Capítulo 39

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POV: Adara

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POV: Adara


Me encontraba en la misma postura, sentada con la espalda reclinada sobre el tronco y con la cabeza de Enzo en mis piernas. Desde esa posición se veía frágil, indefenso, y yo solo quería darle el refugio de mis brazos para que se sintiera protegido y amado. Como tantas veces él había hecho conmigo. Mis dedos se perdían por su pelo, trazando una suave caricia. Sé que esto era un gran paso para él, confesarme lo de Sam, recordarlo, sé lo duro que tenía que ser abrirme su alma y dejarme entrar a ese tormento que llevaba años castigándolo sin piedad.

Y era una tremenda estupidez que pensara que saldría corriendo en cuanto oyera la historia.

—Sam era... —detuvo sus palabras observando que tragaba saliva con trabajo—. Era un chico encantador y tierno. Siempre fue muy nerd. Para él no existían los días malos. Para Sam no había blanco y negro, veía todos los colores de la vida los trescientos sesenta y cinco días del año.

—Veía solo el lado bueno de la vida —aventuré.

—Sí —murmuró en voz baja—. Quería ser astronauta. ¿Qué niño de cinco años planifica su futuro? —rió amargamente y giró su cuerpo para mirarme. Le mostré una sonrisa tranquila y me devolvió otra igual, aunque más apagada—. Siempre tenía buenos consejos para quien tuviera un día malo. Su forma de ver la vida tan colorida le hacía ser una persona extremadamente maravillosa —exhaló un suspiro—. Sus padres murieron en un accidente de avión cuando él tenía nueve años y a pesar de ese duro golpe que le dio la vida, siguió adelante con una sonrisa. Decía que la muerte solo es el principio de un camino donde transitan nuestras almas.

—¿Con quién vivió después de la muerte de sus padres?

—Con su abuelo paterno —me explicó con el tormento azotando su rostro—. El único familiar que le quedaba —su voz terminó por quebrarse y se mordió el labio con fuerza, aflorando las emociones en su rostro—. Fue mi culpa —su voz se apagó con una amarga nota—. Yo me distancié de mis amigos, de mis padres, de todos. Cuando mi padre te apartó de mí, me volví un lobo solitario. Muy pocas veces estaba con Declan, Dan, Aliza, Sam o incluso con Uriel las veces que nos visitaba. Y aunque Sam nunca me lo reprochó, que se conformaba con recibir lo poco que le daba de nuestra amistad, seguía siendo mi mejor amigo. Incluso me decía que nunca perdiera la esperanza, porque si la vida te había puesto en mi camino, te devolvería a mí —Enzo cabeceó ensimismado—. Pero no fue hasta cuatro años después que su actitud cambió.

—¿Cambió?

Asintió en silencio unos segundos.

—Los dos últimos días, antes de su muerte, estaba ausente. Se veía ojeroso, cansado, lúgubre —trató de hacer que su voz no sonara tan apagada y melancólica—. No parecía él. Le hablaba, pero solo me contestaba con monosílabos o me reprochaba algo que no era lógico.

El latido del deseo. Parte 2 [Deseo Éire #3] © (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora