persiguiéndome, no pude ser feliz cuando tuve la oportunidad. Volví a enamorarme, volví a sentir las mariposas del amor, pero ese maldito imbécil volvió a aparecerse en mi vida, mierda, supe que estaba solo, me preguntaba si estaba bien, si no necesitaba de alguien que lo apoyara— las lágrimas bajan sin piedad por mis mejillas—. Arruiné todo, me quedé sola una vez más. Justo me salió el proyecto en Italia, yo no pude decir no. La vida siempre me juega en la contra, siempre. Allí nos encontramos, él no me vio, yo sí a él, iba con una chica, una modelo. ¿No te parece injusto? Casi tres años más tarde yo seguía sufriendo las consecuencias de haberme enamorado de él, seguía perdiendo.

Una última vez; RuggarolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora