1. El Primer Contacto

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Aquel día hacía mucho viento, y el cielo se cernía en un gris absoluto, permanecí en casa hasta tarde, y mi madre trabajaba doble turno. 

Tenía la casa para mí.

Aburrida, bajé al sótano, sólo para buscar algo con que entretenerme. En cuanto entré percibí el olor de los muebles de madera y del polvo, deambulando encontré lo que creí que era un viejo trapo, pero al extenderlo vi que era una diminuta camiseta blanca con manchas de pintura verde, los recuerdos vinieron a mi como un torbellino, esa camiseta la traía puesta cuando recién compramos la casa y pintamos las habitaciones, hace mucho tiempo, claro.

Cerré mis ojos recordando ese momento, sintiéndolo como si de nuevo fuera una niña pequeña, sin preocupaciones, cuando... Cuando papáme cargaba mientras se reía de mí, que por mi falta de destreza tenía manchas de pintura por toda la cara. Cerré los ojos con mas fuerza aún y sentí como las lágrimas rodaban calientes por mis mejillas.

Era cuando las cosas aún no eran tan decepcionantes, cuando yo era muy pequeña, antes de que papá muriera, cuando yo era feliz, lo tenía todo y no lo sabia.

Fue entonces cuando lo escuché.

Un zumbido taladraba mis tímpanos lentamente, me quedé paralizada y agucé el oído. Lentamente me acerqué a la puerta y traté de abrirla con torpeza, al abrirla escuché un sollozo prolongado, no pude evitar dar un respingo y abrir los ojos como platos. Me acerqué tratando de encontrar la fuente del sonido, ¡y como no!.

Mi habitación. ¡¿Qué?!

Esta vez no me quería mover y el miedo fue mayor que mi curiosidad, después de pensarlo me dirigí a la cocina, y extrañamente el sonido cesó, tal vez sólo lo imaginé, pero no, no soy tan creativa como para crear algo así.

No tenía idea de que podía ser, pero vaya que me asustó, con el afán de tranquilizarme, tomé de la nevera lo necesario para preparar un sándwich de jamón.

Todo está bien, tu imaginación voló lejos, eso es todo.

Llevé mi aperitivo a mi cuarto, al acercarme a la perilla para abrir la puerta; un escalofrío recorrió mi cuerpo, sentí erizarse hasta el último de los vellos de mi nuca y mi corazón latir desenfrenadamente.

Abrí la puerta deseando como nunca ver a cualquier bicho o la ventana abierta, para mi sorpresa encontré a una chica sentada en la orilla de mi cama, estaba hecha un desastre; con el cabello en un moño muy despeinado, el maquillaje corrido y la ropa mojada, tenía la piel muy pálida y los ojos hinchados, bajé la mirada esperando ver un reguero de agua y sólo alcancé a ver sus pies descalzos; uno sobre el otro. ¡Ah! y mi sándwich en el suelo. 

Traté de mantener la calma, en condiciones diferentes la habría amenazado con llamar a la policía, pero, se veía devastada, enferma y famélica.

—¿Qui... Quién eres?— me salió a borbotones.

Hasta que la muerte nos una. -EN EDICIÓN-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora