Confusión

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Todas las mañanas, me levanto y me preparo para un nuevo día. Arreglo mi cabello, mi rostro y me visto con la mejor ropa que tenga para el trabajo. Todos los días, saco un poco más de fuerzas para seguir adelante. Antes de salir de casa, cargo en mis hombros con miles de preocupaciones y esas, me acompañan a lo largo de la jornada, a todas horas. Desde que sale el sol hasta que se oculta. Quizá, el único momento en el que encuentro descanso, es cuando me permito ser arrastrada a la bruma del sueño, esa en la que, aunque sea por un rato, puedo olvidar todo aquello que me agobia.

Hoy, no es la excepción. Luego de un largo día en el trabajo en el que he dado todo de mí, en el que he terminado agotada y lo único que deseo es llegar a casa, deshacerme el enorme moño en el que puse todo mi cabello y lanzar lejos los zapatos, me encuentro en un bonito restaurante que tiene un ambiente familiar, junto a Tom y sus amigos.

No sé en qué momento creí que sería buena idea venir a cenar con un grupo de universitarios de mi edad que se encuentran celebrando el fin de su semestre y que están a un paso de recibirse como ingenieros. Ahora, en medio de las risas y de una conversación a la que soy lejana y ajena, me arrepiento de haber tomado la estúpida decisión de gastar mi fin de semana en algo que solo empeora mi estado de ánimo. Sé que como «amiga» de Tom, debería estar feliz por su nuevo logro y porque finalmente ha cumplido una meta. Sin embargo, lo único que puedo pensar es en la envidia que siento. Esa que nace porque yo no pude tener la misma oportunidad que ellos. Mientras que él está festejando que por fin terminó el martirio que era la carrera universitaria, yo cada día me pregunto si podré seguir llevando comida a la mesa o si el día que despierto será el día que un par de cobradores nos echen de la pequeña casa.

Quizá las personas que lo tienen todo y un poco más deberían ser más agradecidos, porque hay personas que deseamos todo eso y un poco más.

Una nueva risa colectiva, esta vez un poco más escandalosa que las anteriores, provoca que vuelva a la realidad. Intento retomar el hilo de la conversación, pero cuando me percato de que están hablando sobre aquellos maestros que los hicieron sufrir y aquellos que amaron, nuevamente me siento excluida de la charla.

Intento, entonces, continuar ingiriendo la comida que se encuentra en mi plato, esperando pronto terminar e inventarme una excusa para poder decir que debo retirarme.

—¡Oye, Grace! —Jonathan, uno de los amigos de Tom medio grita, desde el otro lado de la mesa—. ¿Qué tal el trabajo?

—Agotador —bromeo.

—Quizá deberías ayudarme a entrar ahí —Jonathan regresa la broma, pero sé que no es del todo un simple chiste—. Un trabajo en una empresa de telecomunicaciones me haría la vida más fácil.

—¡No seas idiota! —Tom irrumpe en la charla.

—¡Oh vamos, trabaja como asistente del maldito dueño! ¿Cómo lograste trabajar para él, Grace? —el chico nuevamente me lanza una pregunta.

Alzo mi mirada para verlo y noto que de pronto la mesa está en silencio y la atención está puesta sobre mí. La sensación que acompaña a los nervios que ahora mismo me han atacado, provocan que algo se revuelva en mi estómago y casi puedo jurar que una gota de sudor baja por mi frente.

—Contactos, supongo —hablo, intentando sonar segura.

—¿En serio? No pareces convencida. —Jonathan alza una ceja y una sonrisa burlona se instala en su rostro.

—¿Por qué mentiría? —contraataco y fuerzo una sonrisa, por la cual no me preocupo si se nota a kilómetros de distancia lo falsa que es.

—Jonathan, ¿podrías dejar en paz a mi chica?

Broken Hearts |HS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora