Capítulo 16: Matt

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Kathe dejó caer la mochila en una esquina de la habitación, se quitó las gafas y después de cerrar la puerta se tiró boca abajo en la cama. Sintió un pinchazo en el ojo y se dio la vuelta.
Hacía dos noches que había vuelto después de que la secuestrasen los Kraang...

—¿Se puede saber qué horas son estas de llegar?
—Se me ha acumulado trabajo. —Una bofetada le había arrancado las gafas.
—Deja de mentir. Son casi las dos de la mañana del jueves. ¿Dónde has estado?
—¿Quieres saber la verdad? —Kathe lo había mirado desafiante—. Me han secuestrado unos aliens. —No había sido capaz de esquivar el puñetazo que la tiró al suelo. Tampoco se movió. Estaba demasiado agotada, en todos los sentidos.
—¿Dónde has estado? —el hombre la había levantado por la chaqueta. Y ella lo había mirado a pesar del dolor del ojo.
—Con unos amigos.
—¿Haciendo qué?
—Huyendo de los aliens. —Él la había arrojado al suelo de nuevo y le había propinado una patada en el brazo.
—Hasta que decidas contar la verdad te vas a quedar en casa. —Kathe no había respondido—. Escuela y trabajo, nada más. No quieras retrasarte ni un minuto.
Se había escuchado un portazo y Kathe se había sentido más sola que nunca.

Sonó su teléfono. Matt.
—¿Qué?
—Kathe, tienes que venir a casa ya.
—Paso.
—¿Por qué?
—Estoy castigada. Me meteré en un lío si salgo.
—Ah, pero esto merecerá la pena, de verdad.
—¡Kathe! ¡Tienes que sacarnos de aquí! ¡Tu amigo nos-! —Unas voces gritaron el nombre de Mikey.
—¡Te voy a...! —la voz de Raph también se entrecortó.
—Matt, ¿qué está pasando?
—Ven a descubrirlo. Te esperamos. —Matt colgó y Kathe se quedó mirando el teléfono. Agarró las baquetas, salió de la ventana y saltó al suelo desde la barandilla. No perdió un segundo en salir corriendo hacia la casa de Matt. Golpeó la puerta del garaje, que se abrió sola.
Dentro todo estaba oscuro, salvo por la luz que entraba por la puerta recién abierta. Kathe entró y a su ojo le llevó unos segundos acostumbrarse. Cuando lo hizo, pudo ver cuatro figuras al fondo del garaje.
—¡Chicos! —susurró acercándose— ¿estáis bien?
—Podríamos estar mejor —gruñó Raph.
—Kathe, ese chico está loco —dijo Leo— nos tiene encadenados desde anoche. —Kathe observó sus cadenas. No podría romperlas con su cuchilla.
—¿Dónde están vuestras armas? —antes de que pudieran responder, la otra puerta se abrió y se hizo la luz. Kathe se volvió y pudo ver las armas de los chicos amontonadas junto a Matthew.
—Ah, ya estás aquí. ¿Qué tal tu ojo?
—Suéltalos, Matt.
—Paso.
—¿A qué viene todo esto?
—Dijiste que estabas harta, así que te voy a hacer un favor y me voy a deshacer de ellos.
—¡Te dije que estaba harta de todo, no de ellos!
—Bueno, ellos forman parte de todo, ¿no?
—¡No! No me estabas escuchando. Nunca lo haces. Por eso te dejé.
—¿A estas alturas piensas hacerme creer que me dejaste por eso y no por ese perro verde y rojo?
—¿A quién llamas perro, imbécil? —rugió Raph avanzando hasta que las cadenas se lo impidieron— ¿A que no me dices eso sin cadenas?
—¿Ves? —dijo Matthew a Kathe—. No deja de ladrar. Siéntate. —El chico pulsó un botón en un mando a distancia y Raph se sacudió hasta caer de rodillas—. Buen perro.
—¡Déjalo en paz! ¡Suéltalos de una vez!
—Antes de eso, escucha mi plan, y luego decides.
—¿Por qué debería hacer eso?
—Porque te interesa.
—No lo creo.
—Te lo voy a contar igual. Verás. ¿Recuerdas el ruso ese que vino a explicar cómo coleccionaba objetos de todo tipo?
—Ellos no son objetos.
—Acabo de llamarle y me ha dicho que también hace negocios con animales.
—¡No son animales, Matt!
—Ya, bueno, escúchame. También me ha dicho que si merece la pena, puede llegar a pagar hasta cinco de los grandes por ejemplar. Por ejemplar, Kathe. ¿Te imaginas todo lo que podemos hacer con eso? Un estudio, una maqueta, un disco…
—No eres más que un cerdo egoísta. —El muchacho la sujetó por las mejillas y la miró a los ojos. La voz suavizada en un susurro alentador—. Una batería de marca, de las buenas, como las de los grandes. Un piso para ti sola. Independencia, Kathe. —Matthew deslizó las manos hasta sus brazos—. Se acabaron las broncas, los ojos morados, ya no más labios partidos ni moratones. —Kathe le sostuvo la mirada y, por un segundo se imaginó con todo aquello.
Hasta hacía unas semanas, eso era todo lo que había querido. Una batería, vivir tocando, una casa sin palizas por simplemente existir, calma.
Pero ahora, una vida así le parecía vacía. Le faltaba algo, y ese algo estaba encadenado en el garaje de su ex. Los miró.
Leo la parecía preocupado, no sabía si sería capaz de sacar a sus hermanos de esta. Mikey seguía aturdido por el calambre. Raph tiraba de las cadenas en vano, y Donnie las observaba, buscando una forma de abrirlas.
—Lo siento, Matt, no merece la pena. Suéltalos, por favor. —Él dio un paso atrás.
—¿Qué me darás a cambio?
—¿Qué?
—Voy a perder veinte mil pavos, me tienes que igualar la oferta. —Kathe se frotó el ojo bueno por debajo de las gafas.
—Eres insoportable. ¿Qué es lo que quieres? —Matthew le sujetó la barbilla.
—Un beso. —El tironeo de cadenas cesó. Kathe miró a Raph de reojo. Se había detenido con las cadenas tan tensas como el silencio que se había formado.
—Kathe —dijo Leo—, Kathe, no tienes que hacerlo, encontraremos la forma de salir.
—Si lo hago —dijo Kathe—, si... Si te beso... ¿Los soltarás?
—Solo hay una forma de averiguarlo. —Kathe inspiró. Aquello no le hacía ninguna gracia. ¿Pero qué otra opción le quedaba? Si intentaba cualquier cosa, Matt podría freírlos.
—Bien.
—Definitivamente no eres muy lista.
—Raph... —murmuró Donnie.
—¿Qué? Es evidente que es una trampa. No nos va a soltar por eso. La está engañando. —Raph volvió a caer de rodillas, sacudido por otro calambre. Matt la miró de nuevo. Kathe tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Vamos, no te pongas así. Está diciendo todo eso por despecho —el muchacho le pasó el pulgar por su mejilla para quitar una lágrima.
—Como estés mintiendo... —murmuró Raph de nuevo—, si lo que dices es mentira, reza por no caer jamás en mis manos, porque te pienso... —la voz de Raph se quebró de nuevo, pero no por un calambre, sino porque Kathe había tomado la iniciativa, y no era él quien estaba al otro lado.
Kathe se separó de Matt cuando el muchacho empezaba a emocionarse. Se pasó el dorso de la mano por los labios.
—Ya tienes lo que querías, ahora suéltalos de una vez. —Matt hizo una mueca.
—Mira Kathe, si tu no quieres el dinero porque vas a sentirte mal o lo que sea, me parece genial, pero yo voy a cumplir mis sueños.
Nadie supo si el grito de rabia fue de Raph o de Kathe, pero que quien recibió los puñetazos fue Matt no lo dudó nadie.
Matthew tardó unos segundos en reaccionar, y cuando lo hizo, fue bastante torpe. Kathe consiguió inmovilizarlo.
—Demonios, Kathe, ¿quién te ha enseñado todo eso?
—Lo has encadenado en el garaje, idiota. Ahora suéltalos.
—No. —Kathe le subió el brazo inmovilizado y las cuatro tortugas se retorcieron—. No estás en situación de exigir, Katherine, necesitas un código para liberarlos y solo lo conozco yo. Vete a casa y solucionaremos esto entre hombres. —Kathe frunció el ceño y antes de que el otro pudiera darse cuenta, le sujetó el otro brazo y le golpeó la muñeca con la parte trasera de la baqueta para que soltase el mando. Luego lanzó a Matt hacia los chicos y recogió lo que se había caído.
—Aquí te quería yo ver, valiente —gruñó Raph mientras lo sujetaba con fuerza. El muchacho soltó un lastimero quejido.
—No lo mates aún, Raph —dijo Kathe. Fue hacia el final del garaje y sacó una guitarra de un estuche. Se la colgó y giró una baqueta entre los dedos. Matt rió.
—¿Qué vas a hacer? ¿Golpear la guitarra hasta que se parta? —Kathe pulsó el botón de las baquetas y Matt enmudeció mirando la cuchilla.
—Tienes seis cuerdas. Tienes seis oportunidades para decirme el código antes de que tu bebé se convierta en astillas. Uno —dijo colocando la cuchilla tras la primera de las cuerdas. Matt negó.
—No hagas eso...
—Sí que lo haré.
—¡Espera, Kathe! —exclamó Donnie. Todos lo miraron—. Suelta un poco las cuerdas, podrían saltarte en la cara.
—Gracias, D —dijo ella mientras giraba las clavijas.
—¡No, Kathe! Escúchame, no tienes ni idea de lo difícil que es encontrar cuerdas como esas. Me pateé media ciudad para encontrarlas.
—Sí que lo sé, yo me pateé la otra mitad. El código. —El chico no respondió. Kathe cortó la primera cuerda y el chico gimió.
—Son muy caras...
—Segunda. —Matt no decía nada—. Tercera. Cuarta.
—Da igual, con veinte mil dólares haré lo que me de la gana. —Kathe cortó las dos cuerdas que le quedaban. Se descolgó la guitarra y la sostuvo en alto por el mástil—. ¡NI SE TE OCURRA! ¡SABES LO QUE SIGNIFICA ESA GUITARRA PARA MI!
—Y tú sabes lo que significan ellos para mí y te ha dado igual. Voy a contar hasta tres. Uno.
—¡Es la fecha en que empezamos a salir! —Kathe se detuvo un instante, luego se rio y se agachó hasta quedar a su altura.
—Deja las mentiras a los expertos, Matt. Ni siquiera te acordabas de nuestro aniversario. El código. Dos. —dijo mientras se erguía y levantaba el instrumento de nuevo.
—Es mi fecha de nacimiento. Por favor, no la rompas.
—Ah, claro, me lo debí imaginar. —Kathe tecleó el código y las cadenas se abrieron.
Tres de las tortugas salieron disparadas a por sus armas. Raph puso a Matt contra la pared y lo levantó hasta que dejó de tocar el suelo.
—Tranquilo, amigo.
—Te dije que rezaras para no caer en mis manos —murmuró.
—Raph, Splinter tiene que estar preocupado, vámonos —dijo Leo.
—Estoy ocupado. —Se escuchó el timbre principal. Matt sonrió.
—Ya están aquí. —Raph acercó su rostro al muchacho y murmuró para que solo él lo pudiera escuchar:
—Como vuelvas a acercarte a Kathe o a alguno de mis hermanos, te prometo que te dejo hecho un cromo. Y yo sí cumplo mis promesas.
Lo dejó caer y, mientras Matt gateaba hasta su instrumento, los chicos desaparecieron. Se abrió la puerta que conectaba el garaje y la casa.
—Matt, tienes visita. Ah, hola, Katherine, querida —saludó la madre de Matt—. ¿Te quedas a merendar?
—No, gracias, yo ya me iba. —La chica dirigió una última mirada a Matt, que estaba absorto en su guitarra mutilada, y se fue.

Lies (Mentiras) [TMNT 2012]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora