Viernes de Cosmopolitan.

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Relato por: @gabywritesbooks

Esa noche, como hacía el primer viernes de cada mes, Karen llegó puntual a su bar de siempre.

No era como si alguien importante estuviera esperándola, pero le gustaba sentirse comprometida a algo que no fuera su trabajo o esperar la llegada de los lunes por un nuevo episodio de su serie favorita. Después de todo, había roto suficientes lazos a su corta edad y no era como si se sintiera comprometida con alguna amistad o un amor.

Atravesó aquel embarrotado lugar de luces tenues hasta que llegó a la barra y tomó asiento en uno de los pocos taburetes disponibles. Al reconocerla, el bartender le dedicó una sonrisa y le sirvió, como cada mes, un cosmopolitan, que era su coctel preferido. Karen era como el vodka: seca, fuerte, dominante, nociva. Era de esas mujeres que una vez las probabas, su potente sabor se hacía de ti y le costaba dejarte ir.

Cuando Karen dio el primer sorbo a su coctel, ni siquiera se inmutó. Al contrario, lo encontró delicioso y le guiñó un ojo al bartender como agradecimiento, y este, que siempre había disfrutado complacerla, hizo lo propio. Karen sabía que no le tomaría mucho esfuerzo terminar de conquistarlo si se lo proponía, pero nunca le había gustado lo fácil.

—Ya te habías demorado —comentó Karen tras ver su reloj y fijarse que eran las diez y diez. Se giró para observar el rostro familiar con el que se encontraba cada primer viernes del mes, y este le sonrió con orgullo.

Allí estaba Guille, tan imponente como siempre, con su cabello cobrizo siempre arreglado, sus ojos avellana dispuestos a endulzarla, sus labios que esbozaban una sonrisa triunfal y demostraban cuán satisfecho estaba su ego de encontrarla allí. Karen sabía que en aquel bar no la esperaba alguien importante, solo Guille, su exnovio, que era muchísimas cosas excepto importante.

—Tampoco quería lucir desesperado —contestó, acercándose un poco más ella con su vaso de escocés en la mano.

—Solo un hombre desesperado se aparecería aquí a la misma hora, todos los meses, creyendo que por fin se marchará conmigo. Si no quisieras lucir desesperado entonces faltarías al menos a un encuentro.

Karen se echó el cabello de lado y meneó los hombros, satisfecha. En respuesta, Guille solo se echó a reír, declarándose culpable.

—A lo mejor sí estoy un poco desesperado, pero es porque sabes jugar bien tus cartas.

—Ya me tocaba aprender.

Karen y Guillermo habían terminado
un año atrás, cuando ella lo descubrió con una de sus compañeras de trabajo. La historia no fue ni muy larga ni muy profunda, aunque sí lo suficientemente dolorosa para ella. No era como se hubiera enamorado del todo de Guille, en el fondo siempre se negó la posibilidad de amar por completo y cuando lo descubrió con otra, agradeció haber sido tan precavida. No obstante, Guille la había malacostumbrado a rutinas y experiencias que, con el tiempo, pensó que solo podría disfrutar con él. Aún después de un año de haber terminado, había cosas que a ella le costaba disfrutar por sí sola.

Por lo menos no dejaba de intentarlo.

—He tenido una semana fatal en el trabajo —dijo él. Cuando ella no contestó, Guille prosiguió—. ¿Te acuerdas de Mario? Me ha hecho una mala jugada, dejó de cumplir con unas entregas y mandó un correo diciéndole a nuestro jefe que ha sido mi culpa. No te imaginas la cara de Miguel mientras trataba de explicarle todo lo sucedido. Creo que consideró despedirme.

—Pues de igual forma odias lo que haces. Te habría hecho un favor al despedirte, ¿no? —respondió ella con pereza.

Así era cada vez que sabía que se iba a encontrar con Guille, al principio le invadía la adrenalina y cierta emoción, no porque todavía le quisiera sino por saber que él seguiría allí a sus pies aún después de todo lo hecho. Y ya cuando se encontraban, se sentía culpable por haber sido víctima de ese tonto impulso. Después, Guille le hablaría sobre él mismo y ella terminaba aburrida. Era un ciclo que no paraba.

Hasta esa noche.

—Te noto extraña —mencionó él—. ¿Qué sucede?

—¿Qué crees que sucede? —contraatacó ella, cruzando las piernas.

—Todavía tienes esa manía de contestar todo con preguntas.

—Tú aún tienes la manía de no ver lo que está en tus narices.

—Ahí es donde te equivocas —atajó Guille, acercándose todavía más a Karen—, porque te veo a ti, siendo la misma chica ruda de siempre que está esperando a que yo siga insistiendo para que salgamos de aquí juntos.

Karen bufó y se rio, incrédula. ¿De verdad él no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo? Lo observó con una ceja enarcada y, antes de hablar, le dio un sorbo a su coctel.

—¿Y vas a seguirme insistiendo?

Los ojos avellana de Guille recorriendo el rostro de su exnovia con curiosidad y lujuria al mismo tiempo.

—Todas las veces que sea necesario.

Ella asintió y terminó su cosmopolitan de un solo tirón, para luego ponerse de pie. Ya se había cansado de rodeos y, si era completamente honesta consigo misma, el juego ya no era tan divertido.

—Será mejor que deje de venir los viernes —afirmó. Guillé la miró, sorprendido—. Hace tiempo que ya no quiero que me insistas y, de nuevo, eres incapaz de ver lo que está en tus narices, así que no te das cuenta de que no deseo irme de aquí contigo. Ha sido divertido observar cómo estabas seguro de que ese era mi plan cuando, en realidad, lo único que he hecho ha sido darme cuenta de que alejarme de ti ha sido la mejor decisión que he tomado en años.

—¿Entonces nuestros viernes...?

—Para ti han sido encuentros con esperanza de sexo. Para mí ha sido terapia. ¿Lo mejor? La mayoría de las veces me has invitado la copa tú.

Cada vez que Karen se imaginaba a sí misma confrontando aquellos sentimientos frente a Guillermo, sus inseguridades le gritaban que jamás sería capaz de cumplirlo. Siempre había pensado que sería difícil, por no mencionar doloroso. No obstante, allí estaba, firme y fría como una roca en pleno invierno, decidida a dejar ir el pasado.

A veces se preguntaba si habría sido mejor cortar aquel vínculo con Guille de raíz un año atrás pero, viéndolo en perspectiva, cada nuevo viernes era una oportunidad para darse cuenta de lo bien que hacía al no dejarse ganar del todo por él; cada encuentro era un grano de arena que sumaba a quererse un poquito más a ella.
En los primeros encuentros todavía quedaba en ella un rayito de esperanza, ese último fueguito de una vela casi consumida que las personas esperan que duren muchísimo más. Sin embargo, con tantos encuentros transcurridos, aquel fuego se había disipado, dejándola con la fuerza necesaria para finalmente despedirse y no regresar más.

—Adiós, guapo —le dijo, pero no a Guillermo, sino al bartender que no ocultó que estaba escuchando toda la conversación. Después miró a su ex, que parecía con la voluntad de insistirle, pero la convicción de Karen lo había dejado sobrecogido—. Adiós, Guillermo.

Sin titubear, se giró y se puso en marcha.
Se dijo que, quizá, alguna otra semana, podría regresar a aquel bar. A lo mejor para conocer más al bartender, o simplemente para disfrutar más de un trago consigo misma.

Esa última idea le hizo sonreír.

Antología amándome.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora