Capítulo 3

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Las nuevas partes de su rutina diaria han funcionado bien durante varios meses, han traido incluso pequeños momentos de alegria, risa y coqueteo a su relación; pero el miedo se desató. Todo su entorno comenzó a pensar que seria inmediato; como si el diagnóstico fuera la palanca inicial al caos.

Sus hermanos la llamaban con miedo, temiendo que les olvidará. No recordara nada.

Al principio, Valentina decía con burla que estaba bien. Recitaba datos vergonzosos de sus infancias como prueba y reía al verlos y escucharlos reaccionar.

Durante unos meses fue divertido. Lo suficiente para olvidar que la enfermedad convivía consigo.

Ella es joven, recién tiene cuarenta y dos años, ¿Cómo es posible que su vida quede acabada a esa edad? Ni siquiera ha vivido medio siglo.

Es absurdo que algo como el Alzheimer, una enfermedad de la vejes, la ataque cuando queda tanto por vivir y tanto por hacer.

El pensamiento la persigue como una sombra a cada paso que da por la universidad. La condena y los recuerdos pesan aún en la sala que ocupa para investigar en sus tiempos libres. Sacude la cabeza después de dejar su maletin en la silla, alejando las ideas sobre una enfermedad que a pesar de todo, no desea aceptar aún.

Se acerca al pizarrón; revisando, calculando, en nada sumida en la calma que solo las ecuacionees y cálculos le dan. El mundo desaparece. Solo ella y los misterios del universo, Su expansión infinita con secretos en cada estrella.

Se siente como el hogar.

Cuatro horas después, se detiene. La mirada rota de concentración y en medio de un respiro agitado. Alguien ha abierto la puerta.

—¡Hey Valen! —gritan a sus espaldas, se voltea y descubre a Alan, el profesor de fisica que le hace clases a su sección. La mira con extrañeza— ¿Qué estás haciendo aquí? Tuvimos que enviar a Marie a cubrir tus clases de Astronomía. Son las ocho de la noche.

—Eso es imposible. Llevo quince minutos trabajando. Recién comencé esto...

La mueca y el silencio de Alan queman la sala unos segundos. Se observan sin decir nada, la ojiazul con miedo, él con duda. Titubea cuando él le dice que lleva más de cuatro horas allí, pregunta si recuerdas que te fueron a buscar y que ibas a ir apenas termines un ejercicio.

—No lo recuerdo —La extrañeza les rodea. Se observan con duda unos segundos, Valentina esbozó una sonrisa de disculpa—. Debo estar, no sé, agobiada con toda la investigación del último tiempo, perdón. Ya sabes que a veces se me pasan las horas volando o tengo la cabeza en cualquier parte —rie, un poco
incómoda—. Iré a disculparme con el Jefe de departamento.

—Te lleva pasando lo mismo
demasiadas veces, seguro te estás haciendo vieja ya —comenta Alan, torciendo la boca, aunque sonríe también—. Pero no te preocupes, en tu cumpleaños te regalaré pasas para la memoria.

—No me quejaría.

Le siguió la broma unas frases mas, a pesar de que le preocupaba un poco la situación. Se quedó unos segundos en ese espacio mientras guardó sus materiales en el maletín y apagó la luz.

Caminando por el pasilllo charlan brevemente temas más serios y académicos. Se despiden con un apretón de manos y un último chiste en el pasillo; y estando sola mientras piensa en una disculpa por su irresponsabilidad, intentando que el miedo no le muerda el alma.

Es dificil.

¿Cómo es posible que tu vida quede acabada a esa edad? Ni siquiera has vivido medio siglo, piensa, intentando negar todo.

La mente, tan poderosa, tan infinita, es tan frágil.

Intangible, misterios que no se han podido tocar del todo con los dedos queman un camino de miedo, rabia e incomprensión en su mente que intenta acallar lo mejor posible, aplazando lo inevitable cuando se presentó ante ella con fuerza. Dispuesta a arrasar todo a su paso.

Son pequeños detalles.

Los ha notado algunas veces. El olvido de ciertas cosas. La mirada cada vez más desviada a las cosas importantes pegadas en los post-it en su hogar. Los tics y todo lo que al principio pensó que sería fácil de superar, ahora no lo parece tanto y siente su universo tambalear, estrellas caer muertas al vacio mientras salva a las que puede en la desesperación que cada día cuesta más evitar porque es dificil compatibilizar los miedos con el trabajo.

Lo intenta de todas formas. Hora de trabajar piensa dejando su maletin en la silla. Esto no le va a ganar, a pesar del horror rasguñando el fondo de su ser.

Sigue allí hasta que el ruido del celular la asusta, perdida en el trabajo contesta y la voz preocupada de Juliana pregunta si está todo bien.

—Claro que estoy bien, amor
responde, patidifusa—. Estoy trabajando en una ecuación. Sólo llevo aquí media mañana...

—Son las once de la noche.

Oh.

Hay un silencio cortado por el cuchillo de un suspiro, ¿Cómo pasó tan rápido el tiempo? ¿Dónde quedó su día? ¡Ni siquiera se queda hasta tan tarde trabajando!

—Espérame allí. Te iré a buscar, ¿Si?

    -ˏˋ Otoño se desmorona ˊˎ- LesbianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora