⇢ ¿Desea su desayuno aquí? ¿O para llevar?

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Vuelvo a temblar como hace unos minutos y caigo en la cama, golpeándome con la mesa que está a mi lado, por lo que un fuerte sonido inunda las paredes de mi habitación, al igual que parte del pasillo exterior.

¿Cómo lo sé? Porque escucho sus pasos acercándose cada vez más, a lo mejor para revisar lo que sucedió.

Sus nudillos golpean la parte exterior de la puerta, que gracias a Dios está cerrada, porque me permite pensar un poco en lo que voy a decir.

Me levanto e intento acomodar un poco el torbellino que se formó en mi cabello, al igual que dejar la piyama en una apariencia algo decente, aunque, vamos, ¿quién se ve maduro con un unicornio como piel?

Sé que yo no, por lo que abandono la idea de verme un poco bien para ser nuestro primer encuentro después de tantos años.

Justo cuando pongo mi mano en la perilla, suena su voz nuevamente.

—Está bien, descansa, quien quiera que seas.

Al parecer no imagina que soy yo. Sus palabras hacen que mi corazón se acelere, pero pellizco suavemente mi brazo para regresar a la realidad.

No hay un nosotros, y yo apoyé esa decisión cuando debí hacerlo.

No sirve de nada que ahora me lamente, no va hacer que mi corazón deje de acelerarse cuatro años después de que sus manos continuaron envolviendo a chicas diferentes a mí.

Una lágrima traza su camino por mi mejilla y la retiro velozmente.

He de verme estúpida, una chica famosa de casi veintitrés años llorando por su amor de la adolescencia, que de paso también vive en el mundo del entretenimiento, poniéndonos en boca de cualquiera que buscara acerca de nosotros.

Mis ojos empiezan a arder por intentar contener las demás lágrimas, pero aun así, no permití derramar una más.

Vuelvo lentamente a la cama, esperando despertar de lo que sé no es un sueño, algo imposible pero inevitable.

Tomo mi teléfono y deseo unas buenas noches en twitter e instagram. Lo dejo en la mesa de noche que tengo cerca, apago las luces y cierro los ojos.

Antes de caer dormida escucho su voz:

<<—Te amo Karol.>>

Fue una noche pésima, porque al parecer a mi cerebro se le dio por crear posibles situaciones en el escenario, unas buenas, otras completamente atemorizantes.

Pauso la alarma del teléfono, voy al baño para mojarme la cara y así terminar de despertarme.

Aún no me acostumbro a levantarme antes de las nueve de la mañana.

Para posponer un poco lo que se me viene encima entro a la ducha y pongo música a todo volumen, ¿qué me importa que él esté allí afuera?

>>Bueno, en realidad sí te importa, porque de no ser así no habrías llorado anoche.<<

Okey, parece ser que ahora mi subconsciente va a tener una voz para molestar mis días, qué buena manera de empezar.

Salgo del pequeño cuarto rodeado por paredes de cristal, y me propongo olvidarme de todo un rato más continuando mi rutina con la música haciendo de fondo.

Bailé y canté, aunque casi me caigo varias veces, y un extra a todo esto es que rompí mis audífonos, por lo que tendré que esperar hasta la noche para comprar unos.

Termino mis bailes raros y subo una que otra historia a mi instagram para que vean que estoy "bien" aunque no confirmo nada de la noticia. Hago lo mismo en twitter, reportándome con un mensaje de buenos días; de ahí meto el celular en la mochila que llevo y decidida salgo hacia la cocina.

Un olor invade mi nariz, por lo que entiendo que Ruggero está haciendo de chef.

>>Ya ves estúpida, solo necesitabas desahogarte un poco anoche. Él no va a tener ese efecto en ti tanto tiempo después.<<

Me decido a darle la razón a mi subconsciente, al cual de ahora en adelante llamaré Agustín, porque tiene la voz del Bernasconi, con acento incluido.

Como si fuera una especie de espía, hago unas maromas para evitar entrar en su campo de vista en lo que paso por la cocina para salir y desayunar a otro lado.

Me detengo en seco al verlo parado junto al horno, me encuentro con su espalda y unos rizos desordenados.

Sacudo mi cabeza y vuelvo a concentrarme en mi objetivo. De igual manera sé que lo veré más tarde.

>>¿No sentís que nos están mirando?<<

Bah, este Agus me quiere asustar, ¿no?

Unos aplausos me detienen antes de que pueda dar otro paso más.

Maldito Agustín, tenía razón.

—Buenos días, señorita Karol Sevilla— giro para ver su figura frente a mí—. ¿Desea su desayuno aquí? ¿O para llevar?

Bueno, el Bernas vuelve a tener razón. No siento lo mismo que antes, pero igual hay una manada de hormigas recorriendo todo mi cuerpo.

—Buenos días Ruggero Pasquarelli, no desayunaré en casa.

Un poco avergonzada levanto la cara y por primera vez en cuatro años puedo decir que me siento atemorizada por un chico, para ser exactos, el mismo que lo hizo por primera vez.

—Uh, parece que el golpe que te diste en la noche no fue muy suave que digamos, eh.— toma mi brazo delicadamente, mostrándome el morado que se ha formado en él.

—Y todo por no querer saludarme, fuerte Karolcita.

No sé si darle un zape por mamón o apartarme y darle la razón. Finalmente hago ambas.

—Sí duele, idiota.

En realidad no me lastimó cuando cogió mi brazo, pero quería tener una justificación para el zape.

—Que bueno que no decidiste dedicarte a la lucha, porque te digo que morirías en eso.

Cubre la parte de su cabeza en que le golpeé mientras se ríe.

>>Ya boluda, sal por esa puerta. Está a unos metros. Deja de tirar baba.<<

Tal vez tiré baba, bueno no, tampoco, pero al menos debí poner una cara de idiota.

Sé que es tarde para intentar huir cuando escucho su voz nuevamente.

—Bien, enserio. Te hice el desayuno y no quiero comer solo— puso una cara de perrito abandonado a la que no me pude resistir, pero Agus, después me sermoneas—. Además tenemos cosas por hablar.

Señor, sí señor. Ahora quiero volver a huir.

Una última vez; RuggarolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora