3. Más cambios

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La cuestión es que, a pesar de todas las negativas, los desplantes y las miradas frías, Darío siguió insistiendo a Dafne para tener una cita, o al menos lo hizo durante un par de días más. Luego pareció aburrirse y dejó de acercarse a nosotros en los descansos (seguro que debido a la buena suerte que le di a mi amiga). Dafne no me mencionó nada al respecto pero supe que, en el fondo, le parecía bien.


Nadie me preguntó por ella, lo cual agradecí. Ni siquiera lo hizo Agni, aunque se notaba a la legua que se moría de curiosidad. Yo, por mi parte, no quise sacar el tema, deduje que si Dafne quería volver a hablar de ello, sencillamente lo haría. Pero me alegró notar que se comportaba de nuevo con naturalidad, no parecía triste ni preocupada. Bien.


Hasta que una tarde llamó.


Yo me encontraba en mi habitación, organizando los apuntes de Latín, cuando sonó el teléfono. Tenía la melodía que venía por defecto. Sí, ya lo sé: este detalle no es importante para la historia, pero me gusta mucho recordar cosas así de irrelevantes. Era una época, y todo formaba parte de ella.


El caso es que al principio suspiré, bastante molesta: con el teléfono, por sonar, y conmigo misma por no tenerlo en silencio (en realidad, nunca quería quitar el volumen mientras pudiese tenerlo alto por si Ayu me llamaba para algo importante). Pero cuando vi que se trataba de Dafne, descolgué sin pensar.


-¿Sí?


-Nana. Hola.


-Hola. ¿Pasa algo?


-No, no, nada. Sólo quería... hablar.


-Muy bien, hablemos.


Supe perfectamente a donde quería ir a parar, pero también le noté la voz algo tensa, y por eso preferí dejarla su tiempo. La dejé quejarse de su madre, que cada vez estaba más insoportable, y también la dejé hacerme un exhaustivo cuestionario sobre las últimas novedades de Ayu y Hana (no había novedades). Y al fin... se hizo el silencio. Decidí esperar, como había hecho el otro día en el recreo.


-Nana... -susurró entonces Dafne-. Gracias.


A decir verdad, me sorprendí muchísimo. Claro que sabía el tema que mi amiga quería tratar... ¿pero qué había que agradecerme a mí? Se lo pregunté.


-Que no has cambiado.


-¿Por qué iba a hacerlo?


-No sé... No se lo contarás a nadie, ¿verdad?


-Ya te lo prometí.


-A no ser que te dé permiso, no se lo dirás a nadie... Mi madre no se puede enterar...


Si la entonación hubiese sido otra, aquello podría haber parecido más bien una amenaza. Pero su voz sonaba... apagada, triste. Sonaba a súplica.


Quise decirle que no pasaba nada, que ella seguía siendo la misma persona, solo que un poquito más valiente por admitir algo que la avergonzaba. Sin embargo, terminé callándome y dejé que ella cambiara de nuevo de tema.


Te repito que yo entonces no era muy buena consolando. Una pena.



No me costó nada coger el ritmo de las clases, me gustaba demasiado estudiar como para que me resultara tedioso. De hecho, en lo que a mí respectaba, los profesores se podrían haber ahorrado todas las charlas sobre la importancia, ese curso más que nunca, de tener una buena planificación y ser constantes. Que no nos lo miráramos todo el último día, vaya.


¿Algo bueno a mi propio favor? Adoraba organizarme. Por aquellas fechas, yo ya tenía una agenda (la de aquel curso tenía la portada de un verde pastel que me encantaba) en la que había apuntado no solo el horario de clase, sino también el de lo que debía hacer cada tarde. Y..., oh, cómo disfruté cuando nuestro profesor de Griego nos anunció un pequeño examen para la semana siguiente. Insistió en que solo era una prueba, no contaría para nota, por lo que no tenía sentido que nos pusiéramos nerviosos. Pero mientras él hablaba, yo solo podía pensar en una cosa: la biblioteca.

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⏰ Última actualización: Jun 22, 2020 ⏰

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