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Otra vez había pasado lo mismo, estaba en mi cama recién levantado sin saber cómo diablos se llamaba. No había podido resolver esa simple duda, no era nada difícil saber el nombre de alguien, pero en esa realidad al parecer si lo era y eso me tenía rabiando en esos momentos.

—¿Por qué otra vez?—murmuré revolcándome entre las sábanas.—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?­— recitaba una y otra vez sin cansancio aparente, es que no lo comprendía, simplemente no lo hacía, ¿Por qué algo tan sencillo se complicaba de esa manera?

Me levanté furioso frotándome los ojos para espantar el sueño, tomé unos zapatos cómodos y me dirigí a la cocina. Hoy después de tiempo tenía tiempo para almorzar.

11:00 p.m.

Tal vez comer disminuiría mi frustración, bajé las escaleras de puntillas para no despertar a nadie. Sin embargo, era imposible el no hacer ruido, debido al material de madera de las gradas cada escalón rechinaba a cada paso que daba.

—¡Te encontré!—exclamó una voz tras mío. Exhalé derrotado, había puesto tanto cuidado para no levantar a nadie, pero había sido en vano, mamá ya se estaba dirigiendo hacía mí, y por su tono de voz, deduje que estaba enfadada. Ya no valdría la pena escaparse, había sido atrapado.—¿Con que almorzando de noche no? Te apuesto que ni siquiera desayunaste.—me reprendió, mas no volteé, seguía mirando en dirección contraria con miedo a la expresión de enojo que siempre utilizaba para reñirme: el ceño fruncido, los labios apretados, la mirada fría y los brazos cruzados.—Mírame, maldito bastardo.

Volteé apenado con la cabeza gacha.

»—¿Estás ya con esas estupideces de la dieta?—reclamó acomodando sus puños en sus costados a la altura de la cintura.

—No es dieta, mamá, sabes que esas porquerías no me van.—me miró escéptica sin cambiar su postura.—Solo lo olvidé ¿Si?

—Como toda una semana.—recalcó negando con la cabeza, empezó a bajar más hasta llegar al escalón en el que estaba. Juro que creí que me golpearía, pero solo me haló del brazo en dirección a la cocina y mientras avanzábamos siguió reprendiéndome.—La comida había estado sobrando, siempre tu porción se quedaba. ¿Qué pretendes mocoso? ¿Bajar de peso? No ves lo delgadito que estás, vas a desaparecer.—me apretó el brazo.

—Ah...Ah... ¡Auch!—grité y me soltó con fuerza.—Eso dolió.—reclamé acariciando mi brazo. No me prestó atención y siguió caminando.

Al ya estar ahí, hizo que me sentará en una de las sillas del comedor, mientras que ella prendía la hornilla de la olla de la que supuse sería el almuerzo. El olor hacia que se me hiciera agua en la boca, últimamente no estaba comiendo bien o, mejor dicho, no estaba comiendo nada. Las prácticas de piano y el trabajo de medio tiempo me habían convertido en su esclavo, haciendo que mis horarios de comida sean reducidos casi en su totalidad.

A veces, como hoy, almorzaba bien, pero en otras ocasiones se hacía difícil encontrar algún espacio para poder comer. En las mañanas, a la hora del desayuno siempre me quedaba dormido por practicar hasta tarde, por lo que me quedaba dormido y no me alcanzaba a desayunar. Por las tardes, iba a las clases de piano, que empezaban a la hora que mis clases en la universidad finalizaban y luego, me iba a trabajar a una cafetería hasta que anochecía. Prácticamente, no comía de lunes a sábado, ya que los domingos no tenía ni clases ni trabajo. Además, mamá estaba pendiente de cada una de mis comidas.

—Almorzar a deshoras te hace daño Yoongi y lo sabes bien.—habló mamá terminando de servir la comida para finalmente ponerla en la mesa frente a mí.

Un plato con un pedazo de carne asada, arroz y ensalada fue puesto en la mesa junto a otro con una sopa de pollo y fideos. Estaba tan ansioso por comer, mis ojos se habían quedado prendidos en el pedazo de carne. Si estaba enamorado era de la comida. Solo el pensar en engullirme todo eso, me llenaba de alegría. Ya no podía esperar más, me metí una gran porción a la

Honey in my moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora