Otra perspectiva

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Moa

El día en que su madre la abandonó, Moa tenía cuatro años, seis meses y quince días.

Aún era demasiado pequeña para guardar recuerdos detallados del suceso que marcó su vida, pero en su memoria conservaba una vaga escena.

—Mami, ¿a dónde vamos? —preguntó mientras era arrastrada por el pasillo de su piso.

—Te quedarás con la señora Fujioka hasta que papá llegue —la mujer no detuvo el paso—. Yo debo salir.

—Quiero ir contigo.

—Moa, por favor —tocó la puerta del departamento vecino y tomó una larga respiración antes de arrodillarse para acomodar el cuello del abrigo rosa de su hija—. Recuerda ser una buena niña ¿sí? —acarició su mejilla—. Y ahora una sonrisa.

La más pequeña obedeció cambiando su puchero por una tierna sonrisa que mostraba sus hoyuelos.

—Muy bien —su madre dejó un beso en su frente y se puso de pie al mismo tiempo que la puerta fue abierta.

La anciana del departamento las recibió con un saludo, y se hizo a un lado para dejar entrar a la menor.

—¿Vuelves rápido? —la niña miró una vez más a su madre.

La mujer no respondió, solo movió su mano como despedida hasta que la puerta se cerró.

Esa fue la última imagen que tuvo de ella.

Los adultos que la conocían comenzaron a mirarla apenados, para ellos era la pobre niña que fue abandonada por su madre.

Los niños de su entorno no cambiaron mucho de actitud, o al menos así fue en un principio, hasta que por instrucciones de sus padres y de la maestra, se volvieron más "amables" con ella.

Moa no necesitaba de eso; ni los juguetes que su papá le compraba cada semana, ni las miradas tristes que no cambiarían nada, ni mucho menos, las insistentes invitaciones para jugar con niños tontos.

Solo quería a su mamá de vuelta.

—¡Fuera! —chilló cuando oyó pasos acercándose a su escondite.

La presencia extraña no hizo caso a su pedido y entró a la casita de juguete.

Moa había estado esperando que su profesora llegara a regañarla por golpear a su compañerito, y entonces iba a suceder lo de siempre: pediría disculpas, notificarian a su padre de su comportamiento, él le hablaría y ofrecería comprarle un juguete si se portaba bien el resto de la semana, ella prometería que sí y controlaría sus impulsos por unos días, obtendría su nuevo juguete y el ciclo volvería a comenzar.

Sin embargo, en esa ocasión no vio a su maestra frente a ella, sino a una compañera de clase.

Mejillas regordetas y cabello semiondulado, reconoció que era su compañera de banca, sobre quien derramó jugo de manzana la semana anterior.

—Fuera —repitió más débil y escondió su cabeza entre sus piernas.

La otra pequeña hizo caso omiso a su pedido y se acercó después de cerrar la puerta de juguete.

—T-tu b-bento —dijo estirando el objeto hacia ella.

Moa levantó su cabeza con la esperanza de que un poco de su comida se haya salvado.

—¡No! —lo empujó de vuelta al ver que el bento en la mano de Yui, no era el que su padre compraba en el supermercado—. No es mío —giró dándole la espalda.

Escucho hablar de nosotrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora