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— Así que lo has logrado —comentó con sus manos entrelazadas encima del escritorio, sonriendo con cierta diversión.

— ¿De qué habla? —cuestionó a su jefe.

Chuuya se quedó de pie a media oficina, mientras las cortinas metálicas de las ventanas ascienden y permiten la iluminación natural al interior del lugar.

— Tener a Tomie por supuesto —respondió con obviedad— ¿Acaso hay otra cosa que no has podido lograr, Chuuya?

Enarco una ceja y deliberó su respuesta. El joven mafioso sabe que su jefe a veces puede tener un humor muy pesado. Han pasado tres semanas desde que comenzaron a salir, no era algo que se viera a simple vista; el único lugar donde se comportaban diferente era en la privacidad, fuera de eso, seguía viéndose como compañeros.

— Supongo que usted es el único que no se le van los mínimos detalles.

Mori soltó una risa burlesca.

— Los ascensores tienen una cámara de remplazo por si alguien manipula la cámara principal. Creo que ambos lo olvidaron.

Se quitó el sombrero y pidió disculpas. Realmente se sintió avergonzado y ciertamente estúpido. Luego de eso, recibió nuevas órdenes y salió de la oficina. La imagen de una Tomie extremadamente coqueta dentro de un ascensor le invadió la mente. Negó con la cabeza tratando de guardar de nuevo ese recuerdo para otro momento y subió al ascensor, presionando el botón que le llevaría hasta uno de los pisos más bajos.

El ambiente se tensó, el olor a sangre comenzó a llegar a sus fosas nasales, el sonido de cadenas siendo jaladas con brusquedad le acarició los oídos. Recorrió el pasillo oscuro mientras escuchaba esa melodía violenta, los gritos a veces alcanzan notas altas, o se quedan entrecortados, ahogados en llanto. Eran tan común que no se estremeció ni un poco. La puerta de metal rechino al momento en que la abrió; visualizo las escaleras y cerró la puerta tras entrar. La luz rojiza le iluminó tenuemente el camino. Sus pasos apenas y se escucharon en medio de aquel maldecido momento, pero no pasaron desapercibidos para ella.

— ¿No crees que llevas mucho tiempo aquí? —cuestionó, deteniéndose a un metro de distancia. Tomie le miró por encima del hombro.

— Él tardó mucho en hablar —respondió con una mirada vacía.

— ¿Tardó?

— ¡Por favor, ayúdame! —gritó aquel hombre encadenado en una silla de metal, su rostro desfigurado, piel bañada en sangre y el llanto a tope— ¡Ya le he dicho todo lo que sabía! ¡Por favor!

— ¡Cállate! —ordenó la mujer, dándole una patada en el rostro.

El hombre tosió y salpicó más sangre. Incluso uno de sus dientes salió disparado, rodando hasta los pies de la muerte, quien está ahí, recargada en la sucia pared, observando el espectáculo en silencio. Chuuya seguía donde mismo, observando al pobre hombre, le faltan todos los dedos, de los pies y manos, sus genitales, su oreja izquierda y el ojo derecho; además de varios dientes.

— ¿Hace cuánto te dio la información?

— ¿Hm? Cuando le quite el tercer dedo del pie —explica, dándose la vuelta, quedando cara a cara con el varón— Para entonces ya le había quitado los de las manos.

Tiene puesto un mandil de plástico negro, pero eso no evitaba que se distinguiera toda la sangre salpicada. Trae unos guantes largos hasta los codos y un cubrebocas del mismo color oscuro. Su cabello está recogido en una alta coleta y su chaqueta cuelga en una silla limpia del otro lado de la habitación. A lado de ella, una mesa de metal expande sobre si una variedad de herramientas de tortura.

— ¿Puedo saber porque sigues torturándolo?

— Me dijo zorra, así que le quite otro dedo, pero siguió gritándome palabras como puta, perra, golfa. Le quite un dedo por cada una. Después dijo que le encantaría liberarse y meter su miembro en mi mientras suplico que lo saqué, así que lo castre.

— ¿Y el ojo y la oreja?

— ... No sé, no lo recuerdo —se excusó, restándole importancia. Tomo una cuchilla y se acercó al hombre, quien comenzó a lloriquear más alto y a pedir ayuda— Vayamos a comer algo ¿Sí?

Chuuya no dijo nada ante la tranquilidad y la sonrisa de Tomie, sin embargo, no le gustaba el pasatiempo que está tomando. Esta rozando el comportamiento sádico y es algo que inquieta al mafioso. Hay cosas que Tomie aprendió de Dazai, y la tortura es una de ellas. Vio la manera tan inhumana en que degolló a ese tipo, entonces ella se quitó el mandil, el cubrebocas y los guantes, se acercó al lavabo y limpio sus brazos y cara. Tomó su chaqueta y ambos subieron las escaleras de aquel siniestro lugar.

— ¿De verdad quieres ir a comer después de haber torturado a ese hombre? —cuestionó mientras suben en el ascensor.

— Sí —respondió con total indiferencia, causando un momentáneo silencio.

— ¿Te gusta eso?

Ambos se miraron de reojo.

— ¿Qué cosa?

— Torturar gente.

— Sí, cualquier cosa que haga por algo que amo es de mi gusto.

— ¿Amas a la Port Mafia? —enarcó una ceja y le miró de frente.

— Por supuesto —habló seriamente— Este lugar le dio sentido a mi vida. Haré lo que sea por esta organización.

Salieron del ascensor y siguieron su camino hasta salir del edificio. El exterior les recibió en silencio, el reloj ronda las tres de la mañana y una luna llena se desvela brillante en el azulado cielo. Subieron al auto de Chuuya y emprendieron camino a la avenida.
El camino fue total silencio, incluso al llegar al estacionamiento seguían sin decir palabra alguna. Fue lo mismo al subir al noveno piso y entrar al departamento. Ambos comparten el lugar desde que Tomie despertó. Chuuya se fue directo a la cocina en busca de alguna bebida con alcohol, Tomie simplemente se limitó a verlo servirse un trago y sentarse en el sillón de la sala.

Luego de unos minutos, ella se acercó, sigilosa como un felino, y le quitó el sombrero, seguido del abrigo largo que lleva sobre los hombros; se llevó ambos y los coloco en el perchero.

— ¿Qué haces? —preguntó él, observando cómo le insinúa a quitarse la chaqueta corta que lleva puesta.

— Solo te libero un poco —respondió, restándole importancia. Le quitó el chaleco gris y la corbata con hebilla.

Chuuya echo su cabeza hacia atrás, extendió sus brazos a lo largo del respaldo y cerró sus ojos.

— Tomie... —nombró, a modo de advertencia. Ella rio de forma traviesa.

— Solo voy a quitar el cinturón, tonto~ estás muy distraído y callado ¿Pasa algo? ¿Te hice molestar?

— Sabes que no —respondió sin cambiar de posición.

— Tal vez... —murmuró, tocando suavemente por encima de la entrepierna del varón— ¿Estás molesto porque pasó más tiempo torturando gente que haciéndote el amor?

Chuuya no dijo nada, solo movió su cabeza y abrió sus ojos, observando a Tomie de rodillas frente a él, desabrochando provocativamente sus pantalones. Esa mirada desvergonzada y lasciva despiertan los deseos más carnales del joven mafioso, y a ella no le importa que la vean detenidamente mientras saca el miembro de los pantalones y lo prueba lentamente con sus labios y lengua.

Él no podía hacer nada más que rendirse ante los seductores encantos de aquella mujer.

















Amor al indigno 『 Osamu Dazai 』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora