Relato por: @La_Letruda
Jason cayó, rendido y sudoroso en la cama. Apenas respondió al beso que le dio Medea antes de quedarse profundamente dormido.
La muchacha se levantó y fue al baño después de colocarse la ropa interior que había quedado en el piso. Antes de entrar, se dio vuelta para mirar al espléndido hombre que descansaba enredado en las sábanas. Se sentía feliz. Sentada en el inodoro se acarició el vientre imaginándose cómo se vería cuando le creciera.
El tono de mensajes del celular de Jason la sacó de su ensueño. Hacía rato que venía sonando; él lo había mirado y había apagado la pantalla sin responde, sin que ella dijera nada le había comentado que era del trabajo.Otra vez aquel sonido. Medea salió del baño con la intención de ponerlo en silencio porque sabía que no la dejaría dormir. Los últimos quince días se había sentido agotada
El teléfono estaba en la mesa de luz de Jason. La joven lo tomó y le bajó el volumen al mínimo. Justo en ese momento, se encendió la pantalla con la notificación de un nuevo mensaje; ella se sobresaltó y lo dejó caer sobre la alfombra. Al levantarlo, no pudo evitar leer.Amor, ¿dónde estás?—preguntaba una tal Glauco.
Medea quedó paralizada junto a la cama mirando con rostro de piedra el celular en su mano. Se le hizo un nudo en el estómago, junto a ella, Jason seguía en la misma posición en que se había dormido. No se había enterado de nada. Sin pensarlo, se sentó en el piso y desbloqueó el teléfono. Estaba mal, pero tenía que asegurarse.Aunque lo estuviera leyendo con sus propios ojos, no lo podía creer. Por más que retrocedía en el chat, no encontraba el inicio de las conversaciones. Se dio cuenta de que La otra no era esa tal Glauco—¿qué clase de nombre era ese?—sino ella. Ella era La otra.
El malestar se intensificó; tuvo que correr al baño para vomitar, pero eran solo arcadas. El esfuerzo inútil le dio mareos. Se lavó para lavarse la cara con agua fría y se miró al espejo. La sonrisa que tenía desde hacía días se había esfumado. Ahora se veía pálida, con la mirada perdida. Se sentó sobre el inodoro, se tapó la espalda con el toallón, y revisó las conversaciones con los amigos para confirmar sus sospechas. Jason le había mentido desde que se conocieron.
Lo había dejado todo por un hombre casado.En ese momento, por fin, afloraron las lágrimas. No solo por el engaño, que ya de por sí era suficiente para desencadenar su furia, sino también por saberse segunda, por no escuchar las advertencias de su padre y haberlo traicionado, por el abandono de su hogar, los proyectos dejados de lado, por la ilusión destruida… y todo lo había hecho ella por voluntad propia, ¿y para qué? Por una sonrisa cautivadora y una voz que, por primera vez en su vida, le había dicho te amo.
El teléfono volvió a iluminarse. Otra vez era ella. Mientras leía el mensaje, Medea se preguntó por qué, entonces, Jason se había alegrado tanto cuando ella le dijo que el test había dado positivo. No tuvo que pensarlo mucho; la respuesta llegó a ella como una revelación. Planeaba quitárselo. No, no era posible. ¿No? ¿Por qué no? La muchacha intentó pensar en otra explicación, pero no se le ocurría ninguna. Si él la había usado para hacer despegar su carrera, ¿por qué no lo haría para tener hijos, también? Era abogado; tenía los medios. La angustia anidó en su garganta. Medea sintió que se ahogaba. El llanto volvió a brotar, más intenso que antes y más doloroso por el esfuerzo de mantenerlo en silencio. Un pensamiento se repetía en su mente: no se lo podían quitar. No se lo iban a quitar. Era suyo. Ese montón de células que crecía dentro de ella era su bebé.
Desde la habitación, resonó un ronquido. Medea se levantó y se asomó para asegurarse de que no se hubiera despertado.Al verlo, una furia posesiva se apoderó de ella. No lo permitiría. Pensó en despertarlo y confrontarlo, echarle en cara su perfidia y desfachatez, pero cambió de opinión. La manipularía, qué duda cabe, como ya lo había hecho antes, para que ella tomara las decisiones y realizara, por voluntad propia, lo que a él le convenía. No. Tenía que darle una lección, una tan grande y dolorosa para que sintiera, aunque fuera, una pequeña parte de lo que le había hecho a ella. No volvería a dejarse pisotear. Debía actuar rápido.
Lo primero fue fácil: le diría a la esposa que Jason la engañaba. Le contaría todo con lujo de detalles, le mostraría las fotos… Ninguna de las dos merecía a alguien como él.
Sin embargo, sentía que no era suficiente. Quería hacerlo sufrir. Y solo había una manera a su alcance. Con tal de impedir que Jason le quitara a su bebé…se pasó la mano por el rostro, sorprendida de sí misma. ¿Sería capaz? Era una locura, sin embargo… si lo pensaba, era la única opción. Estaba sola, ni siquiera tenía medios para mantenerse ella sola. Y, definitivamente, no pensaba poner su cuerpo para que otra persona disfrutara de las alegrías y amarguras de la maternidad.
No, no lo haría. Se le desgarraba el corazón de solo pensarlo. Pero tampoco lo dejaría con Jason. No, eso sería debilidad, y era hora de ser fuerte. Si no se plantaba ahora, ¿cómo podría hacerlo por otra persona? Medea se decía estas cosas una y otra vez, para convencerse, pero la angustia no desaparecía. En su corazón no cesaba de repetirse que no podía, que era su bebé. Las dos voces se superponían. Por momentos prevalecía una; por momentos, la otra.
Volvió a sonar el teléfono. Esta vez, Medea miró el reloj: hacía una hora que agonizaba de aquella manera y, aunque Jason durmiera mucho y tuviera el sueño muy pesado, ella no podía arriesgarse a que la encontrara allí, o estaría todo perdido.
Dejó el celular en la mesa de luz. No le importaba que él se diera cuenta de que le había revisado los mensajes. Sacó un bolso del placard y comenzó a llenarlo con sus pertenencias. No demasiado; solo lo esencial. Mejor dicho, todo lo que se había llevado de su hogar en un principio. Lo demás era regalo de Jason.
Hubo una sola cosa que sí se llevó, y solo por necesidad: todo el dinero en efectivo que había en el departamento. Quizás, con algo de suerte, le alcanzaría para comenzar de nuevo. Aunque sabía que era un sueño imposible. Se vengaría, pero se le rompería el corazón para siempre.Cuando todo estuvo listo, echó una última mirada. Pensó que podría intentar contactar a su madre; valía la pena el intento. Pero antes, había cosas que hacer, dolorosas, pero necesarias. Una lágrima cayó sobre la alfombra antes de que Medea se diera vuelta para salir y cerrar la puerta.
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Antología amándome.
ChickLitNos unimos para hacerte ver que eres especial; mujer. Nada ni nadie debería cambiar eso, así que quiérete, ámate y date a respetar porque tú eres un diamante que todos deben valorar.