Capítulo 4

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—Es hora de que hables en la
universidad —dijo Juliana un día, el sol de primavera desapareciendo bajo la ventana—. Necesitan saber sobre esto, Val.

—Hablaré mañana. Tranquila.

No lo hace. Ni mañana, ni la semana siguiente. De hecho, pasa un mes donde no dice nada a nadie.

Juliana debe ir a buscarla casi todas las semanas, porque incluso, Valentina va a trabajar un domingo.

—Si tú no lo haces. Lo haré yo —comenta su esposa un día, en medio de una noche donde ambas descansan—. No puedes ir a trabajar y fingir que todo está bien.

Le rebate que está todo bien.
Que sólo está cansada, pero Juliana suspira y da un sorbo a su vaso de té de manzanilla. Dos hielos, recuerda, antes que vuelva a hablar; Juliana dice que sabe que se encuentra bien, pero que no puede ocultar esto por siempre. Tienen que saber en la universidad.

Con una sonrisa Valentina responde que esté tranquila, que todo saldrá bien.

—No te preocupes, Juls. Lo hablaré pronto.

¿Cómo es posible que mi vida quede acabada a esta edad? Ni siquiera he vivido medio siglo. Es absurdo. Piensa, creyendo que es la primera vez que lo hace.

El miedo a lo desconocido le impide hablar. Lo sabe.

Así como sabe que debería hablar con Juliana al respecto y que seguir escudándose en la incomprensión hará que todo se salga de control.

Pero no puede evitarlo . No quiere volver el problema más grande de lo que es.

Pero es claro que sucede lo contrario. El problema crece, explota como un meteorito en la tierra, cuando el silencio crece demasiado. Estalla en sus caras semanas después, olvidó un compromiso importante en la universidad. Una premiación.

—He dejado que lleves las riendas con tu trabajo porque es tuyo. Pero esto no puede seguir así —Juliama está livida. Los labios apretados en un rictus de rabia guardada—. Si sigues así iré a hablar como si fueras una niña pequeña.

—Quiero tomar las cosas con calma, ya te lo he dicho, no quiero que este diagnóstico tire abajo mi carrera. ¡Imaginate en este periodo con investigaciones a cuestas! No puedo perder estas oportunidades por algo que ni siquiera se ha manifestado! —Grita, sin la intención real. No puede evitarlo, toda la rabia acumulada gracias al miedo flota alrededor. Asteroides dispuestos a destruir todo—. ¡El último control fue bueno, Juls! El médico dijo que podría tener algo prematuro pero no que iniciaría ahora!

—No puedes negar que estos seis meses no ha pasado nada —sus ojos oscuros son intensos, duros—. No soy idiota, Val. Lo he visto. Sé lo que el diagnóstico decia, pero... es algo inevitable. Los sintomas están allí.

—¡Estoy bien! —reclama con la voz un poco más alta de lo que pretende. Están en el living, ambas apoyando las manos sobre los respectivos brazos de sus sillones—. Sólo fueron accidentes, no me pasa nada. Estoy bien.

Han estado hablando al menos media hora de lo mismo y no han llegado a ningún punto. Juliana sigue diciendo que debe hacer algo, asumir la responsabilidad y Valentina derriba sus argumentos rebatiendo que está todo bien, que nadie debe alarmarse por nada; pues en el fondo, sabe que necesita que todos crean que está bien. Si el resto lo cree, podrá creerlo ella misma de igual manera.

Sigue prefiriendo la negación, es más cómoda.

—¡Tienes que asumir que estás enferma!

Es la gota que colma el vaso.

Desata toda la frustración que ha estado cargando desde hace meses. Sus palabras la golpean la cara y ella le devuelve el golpe. Le grita. Fuerte.

—¡No estoy enferma! ¡Sólo se me olvidan las cosas! ¡No estoy enferma! Deja de actuar como un dramática, Juls ¡No tienes por qué seguir diciéndome qué hacer! ¡Eres como el resto, como si me fuera a morir! ¡Necesito trabajar y acabar con mi investigación! ¡El alzheimer no me va a detener!

No le da tiempo para contestar.

A pasos fuertes sale de la habitación. La rabia es más efectiva cuando nadie puede responderle.

Hace años no se gritaban, piensa, mientras se pone la pijama, y da vueltas por la habitación, la sangre hirviendo en palabras que quieren escapar envenenadas.

En el borde de la cama mira los post-it pegados en la pared, "bésala en la mañana, la hace feliz", lee y todos los demás.

El suspiro que escapa de sus labios pesa, no está segura de cuándo comenzó ese cambio entre la aceptación abnegada a la enfermedad (es genética, ¿Qué puedes hacer contra probabilidades fuera de tus manos?) a la rabia iracunda de la negación. Quizás el mismo dia, o meses después. No lo sabe con certeza.

Solo sabe que está llegando a un punto indeseable. No puede seguir negándolo más y ver la fotografia que Juliana le regaló sin hundirse en la culpa. El marco se siente frío entre sus dedos.

Suspira antes de sacar unos post-it del velador. Habia olvidado lo ridicula que se sentía estar así, a punto de escribir un recuerdo de lo que sea. ¿Qué quiere colocar?

Hace tiempo no escribe nada en ellos. La idea en un principio genial ahora se le antoja ridicula y además, ¿A quién le gustaria recordar una pelea? Es absurdo.

Garabatea algunas tonterias, estrellas, rayones y explosiones que no son nada. El calor de la rabia y las palabras ha significa para ella, ni siquiera ha desaparecido, enfriando el universo. Muriendo de a poco en un agujero negro.

Todos sus intentos de decir algo acaban en la basura.

Minutos después se acuesta con la luz encendida, las ganas de ir a ver a Juliana allí, pero el orgullo es más grande. Prefiere esperar hasta manana, Con animos mejores.

—¿Solo estamos preocupades, sabes? No es como si quisiéramos que olvidaras todo —escucha que murmura, la voz encogida cuando se acuesta, tiempo después—. No es como si quisiera que me olvidaras a mí. A nosotres .

Hay un silencio donde Juliana se da Vuelta, y Valentina se pregunta si va a abrazarla. No lo hace, sólo se voltea a su rincón. Se despide con un "buenas noches" y mientras la ojiazul se queda despierta, la escucha sollozar.

Esa noche duerme apegada al rincón de su cama. Sigue pensando que tiene razón, con la cabeza más fría, nadie entiende lo que esto sionifica para ella ni siquiera su esposa.

No puede perder todas las oportunidades que se están presentando por una enfermedad tan lenta; aún tiene demasiado por hacer y vivir. Y eso le da la razón.

No se da la vuelta para preguntarle si está bien en toda la noche. En cambio, está segura que se duerme escuchando el eco de su llanto.

No le pide disculpas, demasiado orgullosa para ello, pero le da un beso mucho más largo del que le da cuando se despiden en la mañana.

Juliana, por supuesto, sigue dolida, no se lo corresponde y se va con un suave "nos vemos".

Valentina le ve partir en su auto mientras ella toma su bicicleta. Va a esperar un tiempo, decide. Juliana esté de acuerdo o no con ello.

    -ˏˋ Otoño se desmorona ˊˎ- LesbianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora