El fusilamiento

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El pelotón de fusilamiento estaba a la espera de la orden del comandante que debía de gritar «¡Fuego!» acabando con la desdichada vida del condenado a muerte. Un total de siete soldados apuntaban con sus rifles, hacia el animal que estaba frente a ellos, una pantera negra, lo veían con una inusitada misericordia y con una tristeza que solo los que fusilan sienten al momento de realizar su trabajo. La pantera estaba de pie, con los ojos sosegados y las orejas erguidas, amarrado a un poste que medía dos metros y medio. No lloraba, tampoco se arrepentía de lo que había hecho, de lo único que se lamentó fue de no ver a su hijo crecer, no poder estar allí en los momentos más importantes de su vida. La vida es una mierda, pero hay que saberla vivir, pensó. Vio al cielo, era de tarde y las nubes escasas pronosticaban que la noche iba a ser calurosa.

Seis meses antes comenzó y lideró una rebelión en contra del gobierno, que según él decía, era una burla para el país y que solo les causaba desgracias a los ciudadanos. Armados solamente con unas viejas pistolas, unos cuantos machetes y sobrado valor, el batallón pretendió primero tomar la ciudad que en la que vivían, pero fracasaron. Murieron más de veinte del total de sus seguidores en menos de una hora de asalto, algunos muy jóvenes quienes no llegaron a probar hembra y otros viejos, hartos de la vida. Se lamentó al principio, pero más delante dijo que sus pérdidas eran necesarias para que el nuevo gobierno, justo y leal, viera luz.

Toda la rebelión que él encabezaba estaba relegada a las montañas, el ejército les estaba dando cacería pero resultaron ser muy escurridizos, se perdían en la selva y emboscaban a quienes querían capturarlos, la Pantera Negra conocía tan bien esos lugares que hasta incluso podía ir a los campamentos enemigo sin que ellos se dieran cuenta, robar comida y regresar para dárselas a sus soldados, eso era arriesgado, pero necesario, la comida faltaba y el agua que bebían de los riachuelos o estanques enfermó a varios, unos cuantos murieron por una fuerte crisis de cólera y otros más por las inclemencias selváticas que eran casi insoportables.

—El camino a la libertad está pavimentado de sangre y sufrimientos —dijo una vez a sus compañeros, pero era un envalentonamiento momentáneo, poco después se le veía con el rostro estragado, ojeroso y taciturno mientras caminaba.

Cada vez que emboscaban a un pelotón enemigo trataban de rearmarse con el equipamiento enemigo, eran armas muy modernas que parecían venir del futuro, se quedaban con las reservas de comida, con la ropa —que era bastante cómoda y resistente—, también le quitaban los zapatos a los muertos y si tenían la suerte de que calzaran el mismo número, se los ponían para que sus pies no sufrieran en los caminos pedregosos y cenagosos de la selva montañosa.

Muchos desistieron de su misión autoimpuesta, cuando quedaron solo unos veinte, entre ellos su mejor amigo, Jack, que era una libre de contextura Montaraz y ojos anhelantes y fauces sonrientes, quisieron tomar un pueblecito para reabastecerse de comida y luego seguir en la montaña quien sabe hasta qué tiempo, pero la Pantera no tomó en cuanta como factor importante e intrínseco de la guerra: la traición. Uno de los que habían desertado de la rebelión se entregó para evitar una captura cruel y, posterior, una ejecución rápida. Le dijeron que debía de rebelar los datos importantes y los planes que tenían, este traidor confesó que Jack creía que en uno de los pueblos de la falda de la montaña en donde se refugiaban, estaba un cuartel donde podía haber armas y una gran cantidad de alimento, que incluso podían unírseles los varones que residían allí para reforzar su pelotón que ya casi estaba extinto.

Un coronel del pelotón enemigo urdió una estratagema complicada e innecesaria para lograr la captura del resto de los rebeldes. Dejaron una base desprotegida y provisionada para que los veinte llegaran y, allí mismo, los capturaran.

El plan tuvo éxito, pero aun así, con todas las fuerzas y los límites que tenían, según dijo después uno de los comandantes que estuvo en ese momento en el campo de batalla, dieron pelea, hasta el final. El coronel se lo reconoció, pero esa pelea tuvo un alto costo de parte de los rebeldes, de los veinte que quedaban, solo ocho sobrevivieron, algunos de los cuales luchaban entre la vida y la muerte por las heridas del combate, entre ellos estaba Jack.

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