Capítulo Tres.

272 16 2
                                        

«No Annie no, no me hagas esto, tú no quieres esto, me prometiste que pondrías todo de tu parte amor, no lo hagas, tú quieres estar conmigo, y yo quiero estar contigo, te lo he demostrado, ¿entonces lo de ayer que fue? Mi amor, sólo tenemos que esperar, tú me lo dijiste, nos hemos prometido muchas cosas, no lo tires por la borda, hey, princesa, yo te amo, por favor, no lo hagas, te prometo que seré el mejor novio que pueda existir, Annie, dame otra oportunidad, ¿te das cuenta? Todas las oportunidades que me has dado las pierdo inconscientemente, y no las pierdo yo, me las quita tu padre, dame una última, Annie, no sabes como estoy, me matas al querer terminar conmigo, Annie, tú me lo dijiste, me lo prometiste...»

Ahí terminó su mensaje... Oh, Dios mío, ¿en qué momento comenzaron a brotar lágrimas de mis ojos? Tengo que terminarlo, es lo mejor para ambos...

«No, Eduardo, voy a terminar contigo...», le escribí. Esta es una gran tortura, yo lo amo, yo no quiero esto, yo quiero estar con él, pero desgraciadamente, aún no es el momento.

«Bebé, no, ¿dónde estás? Dime dónde estás y voy ahí, tú no quieres esto, sé sincera conmigo, bebé, por favor...», nunca le cuentes tus debilidades a nadie. Él sabe que me vuelve loca que me llamé bebé. Y a veces lo odio tanto por llamarme así en momentos como este...

«¿Cómo que dónde estoy? Sabes qué, ya no te contestaré, he tomado una decisión y la llevaré a cabo, no me busques más, no valgo la pena...», ahora si que estallé en llanto. Bloqueé el teléfono y lo lancé a la cama. Me senté en el borde de ella y empecé a llorar como un bebé recién nacido. Un bebé. Su bebé. Diablos, ¿por qué me vuelvo tan débil? Yo no era así, ¿por qué he cambiado tanto? Me había prometido a mi misma no llorar nunca por un chico, ¿qué tiene él? ¿por qué lloro tanto?

Me paré de la cama y caminé por un pasillo hasta llegar al tocador. Me miré al espejo, tenía los ojos hinchados y muy rojos, mi cabeza me dolía, y mi cabello era un desastre. En pocas palabras, me veía horrible. Tomé un cepillo, me lavé la cara y traté de lucir decente. Lo que más odio de llorar es tener que dar explicaciones después, por eso casi nunca lo hago.

El teléfono seguía sonando. Whatsapps. Mensajes. Llamadas. ¿Por qué me hace todo tan díficil? Voy a terminar cediendo, y la verdad no quiero. Una lágrima suya influye mucho en mí. No me gusta saber que le hago daño, a mí me gusta hacerlo feliz...

Oh-oh, ahí vienen más lágrimas. Bajé las escaleras y ahí estaba mi madre.

«¿Annie? ¿Qué sucede?», tardé poco segundos en encontrar una buena excusa.

«Nada, me siento algo mal. Ya tomé una pastilla, ya sabes, la anemia.», gracias a Dios tengo una excusa. Tengo altos y bajos con la anemia desde que tengo 11 años, y a pesar de que estoy delgada, no me siento bien con mi cuerpo.

Mi mamá hizo una mueca y al final asintió. Me senté a ver la tele, quería decirle que lo amaba, pero no podía.

Pasó una hora y subí a revisar sus mensajes. 36 whatsapps. 4 mensajes. 12 llamadas perdidas. Wow, este tipo si que es un maniático.

«Annie, si tú no quieres estar conmigo, yo ya no tengo nada que hacer aquí, porque esa persona al saber que ya no la quieres, se siente destrozada, rota, y sin motivos para seguir, esa persona, sin ti, quiere morir, sólo dime, ¿quieres estar conmigo o no? Annie, por favor, no sabes como estoy...», ESPERA, ¿DIJO MORIR?

Insomnios sin ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora