I - Una dulce bienvenida

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El cielo lleva una semana sin aparecer, llovía sin parar ni cambiar en la gran ciudad de caracas y los pequeños casi que ni habían pegado los ojos desde lo sucedido en la casa abandonada.

El olor a putrefacción rodeaba el carruaje pues después de la muerte del cochero, el viajero lo había cargado hasta el carruaje para reportar su muerte en la capital.

— niños preparen sus cosas — ordenó el viajero — ya vamos a bajarnos de aquí.

El niño alto agarró dos pequeñas maletas de cuero que estaban en un compartimiento arriba de la puerta del carruaje colgándose del marco de la ventana.

Ambos niños agarraron sus prendas y las sacudieron un poco antes de doblarlas, ya estaban secas, pero seguían sucias, y las metieron en sus maletas.

Cuando terminamos de ordenar nuestras cosas, miré por el borde de la cortina para ver la ciudad, había unos cuantos puestos de verduras y frutas, un lugar en donde había unas mujeres enrollando un hilo azul alrededor de dos palos de madera y mucha gente mirando nuestro carruaje, su vestimenta era muy variada me gusta pensar, todos vestían igual a excepción de unos cuantos hombres que estaban entre la multitud y nuestro carruaje, los hombres vestían unos trajes blancos con un gran sombrero negro, la gente nos miraba raro y no sé si eso signifique algo bueno.

Un hombre mayor de edad empujo a uno de los hombres que vestían de blanco, y corrió a un lugar que no pude ni ver, tenía que sacar la cabeza, pero me dio vergüenza.

— Se pescan más peces con miel que con vinagre mi señor! ¡Confío en usted! — escuché que gritó el viejo.

No sé qué fue lo que le pasó a ese pobre hombre que cayó de espaldas, por alguna razón le sangraba la nariz, supongo que tenía problemas de salud, al fin y al cabo, nadie de la multitud parecía ser muy cuidadoso con su salud, vestían ropas rotas y viejas a diferencia de los hombres de blanco.

Y de repente el carruaje se detuvo luego de unos gritos y un estruendo que sucedía atrás de nosotros, la puerta del carruaje se abrió y me asusté.

— Buenos días jóvenes, permítanme escoltarlos hasta la capitanía. — dijo uno de los hombres de blanco, especialmente joven en comparación a los demás.

El hombre abrió un paraguas y tomo de la mano al más pequeño de los dos niños, quien no soltó en ningún momento a su hermano.

— Espere! ¡Falta padre!

— No se preocupe joven, el noble Filipe tiene que encargarse de algo con el carruaje.

Los niños esperaron a su padre, el noble Filipe, escaleras arriba en lo que parecía ser un lugar muy grande e importante. El niño pequeño quedó hipnotizado con una ventana gigante con la imagen de una gran montaña bajo la lluvia propia de un artista, pero fue interrumpido por su padre que lo tomó por el brazo y lo jalo a su lado.

— Buenas tardes señorita, vinimos en carácter de urgencia para reportar un imprevisto fallecimiento durante nuestro viaje desde el puerto de la guaira hasta acá.

— Buenas tardes su nobleza, que lo trae a esta ciudad?

El noble Filipe apretó la mano de su hijo haciéndolo aspirar entre dientes una boconada de aire.

— No están notificados de mi llegada con anticipación señorita?

— No su nobleza a mí nadie me notifico nada sobre su llegada. — Explicó con un hilo en su voz.

— Bueno, que importa. — Agrego el noble Filipe — Hemos venido a reportar una perdida que sufrimos desafortunadamente en nuestro viaje durante un descanso al cual me opuse en primera instancia, pero cedi al ver el deplorable estado de los caballos del difunto.

RebeliónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora