⇢ Te duele, ¿no?

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El sonido de la alarma llena toda la habitación y de paso me saca de mis no tan dulces sueños, que gracias a las palabras de mi madre han sido una tortura.

Froto mis ojos con ayuda de mis manos para decidir levantarme, dejando atrás la agobiante noche anterior.

Me ducho y cambio lo más rápido que puedo, no quiero encontrarme aún con Ruggero a pesar de que lo veré en el salón donde ensayamos.

Guardo todo en mi maleta–ropa de cambio, agua, comida, lo necesario–, sin olvidar la libreta roja.

Conecto mis audífonos al celular y empiezo a escuchar música. No me preocupo por el desayuno ya que comeré en el camino.

Salgo tan relajada que me impresiona a mí misma.

>>Uh, Karolita, no te duró el momento. Ya tienes de qué huir.<<

Intento encontrarle sentido a lo que me dice el Agus pero no lo logro por culpa de la voz de los chicos de CNCO. Busco con la mirada y me encuentro con un italiano estúpido parado frente a mí, que claramente está intentando hablarme.

—Ah sí, no te escucho.—le grito para esquivarlo con la mayor brusquedad que me es posible.

Jala impaciente de mis audífonos por lo cual me veo obligada a escuchar sus palabras.

—¿Me vas a ignorar todo el día? ¿No piensas madurar un poco?—lo hizo, realmente lo hizo.

El sentimiento que ha venido invadiéndome desde ayer regresa a mi cuerpo, la rabia, la cual hace que la palma de mi mano estando lo más abierta posible, termine estampándose en su mejilla.

—Mira Ruggero, cada quien lleva las cosas a su manera. Pides madurez pero eres tan idiota que ni en cuenta caes de las cagadas que te mandas—sé que mis palabras le han caído como un balde de agua fría aunque me vale un comino, me acomodo los audífonos nuevamente y empiezo a caminar hacia la puerta—. ¿A qué era que venías? ¿Por mí?

Le grito esto último y tiro la puerta lo más fuerte que he podido.

Salgo del edificio en busca de un taxi, cuando uno que va vacío se para frente a mí, me subi a este y le doy el nombre del restaurante al que fui ayer.

>>Uhh, ¿vas a ver a Jonathan?<<

Ya quisiera, pero probablemente no estará a esta hora. Solo voy porque ayer en la carta leí algo acerca de desayunos.

El conductor del vehículo creo que me ha reconocido pero no me importa demasiado, finalmente ni he intentando esconderme.

Al parar frente a mi destino saco el dinero y le pago, solo que antes de bajarme me pide un saludo para su hija. Con toda la emoción que logro reunir le mando todo el amor del mundo, él apaga su teléfono y yo me bajo del auto.

Entro al establecimiento y me siento en la misma mesa de ayer. No está tan lleno por lo que no me preocupo.

Espero unos minutos a que vengan a atenderme y me llevo la sopresa de que es Jonathan quien me atiende.

—Hola Karol, que buena forma de empezar el día.—me sonríe y siento mis piernas temblar un poco.

—Hola Jonathan, no creí encontrarte a esta hora.—veo que algo está mal porque parece que está a punto de reírse.

—¿Algo está mal? ¿Estoy despeinada? ¿Tengo algo en la cara?—pregunto un poco asustada, aunque eso ha sido el detonante para su risa.

—No no, Karol, no es nada de eso, estás hermosa—debo parecer un tomate, rayos—. Es solo que mi nombre no es Jonathan, es Alex.

Una última vez; RuggarolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora