10. Uno menos uno: menos dos.

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El lunes en la mañana tocaba reunión en la academia de Londres, los diferentes grupos estaban reunidos en sus estudios correspondientes, afinando los detalles de las presentaciones de la semana siguiente. Todo era ensayo, pruebas de iluminación y sonido, nervios y alegría para los integrantes del enorme elenco y personal asistente.

—Llamando a Allen~ —canturreó Kurenai, su compañera de danza, una pelirroja de bellos ojos azules.

—Oh, sí, lo siento —se disculpó el chico al notar que se había equivocado de paso.

—Allen, ¿estás bien? —le preguntó ella mirándolo extraño, él parecía no estar concentrado.

—Dame un minuto. Ya regreso.

Se retiró del escenario y fue directo a recorrer las demás salas de estudio, buscando con la mirada a la chica de ojos ámbar. Al no encontrarla tuvo un mal presentimiento, ¿tal vez estaba preocupándose demasiado? No era anormal que dos por tres se ausentara.

Cuando tomó su celular vio que tenía una llamada perdida de Ester, seguido de un mensaje en el que le preguntaba si su amiga había asistido al trabajo. Le respondió de inmediato negativamente. 

Minutos más tarde, ella lo llamó.

—Escucha. He comprobado a través de una llamada que el viejo está en la academia vecina. Te enviaré en un mensaje la ubicación de la casa de Samantha. Ve a verla, si notas que algo no está bien, me llamas y la sacas de esa casa lo antes posible. Cuento contigo.


El taxi llegó a la enorme casa pasando las once de la mañana. Allen bajó del vehículo hecho un manojo de nervios, le pidió al chofer que lo esperara a que regresara. Cruzó el jardín delantero y llamó al portero. Nadie respondió. Insistió varias veces hasta que la voz de la chica se escuchó en el aparato.

—¿Sí?

—¡Sam! Gracias al cielo, soy Allen.

Ella tardó unos cuantos segundos en responder.

—Allen… ¿Qué necesitas? —preguntó, tratando de escucharse con normalidad.

—Ester me envía a darte una cosa —mintió.

—¿Puedes dejarla en la puerta? Luego iré.

—No puedo, es algo que tengo que darte personalmente.

A cada respuesta de la chica, Allen más se desesperaba. Él también estaba intentando sonar tranquilo.

—Sam, si no te doy esto, Ester va a matarme…

Samantha miró hacia arriba, preguntándose qué más quería dios de ella. ¿Por qué Allen estaba allí? Si Marian se enteraba de que el chico se había acercado hasta su casa… 
Y es que Marian se iba a enterar, había cámaras de "seguridad" en toda la casa.

—¿Sam, estás ahí?

—Sí...

—¿Vienes? Tengo algo de prisa, debo regresar a la academia —volvió a mentir.

—Te abriré en un momento.

Llegar a la puerta no fue cosa fácil, el cuerpo le dolía horrorosamente. Pero cada paso era un paso ¿hacía dónde? ¿A la liberación? ¿Al infierno? ¿Que debía hacer?

—¡Sam! —Gritó Allen, golpeando la puerta con el puño. 

—Allen… —Samantha se recargó en una pared, tratando de retomar el aliento.

—¡Sam, abre la puerta, por favor!

Cuando su mano se posó sobre el pomo de la puerta su ser entero tembló, desde adentro hacia afuera, desde afuera hacia adentro. El miedo paralizaba. 

La restaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora