3. Uno más uno: dos.

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«Samantha estaba poniendo la ropa en la lavadora cuando Marian se acercó sigilosamente por detrás para abrazarla por la espalda. Ella rió e intentó alejarlo golpeándolo en juego con una blusa que aún no había llegado a su destino.

—¡Estoy en mi período, cariño! —exclamó, atrapada entre los brazos fuertes de su marido, en defensa a la erección que estaba hincada en su parte trasera con mucha sugerencia.

—Ya lo sé… Pero tal vez, podemos intentar esto o lo otro… —La voz se le volvía tan grave que a la joven le costaba mucho resistirlo.

—¿Qué tienes últimamente? —Le rodeó el cuello con los brazos y se puso de puntillas.

—¿Mh? ¿Qué quieres decir?

—Siempre fuiste muy fogoso, pero últimamente… 

Marian rió.

—¿Es una queja? 

—No, es una simple duda.

—Bueno, es que se acerca nuestro aniversario y tengo muchas expectativas —Levantó las cejas y sonrió ampliamente. 

—Recuerdas que te dije que no, ¿verdad?

—Mmm, síp. Pero algo me dice que terminarás pidiéndomelo tarde o temprano —respondió con tranquilidad.

Aquella noche Samantha se durmió pensando en la propuesta de Marian. No iba a negar que, desde que su esposo se lo había comentado, había estado investigando en internet, había leído foros y había muchísimas personas con las mismas dudas y preguntas que ella tenía. En resumen, la mayoría sostenía que "si te pica, ráscate" y "no hagas nada por obligación, haz lo que quieras hacer tú, tienes derecho a elegir". Y, siendo sincera consigo misma, le estaba picando mucho.

A Marian casi se le cayó la taza de café que estaba preparando cuando Samantha le dió el ok para cumplir su fantasía. Dejó lo que estaba haciendo para abrazarla y elevarla en el aire, casi danzando.

Ella le dijo que quería explorar la idea, que aún no se encontraba cien por ciento segura, que aceptaba hacerlo con la condición de que él debería estar abierto a que pudiera echarse atrás hasta el último momento. Entonces Marian también puso sus condiciones y limó dudas, como por ejemplo si ella se sentía más cómoda con alguien conocido o alguien con quien no tuviesen relación ninguno de los dos. 


Llegó la fecha tan esperada por el matrimonio y después de una velada muy romántica en un lujoso restaurante (velada en la que no faltaron los susurros subidos de tono y las copas de vino) se encaminaron hacia el hotel.

Antes de entrar a la habitación Marian se giró hacia su esposa y tomó sus manos. 

—Sam, mi vida, si no quieres hacerlo, voy a respetarte, ¿de acuerdo?

—Lo sé —Acarició la mejilla derecha del pelirrojo con dulzura—, conozco al hombre con el que me casé.

El pelirrojo sonrió y besó sus labios color coral. A Sam nunca le había gustado maquillarse demasiado y aquella noche no había sido la excepción; usualmente resaltaba los rasgos de su cara que creía más bonitos pero no utilizaba colores vivos. Siempre decía: poco agrada, mucho desagrada. Llevaba un vestido rojo escote corazón de falda ajustada y tacones a juego. De su muñeca derecha colgaba un pequeño bolso de mano, en el que tenía algo de maquillaje de emergencia y su inseparable teléfono celular. Había tomado algunas fotografías durante la cena, las cuales publicó en sus redes sociales camino al hotel.

Marian, por su parte, llevaba el cabello atado en una cola de caballo baja camisa entallada de color blanco, saco y pantalón negro. Pasó la tarjeta por el aparato y la puerta de abrió, ambos se miraron con incertidumbre, sabían que su invitado ya se encontraba dentro. Él la miró y ella le sonrió con confianza, dándole la fuerza que necesitaba en aquel momento.


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